domingo, abril 26, 2015
“YO SOY EL BUEN PASTOR QUE DA LA VIDA POR LAS OVEJAS"


Jesús se presenta como el Buen Pastor para mostrarnos la misión que había recibido de su Padre, personaliza conforme al corazón de Dios. Un Pastor que cuida de las madres y que le ayuda a llevar en brazos a los corderillos, sus hijos. El Pastor que nos lleva a verdes praderas y repara nuestras fuerzas, el Pastor que lleva sobre sus hombros a la oveja herida.

Jesús se presenta a todos los hombres en el mundo y les dice “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11).

El pastor que abandona las noventa y nueve ovejas por ir en busca de la perdida. No es por irresponsabilidad profesional del pastor que abandona el rebaño, sino para decir que cada uno merece toda la atención de quien se presenta como cuidador y vigía de su camino.

Quizá, en una cultura industrial y urbana, no resuene la imagen del pastor con tanta fuerza como en el mundo rural y en los tiempos de Jesús.

Este tiempo de Pascua nos trae a la memoria la ternura y delicadeza que tuvo Jesús con los suyos, cuando fue presentándose a cada uno en su lenguaje y contexto. A María Magdalena, en el huerto; a los dos de Emaús, en el camino; a Pedro y a sus compañeros pescadores, a la orilla del mar; a los once, en el cenáculo…

Tenemos una promesa de Dios: que no nos faltarán pastores según su corazón. Jesús es el Buen Pastor, pero llama a muchos para que prolonguen su misión en nuestro mundo.


Roguemos al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies, pastores buenos a su pueblo. Y roguemos por quienes sienten la llamada a dar su vida por los demás, para que no se arredren. Además, aquel que pierde su vida por Jesús, y como servicio a los otros, la gana.
 
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viernes, abril 24, 2015
SOY CRISTIANO Y CELEBRO LA PASCUA DE JESUCRISTO

La Resurrección de Jesús es la fiesta más importante que celebra nuestra Iglesia y ha de ser  para todos los cristianos la fuente vital que  ha de alimentar la nueva vida y llenarla de optimismo y esperanza. 

Con la Resurrección Jesús venció la muerte y le dio sentido a nuestra religión.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación, es decir, celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo con toda nuestra alegría que Jesús ha vencido la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Aprovechemos pues todas las gracias que Dios nos regala para crecer y madurar nuestra fe y ser mejores cristianos.

Quienes seguimos a Jesús y nos llamamos cristianos debemos disponernos a mejorar y  colaborar para que con la fuerza inspiradora del Espíritu Santo siga transformando y convirtiendo a muchos hombres en verdaderos seguidores de Jesucristo.

Esta experiencia de fe nos debe alentar en nuestro combate espiritual, invitándonos a poner siempre los ojos en Aquel que venció al pecado y a la muerte, fortaleciendo nuestra confianza en sus promesas. Miremos a nuestro alrededor y preguntémonos ¿Cuántas personas que frecuentamos son cercanas o no conocen al Resucitado? Es este nuestro gran reto. 

Que el gran acontecimiento de la Resurrección del Señor que experimentamos sea el mayor testimonio por multiplicar en todas partes y en cada lugar del mundo donde nos encontremos; haciéndolo visible con el mejor ejemplo de vida y  con nuestras palabras. 

Bien sabemos que el Señor está vivo entre nosotros y lo estará todos los días hasta el fin del mundo. Y es ello, lo que debemos reflejar exteriormente, mostrandole vivo y presente en nuestros corazones.


SEÑOR, SE TU NUESTRO CIMIENTO EN DONDE ERIGIREMOS LA VIDA Y LA ESPERANZA DEL MUNDO.
 
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domingo, abril 12, 2015
DEJÉMONOS ENVOLVER POR LA MISERICORDIA DE DIOS

Durante la Misa de toma de posesión en la Basílica de San Juan de Letrán, con ocasión del Domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco exhortó a los fieles a dejarse “envolver por la misericordia de Dios”. Y en ella nos exhortaba:

“Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos”.

Ahí, indicó el Santo Padre, “sentiremos su ternura, tan bella, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor”.

