sábado, abril 30, 2011
CONOZCAMOS LA BIOGRAFIA DEL BEATO JUAN PABLO II

(Wadowice, Cracovia, 1920 - Roma, 2005) Sacerdote polaco, de nombre Karol Wojtyla, elegido Papa en octubre de 1978 mientras ocupaba el puesto de cardenal-arzobispo de Cracovia; fue primer pontífice no italiano en más de cuatro siglos.

Era hijo de un oficial de la administración del Ejército polaco y de una maestra de escuela. De joven practicó el atletismo, el fútbol y la natación. Fue también un estudiante excelente, y presidió diversos grupos estudiantiles. Desarrolló, además, una gran pasión por el teatro, y durante algún tiempo aspiró a estudiar Literatura y convertirse en actor profesional.

Durante la ocupación nazi, compaginó sus estudios y su labor de actor, con el trabajo de obrero en una fábrica, para mantenerse y para evitar su deportación o encarcelamiento. Fue miembro activo de la UNIA, organización democrática clandestina que ayudaba a muchos judíos a encontrar refugio y escapar de la persecución nazi.
Juan Pablo II
En tales circunstancias, la muerte de su padre le causó un profundo dolor. La lectura de San Juan de la Cruz, que entonces buscó como consuelo, y la heroica conducta de los curas católicos que morían en los campos de concentración nazi fueron decisivas para que decidiera seguir el camino de la fe. Mientras se recuperaba de un accidente, el futuro pontífice decidió seguir su vocación religiosa, y en 1942 comenzó sus estudios sacerdotales. Ordenado sacerdote el 1.º de noviembre de 1946, amplió sus estudios en Roma y obtuvo el doctorado en Teología en el Pontifico Ateneo Angelicum. De regreso a Polonia, desarrolló una doble tarea, por un lado pastoral, llevada a cabo en diversas parroquias obreras de Cracovia, y por otro lado intelectual, impartiendo clases de Ética en la Universidad Católica de Lublin y en la Facultad de Teología de Cracovia.

En 1958 fue nombrado auxiliar del arzobispo de Cracovia, a quien sucedió en 1964. Ya en esa época, era un líder visible que a menudo asumía posiciones críticas contra el comunismo y los funcionarios del gobierno polaco. Durante el Concilio Vaticano II destacó por sus intervenciones sobre el esquema eclesiástico y el texto sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.

En 1967 el Papa Paulo VI lo nombró cardenal, y el 16 de octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, fue elegido para suceder al papa Juan Pablo I, fallecido tras treinta y cuatro días de pontificado. De este modo, se convirtió en el primer Papa no italiano desde 1523 y en el primero procedente de un país del bloque comunista.

Desde sus primeras encíclicas, Redemptoris hominis (1979), y Dives in misericordia (1980), exaltó el papel de la Iglesia como maestra de los hombres y destacó la necesidad de una fe robusta, arraigada en el patrimonio teológico tradicional, y de una sólida moral, sin mengua de una apertura cristiana al mundo del siglo XX. Denunció la Teología de la Liberación, criticó la relajación moral y proclamó la unidad espiritual de Europa.

El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde resultó herido por los disparos del terrorista turco Mehmet Ali Agca. A raíz de este suceso, el Papa tuvo que permanecer hospitalizado durante dos meses y medio. El 13 de mayo de 1982 sufrió un intento de atentado en el Santuario de Fátima durante su viaje a Portugal. Sin embargo, el pontífice continuó con su labor evangelizadora, visitando incansablemente diversos países, en especial los pueblos del Tercer Mundo (África, Asia y América del Sur).

Igualmente, siguió manteniendo contactos con numerosos líderes religiosos y políticos, destacando siempre por su carácter conservador en cuestiones sociales y por su resistencia a la modernización de la institución eclesiástica. Entre sus encíclicas cabe mencionar: Laborem exercens (El hombre en su trabajo, 1981); Redemptoris mater (La madre del Redentor, 1987); Sollicitudo rei socialis (La preocupación social, 1987); Redemptoris missio (La misión del Redentor, 1990) y Centessimus annus (El centenario, 1991).

