Jesús
se presenta como el Buen Pastor para mostrarnos la misión que había recibido de
su Padre, personaliza conforme al corazón de Dios. Un Pastor que cuida de las
madres y que le ayuda a llevar en brazos a los corderillos, sus hijos. El
Pastor que nos lleva a verdes praderas y repara nuestras fuerzas, el Pastor que
lleva sobre sus hombros a la oveja herida.
Jesús
se presenta a todos los hombres en el mundo y les dice “Yo soy el buen Pastor.
El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11).
El
pastor que abandona las noventa y nueve ovejas por ir en busca de la perdida.
No es por irresponsabilidad profesional del pastor que abandona el rebaño, sino
para decir que cada uno merece toda la atención de quien se presenta como
cuidador y vigía de su camino.
Quizá,
en una cultura industrial y urbana, no resuene la imagen del pastor con tanta
fuerza como en el mundo rural y en los tiempos de Jesús.
Este
tiempo de Pascua nos trae a la memoria la ternura y delicadeza que tuvo Jesús
con los suyos, cuando fue presentándose a cada uno en su lenguaje y contexto. A
María Magdalena, en el huerto; a los dos de Emaús, en el camino; a Pedro y a
sus compañeros pescadores, a la orilla del mar; a los once, en el cenáculo…
Tenemos
una promesa de Dios: que no nos faltarán pastores según su corazón. Jesús es el
Buen Pastor, pero llama a muchos para que prolonguen su misión en nuestro
mundo.
Roguemos
al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies, pastores buenos a su pueblo. Y
roguemos por quienes sienten la llamada a dar su vida por los demás, para que
no se arredren. Además, aquel que pierde su vida por Jesús, y como servicio a
los otros, la gana.