sábado, noviembre 29, 2014
NAVIDAD: UN MISTERIO DE FE
Dentro de unos días estaremos celebrando una fiesta que ciertamente tiene un significado especial para todos nosotros: La Navidad.

El nacimiento del Niño Dios para todos los cristianos es algo cierto, por ello, hoy cobra una especial importancia, que todos atesoremos en nuestras familias el gozo de vivir con alegría y fraternidad este tiempo de gracia que nos regala el Señor.

Miren, aunque ya lo hayamos hecho en muchas ocasiones, es importante que  meditemos  y profundicemos en familia  este magno acontecimiento de nuestra historia: La venida del Señor Jesús. De esta forma, podremos disponer y preparar nuestros corazones en la acogida al Salvador.

La Sagrada Escritura nos ofrece luces muy orientadoras y cuestionantes para vivir la experiencia del nacimiento del Señor con ojos de fe, en ella encontramos : «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» Jn. 1. 9-12

¡Jesús de Nazaret, el Hijo de María, es el Señor!

La Navidad recuerda esa verdad fundamental de nuestra reconciliación. No es simplemente un hecho que ha quedado en el pasado, sino también un acontecimiento al mismo tiempo histórico y trascendental que, ocurrido hace poco más de dos mil años, se despliega con la fuerza de su gracia vivificante a través del tiempo. Por ello, debemos recordar que «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre»

De esta forma, Dios ha llegado a ser verdaderamente el Dios con nosotros, el "Emmanuel" esperado por los siglos, Alguien de quien no nos separa ninguna barrera: «en cuanto niño, se ha hecho tan cercano a nosotros, que le decimos sin temor tú, podemos tutearle en la inmediatez del acceso al corazón infantil»


QUERIDOS SALVATORIANOS SE UNE DE CORAZÓN A TODOS USTEDES PARA CELEBRAR LA VENIDA DE AQUEL QUE SIENDO RICO SE HIZO POBRE PARA ENRIQUECERNOS CON SU POBREZA.


HAGAMOS VIDA ESTE TIEMPO DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR-
 
posted by Laureano García Muentes at 5:33 a.m. | Permalink | 0 comments
lunes, noviembre 24, 2014
¿CÓMO EXPERIMENTAMOS LA CONVERSIÓN?

¿Qué tan cómodo estás contando historias sobre el crecimiento de tu fe? 

Si alguien te preguntara el por qué eres cristiano y cómo sucedió, ¿qué le responderías? ¿Tendrías tu propia  historia de conversión para compartir? 

No importa si  fuiste criado católico o de otra denominación religiosa, lo que nos interesa ahora es lo qué has descubierto en la fe cristiana? ¿Tienes una historia que contar y que podría ayudar a otros?

En realidad, todos tenemos una de historia de conversión.

Mira, cada vez que nuestra vida cambia a raíz de descubrir algo nuevo espiritualmente  que nos llevará más cerca de Dios y a vivir más profunda la vida cristiana, experimentamos la conversión. Cada vez que un problema o un dolor  te acerca a Jesús en sus sufrimientos y en la cruz, experimentamos la conversión.

Cada vez que nos arrepentimos de un pecado, experimentamos la conversión y ello, podría ayudar a otros a hacer lo mismo, si a alguien hablas de ella.

Cada vez que  ponemos a un lado el ajetreo diario de la vida y nos sentamos  tranquilamente a leer, escuchar  y aprender de Jesús, experimentamos la conversión; tal como lo experimento María en el Evangelio de San Lucas 10. 38-42.

Hay mucha gente que están dispuestos a ser como María la del evangelio, pero no saben cómo. Quieren sentarse a los pies de Jesús que vive en nosotros; lo quieren escuchar de tu voz, quieren escuchar y compartir su Palabra, tu experiencia de vida y vivir el camino de la conversión.
Dios te ha puesto en sus vidas para que seas Jesús para ellos. Ellos quieren escuchar tus historias de amor y fe. Ellos quieren ser amados por Jesús, en ti.

Ora en silencio y confía en que el Espíritu Santo te inspirara tu historia y que ella, va a inspirar y conmover a muchos.

Algunos reflexionaran sobre lo que has dicho y responderán a la guía del Espíritu con bastante rapidez. Otros van a cambiar su vida sólo después de escuchar muchas otras historias de fe, porque en este momento no quieren aceptar la verdad por completo.

¡Eso está bien! Dios te agradece por compartir la verdad con ellos a su manera y con su propia historia de creación de la fe.

Te propongo que hagas este ejercicio y con papel y lápiz en las manos; pídele la iluminación al Espíritu Santo y con toda disposición emprende ese viaje interior para recordar en cada paso todo aquello que te ha hecho cambiar por un mundo nuevo y mejor.

Primero elige esa experiencia de conversión y siéntete muy familiarizado con ella. Respóndete  las siguientes preguntas: (1) ¿Cómo era mi vida antes de que esto sucedió y por qué quería yo, que algo cambiara en mí? (2) ¿Qué me ayudó a encontrar a Dios? (3) ¿Cómo mejorar mi vida como resultado de esta conversión?

