El amor es la medida de nuestra fe; pero ojo, no es un amor cualquiera como muchas veces creemos y del que muchos hombres y mujeres se dejan llevar cuando tratan de imitar el amor que expresan los actores en las películas del cine o la televisión.
Un amor verdadero nace de un corazón limpio y sincero, de un corazón que no se tuerce ante nada, que no engaña a nadie, que no dice mentiras, que crece y florece en lo más profundo de nuestro ser, que no se demuestra a los demás con apariencias y que olvida lo que somos y lo que tenemos.
¿Cuantos confundimos el amor y lo relacionamos con esas experiencias de palabras bonitas y expresiones falsas que realizamos o fingimos ante otras personas con poco compromiso y sacrificio?
El amor de un cristiano que camina de la mano de Jesús y que se esfuerza día a día por imitarlo, ha de nacer de una buena conciencia, de un tener claro que es lo bueno y lo malo, de un saber qué es lo que quiere Dios de cada uno, de un buen conocimiento de la realidad humana y de la fuerza que le regala Dios para la vida.
La fuente del amor hacia los demás ha de nacer de una fe sincera, no de esa fe llena de expresiones religiosas o devociones vacías que no nos llevan a ninguna parte. El verdadero amor y una fe sincera, nace de una relación intima y cercana con Cristo. Todas nuestras manifestaciones religiosas y devociones han de estar respaldadas por un amor verdadero, un testimonio de vida y de una relación estrecha con Jesús Resucitado.
¿Cuantos somos los que nos hemos acostumbrado a aceptar como verdad todo lo que dicen los medios de comunicación a cerca del amor, o lo que la mayoría dice? De verdad. nos hemos venido olvidado del amor primero que proviene de Dios y que Él nos lo dio a cada uno al crearnos como sus hijos. Por eso hoy se nos hace importante comprender lo que somos y hacia donde debemos dirigirnos según la voluntad de Dios.
Por ello, una fe sincera celebra lo que vive y vive lo que cree, sin abismo alguno.
Necesitamos hoy cuestionarnos cada uno sobre la razón de ser de nuestro amor y si tenemos esas cualidades que San Pablo le señala a su amigo Timoteo en la Segunda Carta que le escribió, en el Cáp. 1,5. Estoy seguro que un amor así, no solo nos lleva a tener una buena relación con los demás sino que además nos hace plenamente felices.
SEÑOR, TU NOS AMAS Y NOS ENSEÑAS COMO DEBEMOS AMAR A LOS DEMÁS, DANOS LA GRACIA DE IMITARTE CADA DÍA.