Entre sus exhortaciones y cartas apostólicas destacan Catechesi tradendae (Sobre la catequesis, hoy, 1979); Familiaris consortio (La familia, 1981); Salvifici doloris (El dolor salvífico, 1984); Reconciliato et paenitentia (Reconciliación y penitencia, 1984); Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988); Christifidelis laici (Los fieles cristianos, 1988) y Redemptoris custos (El custodio del Redentor, 1989). En Evangelium vitae (1995), trató las cuestiones del aborto, las técnicas de reproducción asistida y la eutanasia. Ut unum sint (Que todos sean uno), de 1995, fue la primera encíclica de la historia dedicada al ecumenismo. En 1994 publicó el libro Cruzando el umbral de la esperanza.

El pontificado de Juan Pablo II no ha estado exento de polémica. Su talante tradicional le ha llevado a sostener algunos enfoques característicos del catolicismo conservador, sobre todo en lo referente a la prohibición del aborto y los anticonceptivos, la condena del divorcio y la negativa a que las mujeres se incorporen al sacerdocio. Sin embargo, también ha sido un gran defensor de la justicia social y económica, abogando en todo momento por la mejora de las condiciones de vida en los países más pobres del mundo.

Tras un proceso de intenso deterioro físico, que le impidió cumplir en reiteradas ocasiones con sus apariciones públicas habituales en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Su desaparición significó para algunos la pérdida de uno de los líderes más carismáticos de la historia contemporánea; para otros implicó la posibilidad de imaginar una Iglesia católica más acorde a la sociedad moderna. En cualquier caso, su muerte ocurrió en un momento de revisionismo en el seno de la institución, de una evaluación sobre el protagonismo que tiene en el mundo de hoy y el que pretende tener en el del futuro. Su sucesor, Benedicto XVI, anunció ese mismo año el inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo II.

SEÑOR, CONCÉDELE A TU SIRVO JUAN PABLO II PARA QUE SIGUIENDO TUS PASOS, SEA NUESTRA GUIA CADA DIA HASTA QUE NOS CONVIRTAMOS EN TUS DISCÍPULOS VERDADEROS QUE PROCLAMAN TU PALABRA SIN NINGÚN TEMOR EN TODO LUGAR DONDE TU AMOR NOS LO INSPIRE.
 
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viernes, abril 29, 2011
LA CONSTANCIA Y LA CONFIANZA, EN LA ORACIÓN

Cuando oremos debemos ser pacientes, humildes y sinceros de corazón para así expresar nuestra fidelidad al Señor.

Cuando oremos hay que ser perseverantes y confiados de que nuestras peticiones son vigorosas porque van de acuerdo a la voluntad de Dios. Así, Él nos escuchara y las atenderá.

Cuando oremos hagámoslos sin cansarnos nunca y sin que nos cubra el desaliento aceptando el plazo que Dios tenga dispuesto para atender nuestras suplicas.

Cuantos nos hemos equivocado cuando oramos; y de manera impulsiva le exigimos a Dios para que atienda nuestras pretensiones. Y creemos que Él ha de tener prelación con nosotros. Queremos hacer de nuestra petición, un llamamiento para que Dios intervenga inmediatamente.

La palabra de Dios nos habla constantemente de la necesidad de orar, pero siendo humildes y perseverantes; y nos invita a orar sin desfallecer. Nos aconseja orar “de día, y de noche”. El mismo Cristo Jesús fue un ejemplo sublime en la oración. Él pasó las noches orando a Dios (Lc.6, 12). Recordemos que en el Getsemaní: lleno de angustia oraba con mayor insistencia (Lc.22, 44).

Miren cuando en el camino que recorremos se ha mostrado largo, duro y difícil con mucha más razón debemos orar ya que en la oración vamos a encontrar las fuerzas necesarias para proseguir.