Francisco también expresó su alegría por celebrar “por primera vez la Eucaristía en esta Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma”.
Luego se refirió a la celebración del segundo domingo de Pascua, llamado “de la Divina Misericordia”.

“Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía”.

El Papa señaló que en el Evangelio del día, “el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado”.

“Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: ‘Hemos visto el Señor’; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado”.

“¿Cuál es la reacción de Jesús?”, preguntó el Papa, “la paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera”.

El Santo Padre señaló que “Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: ‘Señor mío y Dios mío’: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente”.

El Papa también puso como ejemplo a Pedro, que “tres veces reniega de Jesús precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: ‘Pedro, no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí’; y Pedro comprende, siente la mirada de amor de Jesús y llora”.
“Qué hermosa es esta mirada de Jesús –cuánta ternura –. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios”.

El estilo de Dios, dijo el Papa “no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar”.

“Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos”.

Francisco recordó además “la parábola del Padre misericordioso”, la cual, aseguró, “me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza”.

“Piensen en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No, nunca”.

El padre, recordó el Papa, “está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad”.

“El Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esa es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa”.

Sin embargo, el Santo Padre subrayó que “la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida”.

“Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos”.

El Papa remarcó que “es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón”.

“Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él”.

El Santo Padre recordó que en muchas ocasiones durante “mi ministerio pastoral me han repetido: ‘Padre, tengo muchos pecados’; y la invitación que he hecho siempre es: ‘No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo’”.

“Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aún siendo pecadores, somos lo que más le importa”.

El Papa señaló que Jesús “cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado”.

“Acuérdense de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón”.

Francisco señaló que durante su vida “he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre”.

“Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado”.

FUENTE: aciprensa


ES ADMIRABLE VER CÓMO NOS AMA DIOS. NUESTRO COMPROMISO HA DE ESTAR CADA DÍA CENTRADO EN  LA  VALENTÍA DE QUERER VOLVER Y ENVOLVERNOS EN SU MISERICORDIA DEJANDO A UN LADO TODO LO QUE NOS ATA Y NOS ENVUELVE EL CORAZÓN. LLEVEMOS SIEMPRE PRESENTE EN NUESTRO CORAZÓN QUE DIOS ME AMA.
 
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lunes, abril 06, 2015
VENCIÓ LA MUERTE, JESÚS ESTA VIVO!!!

Pascua no es meramente el final de la Cuaresma. La Resurrección no es meramente el final de un viejo estilo de vida o de viejos hábitos o de un viejo problema que has querido vencer. Pascua es un tiempo -un tiempo que nunca termina-durante la cual corremos hacia los demás para compartir la Buena Nueva como los primeros evangelizadores lo hicieron ese primer Domingo de Pascua. La experiencia de la resurrección es un tiempo que se debe usar para permitir que nuestra fe sea una fuente de alegría para aquellos que aún no conocen la alegría de tener fe en el Jesús Resucitado.
NO TENGAMOS MIEDO DE DECIR A OTROS CON NUESTRA PALABRA Y CON NUESTRAS VIDAS QUE EL SALVADOR JESUS ESTA VIVO!!!!!!!!
 
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sábado, abril 04, 2015
CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

“Con la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo continúa un proceso de corrupción, mientras que su alma va al encuentro de Dios”.

Cuando vamos a la misa decimos en el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos...”. ¿Qué significa para nosotros esto?

Lo hemos vivido y estoy seguro en afirmar: Cuando muere un familiar o un amigo, solemos estar tristes por su muerte. La muerte nos hace pensar en lo desconocido y, muchas veces, nos preguntamos si nuestro ser querido estará ya en el cielo con Dios, o si tendrá que esperar para resucitar, ¿qué pasará con su cuerpo y con su alma?, etc.

Y no estamos muy lejos de esa realidad. Hoy en día, estamos acostumbrados a darle una respuesta a todo. Sin embargo no podemos dar respuesta a muchas interrogantes sobre la muerte y la vida después de la muerte. Por lo mismo, esta realidad suele incomodarnos y angustiarnos.

De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los hombres mueren y “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.”
Dios nos dio una vida temporal en la tierra para ganarnos la vida sobrenatural. Con la muerte termina nuestra vida en la tierra. (Juan 5, 29, cf. Dn. 12,2).