A continuación díselo a la gente que entiende, por ejemplo, en un grupo de oración u otro grupo de fe de la comunidad en la iglesia o un amigo. Entonces sabrás que realmente tienen la capacidad de compartir. Esta confianza te autorizará para decírselo a alguien que necesita escucharte para su propio crecimiento.

¡Nunca subestimes el poder de tu historia! ¡Tú puedes hacer una gran diferencia en las vidas de otras personas sólo por ser un bocazas sobre el amor de Dios!



DESCUBRE EN TU CORAZÓN LAS GRANDES MARAVILLA QUE HA HECHO EN TI Y COMPÁRTELAS CON TODAS LAS PERSONAS QUE QUIERAS Y ENTRE TUS AMIGOS Y FAMILIARES.
 
posted by Laureano García Muentes at 5:24 a.m. | Permalink | 0 comments
lunes, noviembre 17, 2014
¿QUÉ ACTITUDES DISPONEMOS PARA PERDONAR?
Vamos a considerar algunas actitudes que nos disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los demás.

1. EL AMOR

Perdonar es amar intensamente. Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.

Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: “Es bueno que existas.” Hace falta no sólo “estar aquí”, en la tierra, sino que hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación.

Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: “Te necesito para ser yo mismo.”

Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización.

En otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la “desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo”, y no llega a serlo, porque los otros lo impiden.

Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad y con una felicidad más honda.

2. LA COMPRENSIÓN

Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que “merece”; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de transformación y de evolución de los demás.

Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero “tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle,” advierte el filósofo Robert Spaemann. Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos: “no sabemos lo que hacemos”. Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no piensa ni quiere decir.

Si la tomo completamente en serio, cada minuto del día, y me pongo a “analizar” lo que ha dicho cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más encantador.

Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan según lo que dice la sabiduría popular: “Si quieres que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese.”

3. LA GENEROSIDAD

Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la justicia. Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es donde tiene espacio el perdón.

El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente. A veces, no hay soluciones en el mundo exterior. Pero, al menos, se puede mitigar el daño interior, con cariño, aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad -afirma San Josemaría Escrivá..

La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.” Y Santo Tomás resume escuetamente: “La justicia sin la misericordia es crueldad.”

El perdón trata de vencer el mal por la abundancia del bien. Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.

El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.

Hay un modo “impuro” de perdonar, cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: “Te perdono para que te des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para que mejores.” Pueden ser fines educativos loables, pero en este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: “Te perdono porque te quiero –a pesar de todo.”
Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.

4. LA HUMILDAD

Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada. Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.

Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede molestar al agresor en cualquier momento. “Cuando uno perdona, se abandona al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de ofender y herir (de nuevo).” Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.

Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por captar también las palabras que el otro no dice. De vez en cuando es necesario “cambiar la silla”, al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.

El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere dominar o humillarle.

Para que sea verdadero y “puro”, la víctima debe evitar hasta la menor señal de una “superioridad moral” que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.

Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.

5. ABRIRSE A LA GRACIA DE DIOS

No podemos negar que la exigencia del perdón llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado correctamente? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad.

Pero un cristiano nunca está solo. Puede contar en cada momento con la ayuda todopoderosa de Dios y experimentar la alegría de ser amado. El mismo Dios le declara su gran amor: “No temas, que yo... te he llamado por tu nombre. Tú eres mío.

Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán... Eres precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero.”

Un cristiano puede experimentar también la alegría de ser perdonado. La verdadera culpabilidad va a la raíz de nuestro ser: afecta nuestra relación con Dios. Mientras en los Estados totalitarios, las personas que se han “desviado” -según la opinión de las autoridades- son metidas en cárceles o internadas en clínicas psiquiátricas, en el Evangelio de Jesucristo, en cambio, se les invita a una fiesta: la fiesta del perdón. Dios siempre acepta nuestro arrepentimiento y nos invita a cambiar. Su gracia obra una profunda transformación en nosotros: nos libera del caos interior y sana las heridas.

Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona primero. Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil de todos: amar a los enemigos, perdonar a los que nos han hecho daño. Pero, en el fondo, no se trata tanto de una exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes que perdonar a los prójimos- cuanto de un imperativo existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo haces, no sabes lo que Dios te ha dado.

El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios verdugos. Han sabido transformar las tragedias en victorias.

También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida. Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. ”Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación.”


TOMADO DE CATHOLIC.NET
 
posted by Laureano García Muentes at 7:23 a.m. | Permalink | 0 comments
lunes, noviembre 03, 2014
¿CÓMO TOCAR CON FE A DIOS EN LA ORACIÓN?

Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe.

La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. 

La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

En el Evangelio  Lc 8,43-48 se nos narra la historia de una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, ella, se le acercó por detrás a Jesús y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: « ¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz».

Nuestras propias enfermedades deben ser presentadas a Dios con fe y esperanza.

Miren, la mujer sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada.

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos “doctores” que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando.

En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad.

Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure.

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura.

Con gran fe, se acercó esa mujer a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace esta mujer. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente.

La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti".

Así la mujer buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él.

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad.

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su criatura tan amada y admirarla con amor.

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto.

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.



QUEREMOS TOCARTE JESÚS. AYÚDANOS SEÑOR A TOCARTE CON FE.
 
posted by Laureano García Muentes at 5:16 a.m. | Permalink | 0 comments
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