La oración nos librará de la indiferencia y de la apatía que tantos estragos han causado en el mundo a tantos hombres de buena voluntad que han caminado durante mucho tiempo por la senda de la entrega, del apostolado y que necesitan de la fortaleza que Dios les regala.

La perseverancia en la oración constituye una de las lecciones más respetadas de Jesús en el Evangelio.

Cuando en nosotros existe la confianza en Dios se aumenta nuestro deseo de orar. La fe y la oración aumentan esa confianza. Cuando se ama y se confía no se puede dejar de expresar lo que se tiene en el corazón.

La confianza no solo exige la fe como premisa, y la oración como expresión nos exige la humildad.


CRISTO NOS INVITA A ABRIRNOS COMO NIÑOS AL DON DE DIOS. EN EL AMOR CONFIADO A JESÚS OBTENDREMOS LA VICTORIA SOBRE EL MAL.
 
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martes, abril 26, 2011
¡CRISTO HA RESUCITADO! : LA VERDAD DE NUESTRA FE

Los apóstoles de Jesús comenzaron su predicación anunciando este hecho indiscutible: Jesús de Nazaret, quien fue clavado en una cruz y sepultado RESUCITÓ. Todo su mensaje giró en torno de esta noticia.

Hoy la Iglesia también centra todo su trabajo apostólico en JESÚS RESUCITADO. A partir de esta VERDAD, se realiza la evangelización desde hace dos mil años y hasta nuestros días.

La resurrección de Jesús es el hecho más importante de toda la Historia de la Salvación. Es un asunto fundante en él está fundada nuestra fe.

Sin Resurrección sería absurda y no tendría razón de ser nuestra fe.

Si Cristo no hubiera resucitado, la Iglesia no podría anunciar ninguna Buena Noticia de salvación para nadie. San Pablo así lo afirma claramente en su primera carta a los Corintios 15. 14; 17; 20: "Si Cristo no fue resucitado, nuestra predicación ya no contiene nada ni queda nada de lo que creen ustedes…. Y… ustedes no pueden esperar nada de su fe…. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos…"
La Resurrección de Jesús es una VERDAD, a la que de ninguna manera debemos renunciar si nos llamamos cristianos.

SEÑOR, VERDADERAMENTE EN TI ESTA LA VIDA. ENSEÑANOS A RECONOCERTE CADA DIA Y JUNTO A TI SIEMPRE CAMINAR.
 
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viernes, abril 22, 2011
LA SEXTA PALABRA DE CRISTO EN LA CRUZ "TODO ESTÁ CUMPLIDO"

¡Qué alentador es, cuando se nos ha encomendado una labor y podemos decir con toda tranquilidad que está cumplida, terminada! ¿Verdad?
Pero que triste es cuando confiamos una tarea a alguien y somos defraudados porque no se cumple o termina. ¿Cierto?

Pues bien, quisiera compartir con ustedes en esta oportunidad acerca de esta sexta palabra pronunciada por Jesús en la cruz y que se hallan registradas como testamento para todos los cristianos en el Evangelio de San Juan Cap. 19. 30 y que dice: “Todo está cumplido”.

Al escuchar y leer estas palabras, se abre en nuestra mente un interrogante. ¿Qué estaba cumplido?

Podemos entender con este vocablo desde nuestra perspectiva humana lo siguiente: ¿Se le acabó a Jesús el tormento, ese tormento que sus enemigos en su depravada maldad le infligieron; juzgándole injustamente, a través de golpes, azotes, burlas, desprecio, crucifixión, etc. En otras palabras, de su perverso complot para quitarle la vida?

Jesús no quiso decir eso, pues si las circunstancias le eran adversas, Él miraba mucho más allá, miraba hacia nuestra eternidad: “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Juan 17:4). “Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lc.22:42).