Cristo resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrenal, su cuerpo era ya un cuerpo glorioso, un cuerpo incorruptible, un cuerpo que ya no estaba sujeto al tiempo y al espacio. Por esto, podía aparecer y desaparecer en los lugares, pero a la vez, seguía siendo un cuerpo humano que podía beber y comer.

Dios nos ama a nosotros como seres humanos en cuerpo y en alma. Al resucitar a la vida, vamos a tener un gran gozo en cuerpo y en alma. En Cristo, “todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Filipenses 3, 21).

Con la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo del hombre continúa un proceso de corrupción –como cualquier materia viva– mientras que su alma va al encuentro de Dios. Esta alma estará esperando reunirse con su cuerpo glorificado. Con la resurrección, nuestros cuerpos quedarán incorruptibles y volverán a unirse con nuestras almas.

Nos podemos preguntar: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Cuándo resucitarán?
El “cómo” no lo podemos entender con la razón, solamente con la fe. Nos puede ayudar a acercarnos a este gran misterio nuestra participación en la Eucaristía que nos da ya, un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo. El pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía.
El “cuándo” será en “el fin del mundo” (LG 48). El último día, el fin del mundo, los hombres no sabemos cuándo va a ser, sólo Dios lo sabe.

Hay quienes afirmaron hace ya unos años que en el año 2000 el mundo terminaría, se acabaría. Porque “las profecías lo decían así”. Se habla de que en ese momento, se iba a acabar el agua, que vendrían pestes, terremotos, etc.

Pero no son más que invenciones de los hombres, pues Cristo nos dijo, claramente, que nadie puede saber el día ni la hora en que “la resurrección de la carne” sucederá, ni siquiera Él mismo, sino sólo el Padre. No debemos preocuparnos tanto de conocer la fecha, sino que lo importante es trabajar en nuestra santidad para estar siempre preparados y así poder alcanzar la gloria de Dios al morir.

¿Podemos gozar de la gloria, de la vida celestial de Cristo resucitado?

Gracias al Bautismo, quedamos unidos a Cristo y podemos participar en la vida celestial de Cristo resucitado. Gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo.

Dios nos alimenta con su cuerpo en el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es el alimento del alma que llena nuestra vida de gracia.

Al terminar la vida en la tierra, viene la muerte. Con la muerte se acaba nuestro peregrinar en la tierra. Se acaba el tiempo de gracia y de misericordia que Dios nos ofrece para vivir nuestra vida de acuerdo a lo que Jesucristo vino a enseñarnos; para poder ganarnos el premio de la vida eterna y la gloria.

La Iglesia nos anima a prepararnos para nuestra muerte.

¿Por qué existe la muerte? Muchos somos los que nos preguntamos.

La muerte fue contraria a los designios de Dios. Dios nos había destinado a no morir. Sin embargo, la muerte entró en el mundo como consecuencia del pecado del hombre.

La muerte fue transformada por Cristo. Jesús quiso morir por amor a nosotros en la cruz. Cumplió libremente con la voluntad del Padre. Su obediencia transformó la muerte en una bendición.

El sentido de la muerte cristiana lo podemos expresar con estas frases:

“Para mí, la vida es Cristo y morir, una ganancia”. ( Flp. 1,21)

“Dejadme recibir la luz pura, cuando yo llegue allí, seré un hombre”. (San Ignacio de Antioquía)

“Yo no muero, entro en la vida” (Santa Teresita del Niño Jesús).

“Deseo partir y estar con Cristo” (San Pablo).

En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. El hombre puede transformar su propia muerte en el momento anhelado de unión y amor hacia el Padre.

Algunas personas te podrán decir que la doctrina católica no se opone a la reencarnación. Afirmarán que la reencarnación puede ser un fenómeno.

Recuerda que los hombres viven una sola vez, mueren una sola vez y son juzgados para ir a la vida eterna (de felicidad, si fueron justos, y de infelicidad, si no cumplieron lo que debían hacer). Al final de los tiempos resucitarán los muertos (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1022 y 1038). ¡No hay reencarnación después de la muerte! Cada uno de nosotros somos uno, único e irrepetible.


