Caminando
un día me encontré sentada en un andén de una de las calles de mi barrio manga
en Cartagena, una niña de aproximadamente 12 años de edad, quien desconsolada
lloraba y cobijaba su cuerpo entre trapos muy sucios. Para dormir tenía extendidos en el piso cartones y periódicos
viejos. A ella me le acerque y con mucha compasión, le pregunte el porque
lloraba. Ella, sin mediar palabras comenzó a contarme que hace unos años salió
de su casa y entre sollozos, decía: “Señor me siento dolida por mi condición”.
“Hace dos (2) años aproximadamente me fugue de mi casa”. “Mi padrastro me
maltrataba y me violaba”.
Le
pregunte sobre su procedencia y familia, a lo que ella me respondió: “Señor,
soy de un pueblo muy pequeño de Córdoba, muy lejos de la capital”. “De allí
salí despavorida y sin rumbo fijo”. “¡Ya no aguantaba más!”.
“Caminando
por trochas pidiendo ayuda a campesinos muy buenos, llegue a la capital,
Montería”. Sin conocer a nadie, me senté, en el camellón, a la orilla del río.
Una señora muy preocupada por mí se me acerco y me ofreció su ayuda, me llevó
para su casa. Ahí realizaba los servicios domésticos y me pagaba para poder
sobrevivir”.
“Cuando
pude y con algo de dinero, pensé en buscar un mejor empleo. Camine las calles y
de casa en casa fui ofreciendo mis servicios como empleada doméstica. Después
de un tiempo conseguí trabajo en una lonchería”.
“Al
no contar con ningún conocido, los dueños del lugar me permiten quedarme a
dormir ahí”. Y me dice: “Señor, figúrese, es allí, en esa lonchería donde, a
través del contacto con los clientes y el constante asedio de éstos, me inicio
como mesera y me convierto en prostituta”.
¡Me
asombre de su historia! Y me dije para sí: ¿Una niña de corta edad, metida en
la prostitución?
Ella
continuaba contándome: “Como mesera, mis ingresos eran menores al salario
mínimo que pagan en las casas o en cualquier parte”. “Es por ello que pensé en
cambiar de trabajo, pero como no sabía otra cosa que hacer, seguí por esa misma
zona trabajando, cambiado varias veces de loncherías”.
A
lo que le pregunté: ¿Y cómo llegaste hasta aquí? A lo que ella me respondió:
“Me vine complaciendo a un señor que conocí allá, un chófer de camión”. “El,
con engaños me trajo para que conociera a Cartagena; me uso unos días y me dejo
aquí tirada, peor y sin conocer a nadie”. “¿Qué más puedo hacer sino llorar?” Los
gamines que encuentro quieren que me vaya con ellos y les acompañe”. “¡Y Yo, no
quiero eso!”
¡Qué
situación tan difícil presenta esta adolescente! ¡Estos hechos de vida son
asombrosos y espeluznantes! ¡Qué experiencia en corta edad!
De
verdad que la violencia intrafamiliar sumada a los vicios y condiciones
precarias de las que hoy viven muchas familias vulneradas en sus derechos de subsistencia,
son el motivo principal que lleva a muchas niñas y mujeres a huir de sus casas
siendo aún pequeñas.
Salen
despavoridas de sus hogares y al encontrarse completamente desprotegidas las
obligan a enfrentar otro tipo de agresión: la violencia urbana protagonizada
por sujetos que viven de la desgracia y fragilidad de muchos. Este es el caso
de esta muchacha quien sin ni siquiera saberlo o imaginarlo, cae en manos de
una tratante de blancas y de un enganchador.
Esta
niña pensó que atreves de esa lonchería podría sobrevivir y salir adelante.
Nunca pensó que por este medio fácilmente
puede caer en la prostitución y quizás en la drogadicción de donde nunca podrán
salir.
¡Qué
gran problema vive esta muchacha! Al seguir andando por las calles podría enfrentar
otra situación embarazosa: el embarazo y los abortos. Experiencias estas aún más
dolorosas signadas por el desconocimiento y la falta total de sentido. ¿Qué
hacer frente a esta gran realidad que hoy vivimos en el mundo?
Como
seguidor de Jesús a la manera como nuestro Fundador Padre Francisco María de la
Cruz Jordán quien nos ha venido enseñado, es nuestro deber de comprometer a
hombres y mujeres, para que dirijan toda
su mirada y todas sus fuerzas en la tarea de evangelizar mediante la vivencia
centrada en Dios Padre y Creador y en Jesucristo su Hijo, optando preferencialmente
por los pobres y necesitados, dando testimonio de los valores del Reino.
Con
absoluta confianza en Dios, podemos afirmar que es Jesús, el Salvador, quien
restablece la dignidad en el hombre. Es Jesús, con los gestos de humildad quien
se mancha las manos con el dolor del enfermo y quien sufre sin pensar en las
consecuencias que esto le pueda ocasionar. Para Él, el amor está por encima de
todo.
Las
formas de migración de este tiempo son muchas, muchos ancianos, niñas y mujeres
prostitutas, niños y niños desamparados ante el desplazamiento a las grandes
ciudades por la violencia y quienes son mirados por nuestros gobernantes y
gente rica como estorbos. ¿Cuántas son las personas que andan por las calles de
ciudades y pueblos sin trabajo y desamparadas que se le niegan sus derechos a
la subsistencia y buen vivir?
Hermanos,
no compadecernos del dolor de estos pobres y necesitados, no abrirnos a los demás,
no desacomodarnos de nuestras seguridades, no dar la mano a los excluidos y
faltos del amor y la esperanza, es seguir caminando por el mundo sin entender
el Camino que nos lleva a Jesús.
Les
invito a que nos atrevamos a ir caminando siguiendo las huellas de Cristo
Salvador que entrego su vida por el amor a todos los hombres y con decisión, eliminemos
de una vez por toda la marginación que existe en nuestras mentes y el corazón que
tanto nos ciega y nos paraliza.
DIGAMOSLE HOY A JESÚS:
SEÑOR YO CONFÍO EN TI, DAME TU LUZ Y TU AMOR PARA ENTREGARLE A MIS CERCANOS EL
CARIÑO Y EL AMPARO QUE MERECEN