Estamos celebrando los momentos mas sublimes de la pasión y muerte de Cristo. Hoy, en presencia de la cruz, nos hemos propuesto renovar nuestro compromiso de ser sus seguidores inseparables; y como sus discípulos, que hemos estado siendo educados por El a través del ejemplo de su vida y en especial con esta palabra: «todo está cumplido», le decimos: ¡Dios mío, mi Salvador, confío en ti, me abandono en ti!

En esta sexta palabra Jesús sigue haciendo de su muerte una oración, un acto de infinito amor. Con su inminente muerte, libremente asumida, el Hijo de Dios cumple hasta el final la misión que había recibido del Padre. Con la frase: "Todo está cumplido”; termina ese diálogo constante que había mantenido con el Padre durante toda su vida. En esta hora decisiva le dice con su voz quebrantada: La Misión que me diste está cumplida.

Si, la misión encomendada fue dura, pero Jesús la ha cumplido: El ser humano ha sido rescatado y devuelto a la vida.

Comprendamos que así cómo Nuestro Señor y Salvador completó la obra de nuestra redención en el sexto día y descansó en el sueño de la muerte el séptimo. Así, nuestro Dios-Padre completó la obra de la creación en el sexto día y descansó el séptimo, Y es que “Las obras de Dios son así de perfectas”. Ellas, nos señalan y enseñan el modelo a la perseverancia, que nos ayuda a dar el sentido merecido y henchido a nuestro SER CRISTIANO.

Preguntémonos: ¿Entonces por qué Cristo perseveró tanto colgado de su Cruz e incluso prolongó su vida hasta la muerte sin un lamento o una murmuración?
Si hoy la humanidad pudiese entender la razón que indujo a Nuestro Señor a perseverar en la Cruz, hoy deberíamos estar todos completamente convencidos de lo importante que es asumir y cargar las cruces diarias con esa misma constancia y coraje.

Cuando fijamos los ojos en la Cruz, muchas son las veces que nos llenamos de horror a la vista de tal instrumento de muerte. Pero, cuando nos detenemos y fijamos nuestros ojos en el personaje que allí se encuentra, en ese Jesús- Cristo que nos da el ejemplo sublime y nos exhorta a cargar la Cruz; y a que proyectemos ese lugar al que cargándola hemos de llegar, veremos con nuestros propios ojos, su grandeza, su gran amor y su gran misericordia, lo que sin duda, nos impulsará a querer ser como El, hasta la misma muerte.

Y es que la primera razón que tuvo Cristo para estar allí, colgado en una cruz fue el amor que tenía por su Padre: «La copa que me ha dado el Padre, ¿no la he de beber?» Cristo amó a su Padre y el Padre amó a su Hijo Unigénito con un amor igualmente inefable.

Hoy ante esta gran realidad, podemos encontrar muchas respuestas a tantas y tantas preguntas que nos hacemos a diario ante el misterio inconsolable de dolor y de muerte que vivimos en nuestros barrios, ciudades y el mundo.

¿Cuantos niños enfermos, cuantas familias que están siendo olvidadas por nuestros gobernantes, miles de niños que deambulan por nuestras calles pidiendo de nosotros solidaridad y justicia; y que al no encontrar respuestas mueren de hambre y en el olvido, cuantas familias en el mundo mueren en terremotos, inundaciones, catástrofes terribles, cuántas personas que han sido desterradas de sus tierras y hasta de su patria?

Es este el momento para que en silencio nos cuestionemos y penetremos esculcando nuestro interior y discernamos sobre nuestro papel de padres de familia, amas de casas, jóvenes, clase política, gobernantes… y junto a la cruz de Cristo respondamos a estas preguntas: ¿Qué tanto estamos forjando con nuestra vida como cristianos y seguidores de ese hombre que dio su vida en la cruz por todos? ¿Será que somos testigos de fidelidad a su Palabra mediante una entrega incondicional al hermano desamparado, al pobre, al oprimido, al angustiado, al desplazado y a ese que vive martirizado por nuestra dejadez y de la clase dirigente?