Fuente: Catholic.net
 
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jueves, abril 02, 2015
¿QUE HA DE SER PARA NOSOTROS LA SEMANA SANTA?

La Semana Santa está en boca de todos los hombres en muchas regiones del mundo por estos días, pero no siempre tiene el mismo trasfondo. Algunos encuentran en ella unas vacaciones necesarias y un espacio para divertirse, ir a playa, beber y pasarla bien;  mientras que otros demuestran más que nunca su fe y fervor religioso.

Para los últimos, el Jueves Santo significa la fiesta cristiana que abre el Triduo Pascual, es decir, el periodo durante el cual se celebra la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

El Jueves Santo es el momento central de la Semana Santa y del año, y para los creyentes es el día en que el hijo de Dios hecho hombre celebró la Eucaristía en la Última Cena donde anunció que uno de sus fieles apóstoles le traicionaría, se produjo el lavatorio de pies y se realizó la oración en el huerto.

De los tres momentos, se destaca la presentación del Cuerpo y Sangre de Cristo ante los apóstoles en lo que fue la primera Eucaristía cristiana.

“Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”.
La Biblia recoge esta frase como las palabras que dijo Jesucristo cuando bendijo el pan que estaba cenando con sus apóstoles. Y les exhorto a “Hacedlo siempre en conmemoración suya”, esta frase, recoge el Libro Sagrado interpretando el mandato como la institución de la orden sacerdotal. Desde entonces, las misas han reproducido los hechos hasta la actualidad, convirtiéndose la Eucaristía en uno de los siete sacramentos de la Iglesia.

¿Qué significan para el cristiano el Lavatorio de pies, la oración en el huerto y traición de Judas?

El Lavatorio de pies. Para encontrar una referencia bíblica al lavatorio de pies hay que leer el evangelio de San Juan (capítulo 13, versículos 1 al 15). En él se refleja cómo Jesucristo se levantó de la mesa en la que estaba cenando y se puso a lavar los pies a sus apóstoles. El único de los doce que cuestionó a su maestro fue Pedro, que llegó a negarse al entenderlo como una humillación. “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”, contestó el hijo de Dios hecho hombre. “Señor, no solo los pies, sino hasta las manos y la cabeza”, rectificó el pescador.

La oración en el huerto. Es otro de los momentos que se celebran en el Jueves Santo. Tal y como recoge la Biblia, Jesucristo se adentró entre los olivos para orar y contarle a su Padre los sentimientos previos al día de su muerte. Tras la traición de Judas a cambio de 30 monedas de plata tiene lugar su prendimiento.

La traición de Judas. Este acto dramático marca el inicio de la Pasión de Cristo, un doloroso camino que Él elige con libertad absoluta. Él mismo lo dice claramente: "Yo doy mi vida.. Nadie me la quita: la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de recobrarla". Y así comienza el camino de la humillación, del despojo, con esta traición. Es como si Jesús estuviera en el mercado. 'Este cuesta treinta denarios'. Y Jesús recorre este camino de la humillación y el despojo hasta el final.

Jesús alcanza la humillación completa con la "muerte en la cruz". Se trata de la peor de las muertes, la destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Mirando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo también el sufrimiento de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte… Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el crucifijo. Él ha tomado sobre sí el sufrimiento humano, se ha endosado todo ese sufrimiento.»

REFLEXIÓN: 
Lo que sucedió en la vida de Judas me ayuda a reflexionar sobre mi amor hacia Dios. ¿Soy consciente del gran amor que Dios me tiene? ¿Me doy cuenta de tantas muestras de cariño de su parte: la vida, el don de la fe, mi capacidad de amar, mi familia, mi hogar, el alimento, el vestido, algún gustillo, la maravilla de la naturaleza, incluso las pruebas y dificultades que me ofrece para llevarlas con amor, su entrega en la cruz? La caída de Judas es el resultado de una vida en la que poco a poco se enfrió el amor al Maestro.


EXAMINÉMONOS CON SINCERIDAD Y CONFIANZA DELANTE DE JESÚS Y PIDÁMOSLE EL VALOR Y LA FORTALEZA PARA GUARDAR NUESTRO CORAZÓN SÓLO PARA ÉL.
 
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