Cuantas situaciones se nos sobreviene y seguimos haciéndonos preguntas como esta: ¿Si Dios existe y si Dios es bueno, por qué el sufrimiento y la muerte?
Nos debe sorprender pues la gran muestra de obediencia y perseverancia del Hijo de Dios al ser colgado de la Cruz por tres horas.


Hoy quiero dejar como una reflexión el gran ejemplo que Cristo nos ha dado, ese testimonio que los mismos Apóstoles manifiestan para que le conozcamos e imitemos.

Miren, San Pablo en su Carta a los romanos (Cap 8), luego de enumerar sus propias cruces y las de sus compañeros, pregunta: « ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿Los peligros? ¿La espada? Como dice la Escritura: por Tu causa somos muertos todo el día, tratados como ovejas destinadas al matadero». Y contesta su propia pregunta: «Pero en todo esto vencemos gracias a Aquel que nos amó».

Los invito a que hoy nos propongamos a confiar en el Señor y que dejemos a un lado las preocupaciones y los sufrimientos que nos marcan las cruces; y con una decisión firme permanezcamos con Él aprendiendo a sobrellevarlas. Estoy seguro que ese Dios que tanto nos ama y que nos entregó a su único Hijo por nuestro rescate, nos ayudará y nos hará cada vez hombres nuevos y renovados.

Ya todo tiene sentido. Con Cristo todo tiene sentido, ya no hay callejones sin salida, ya no hay rutas oscuras y sin sentido.
 
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domingo, abril 17, 2011
SEÑOR AUMENTA EN TODOS LOS HOMBRES LA FE Y LA CONFIANZA EN TI

Cómo necesitamos la fe y la confianza en Dios en los tiempos actuales. Parece que los hombres nos hemos estado desviando de nuestros principios éticos y morales, perdido la fe y la confianza en Dios.

Si, hemos estado perdiendo la fe y la confianza en nosotros mismos, en nuestros hermanos, en el mundo en que vivimos, y, por sobre todo, en Dios. Recordemos que la fe y la esperanza son las que nos dan el sentido a la vida y, en su momento, a la muerte, en ese encuentro definitivo con el Señor.

Nadie niega que el demonio de la incredulidad se ha echado sobre el mundo: un demonio sordo, que ha taponado los oídos de la gente para que no escuche la Palabra de Dios, y demonio mudo que cierra los labios para que nadie se dirija al Dios que salva.

Siempre en la Iglesia hemos tenido como señal de salvación la afición y el amor a la Palabra de Dios y a la oración. Quien escucha a Dios que nos habla interiormente por sus inspiraciones, por la lectura de la Sagrada Biblia y por la predicación de la Iglesia, ése está en canino seguro de salvación. Y se está en camino segurísimo cuando a la escucha de Dios se une la oración confiada.

El oído y la lengua juegan un papel decisivo en el problema de la salvación. Por eso nos volvemos a preguntar: ¿Escucha hoy el mundo a Dios y reza todo lo que debe? ¿Sigue actuando todavía el demonio sordo y mudo?

Entonces, lo que más necesitamos hoy todos los hombres es tener más fe y más oración. El mundo sólo se salvará cuando crea y rece. Y los que trabajamos por la salvación del mundo, no le arrebataremos al demonio su dominio sobre las almas, sino cuando echemos mano de esas dos armas que ha manejado siempre la Iglesia con maestría: la oración y la penitencia, nacidas de un profundo espíritu de fe.

Nos toca con San Agustín, considerar que la fe no es solo “creer en Dios, ni creerle a Dios sino ir hacia Él; y en este sentido la fe apenas se distingue del amor”.

San Marcos en el Cap. 9 nos narra la súplica de los Apóstoles cuando le piden con gran insistencia al Señor para que les aumentara la fe. Naturalmente ellos tenían fe en Jesús y por eso lo seguían, pero con frecuencia entraban en la duda; algunas enseñanzas les parecían demasiado comprometedoras; sus esquemas mentales no les permitían aceptar ciertas cosas después de “dejarlo todo por seguirlo”. Pero no obstante ante las dificultades reconocen la debilidad de su fe y la necesidad de fortalecerla y con un acto de sensatez le piden a Jesús que les ayude.

Por eso es conveniente aproximarnos al tema de la fe que le da sentido a nuestra relación con Dios. Así la define la Carta a los Hebreos: “La fe es seguridad de lo que se espera y la certeza de lo que no se ve” (11,1).

Recordemos, finalmente que las cosas se aprenden a hacer haciéndolas. También la fe se tiene, teniéndola. Como se hacen los caminos, caminándolos. Y esto no es de ahora sino de siempre.

Es esta ocasión propicia: la Semana Mayor; para que en ella manifestemos la fe y la confianza en Dios en todas y cada una de las celebraciones religiosas que invita al recogimiento y a la oración.

Todo tiene su valor y su mérito; pero la fe y la confianza en Dios comienzan a madurar cuando se la busca con esfuerzo, cuando se lleva a la práctica en forma constante, en las buenas y en las malas, y se pide este auxilio de lo Alto como lo pedía el personaje del Evangelio: “Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad” (MC. 9,24).

SEÑOR, QUEREMOS AGRADECERTE Y PEDIRTE QUE NOS AYUDES EN LAS DIFICULTADES QUE SE PRESENTAN EN EL DIARIO ACONTECER Y JUNTO A TI, LOGREMOS FORTALECER NUESTRA Y FE Y LA ESPERANZA.
 
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martes, abril 12, 2011
¿LA FE ES AMOR O NORMA?


Fuente: Catholic.net

Muchos católicos encuentran en la fe una espiritualidad bellísima, un mensaje maravilloso, una esperanza y un proyecto para vivir sólo en el amor. Por otro, ven una serie de mandamientos y de "normas" que sienten como una camisa de fuerza o como tijeras que cortan las alas de sus sueños y que impiden vivir según el progreso de la sociedad.

En realidad, los mandamientos que Dios nos ha dado y las normas que la Iglesia nos ofrece no son obstáculos, sino parte misma de la respuesta de amor que nace de la fe en el Evangelio.

Porque ser cristiano no es sólo creer que Dios nos ama, que Cristo nos ofrece la salvación con su entrega en la cruz. Ni es sólo rezar en los momentos de dificultad para pedir ayuda, o en los momentos de alegría para reconocer que los dones vienen de Dios. Ni es sólo entrar en una iglesia para las "grandes ocasiones": un bautizo, un matrimonio, un funeral...

Ser cristiano es un modo de pensar y de vivir que comprende al hombre en su totalidad. Desde que suena el despertador o alguien nos grita que nos levantemos, hasta el momento de acostarnos, cuando apenas tenemos fuerzas para colocar la camisa en el armario.

Sería triste caminar en la vida con la falsa idea de que podemos declararnos católicos sólo porque así lo creemos y lo decimos ante una encuesta pública. Porque un católico lo es de verdad cuando, desde su fe, esperanza y caridad, lucha día a día para poner en práctica el Evangelio y para acoger las enseñanzas que nos vienen del Papa y de los obispos, es decir, de los sucesores de los Apóstoles y defensores del gran tesoro de nuestra fe.

Por eso mismo también es incoherencia y falsificación de la fe cristiana el cumplir escrupulosamente normas y reglas, mandamientos y Derecho canónico, con un corazón frío, con un espíritu fariseo, con faltas enormes al mandamiento del amor.

Las obras valen sólo cuando están sumergidas en una fe profunda y en una caridad auténtica. De lo contrario, caemos en formalismos que poco a poco marchitan el alma y nos llevan a caminar sin la alegría profunda de quien vive en un continuo trato de intimidad con un Dios que nos mira, de verdad, como hijos muy amados.

Hay que superar el desequilibrio del espíritu que separa la fe y las obras, la piedad y el trabajo, la espiritualidad y el compromiso serio por el Evangelio. No basta decir "Señor, Señor" para ser sarmientos fecundos. Ni sirve para nada hacer mil acrobacias formalistas sin un corazón lleno de amor hacia nuestro Padre de los cielos y hacia cada compañero de camino.

Hoy podemos, con sencillez, con humildad, con la valentía del cristiano, decirle a Cristo:

ACOJO TU AMOR, JESÚS. QUIERO VIVIR SEGÚN EL EVANGELIO, QUIERO ESCUCHAR LA VOZ DE TUS PASTORES, QUIERO QUE LA CARIDAD SEA LA LUZ QUE GUÍE CADA UNO DE MIS PASOS, EN LO GRANDE Y EN LO PEQUEÑO...
 
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martes, abril 05, 2011
SI TENEMOS FE EL ESPÍRITU SANTO NOS SANTIFICA

En unas de sus exhortaciones el Siervo de Dios Padre Francisco María de la Cruz Jordán nos dice: “Esforzaos por ser santos y entonces comprenderéis que vuestra dignidad es divina. Así veréis cuan sublime es la dignidad que Dios os confía”

El Espíritu Santo nos ayuda a alcanzar la santidad solo si nuestra fe se hace firme y nos esforzamos cada día por ser santos.

Miren, el Espíritu Santo comparte la misma santidad de Dios como también, la perfección del amor; porque es Dios y es santificador. Es El, quien nos va transformando a imagen de Cristo y nos va llenando del amor de Dios hasta que quedemos saturados de ese amor y nos convirtamos en santos.

Cristo con su sacrificio en cruz nos llama a la santidad y nosotros en nuestra vida diaria, en medio de nuestras actividades y dentro del mundo donde nos movamos, tenemos que demostrarlo, cambiando de conducta, siendo testimonios del amor y actuando con fidelidad a Dios, es decir, haciendo su voluntad.

Y es que la conducta y el actuar de todo cristiano ha de notarse; si de verdad nos hemos convencido de que en Jesucristo esta la vida en plenitud, nuestro actuar y comportamiento han de ser distintos porque ya somos personas nuevas; ya las cosas viejas pasaron al olvido.

Si no estamos convencidos de esta nueva etapa de vida seguiremos en el mundo enredados en medio de lujurias, idolatrías, vicios, borracheras, etc. y no heredaremos el reino que Dios nos ha prometido.
En la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (5,17), nos menciona esos tipos de personas que no podrán heredar el Reino prometido por Dios y nos añade: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido santificados en el nombre de Jesús y por el Espíritu Santo” (1Co.6.9-11).

Y es que tenía la razón por que los habitantes de Corinto ya no eran como lo habían sido antes de su conversión, ellos, ya manifestaban el poder transformador del Espíritu Santo, mas sin embargo, su santificación no había sido completa ya que en ellos aún quedaban muchas manifestaciones de la carne.

El Padre Jordán nos pide firmeza, templanza y mucha fe para que podamos ser como el sol que brille en la oscuridad de la noche.

En este tiempo de Cuaresma es importante que meditemos un poco sobre nuestro querer seguir a Cristo. Si de verdad nuestras conductas frente a la vida no son contradictorias a lo que Dios quiere de nosotros. Si somos responsables de nuestros actos. Estas meditaciones nos ayudaran a comprender el verdadero significado de lo que cuesta seguir a Jesús. Recordemos que nuestras acciones son las que muestran nuestro estado de santidad.

Preguntémonos hoy: Que tenemos que cambiar para dar mejor testimonio de la acción misericordiosa de Dios en nosotros? Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a interiorizar estos momentos.

SEÑOR, TE HE VISTO Y TE HE SENTIDO ACTUAR EN MI VIDA INTERIOR, AYUDAME A TRANSFORMARLA Y A VIVIR A PLENITUD LA FIDELIDAD.
 
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