"¿Por
qué me persigues?" Nos pregunta hoy Jesús. Cada vez que nosotros nos
dejamos llevar por el pecado y por las cosas del mundo, estas actitudes nos
conducen a la opresión de nuestra fe y es Jesús quien sufre a causa de nuestros
pecados. Y es porque estas conductas van en contra vía a su plan de vida para
con nosotros y se convierten en persecuciones, tales como las que sufrió antes
de su muerte en la cruz.
Pero,
no estamos solos: Jesús está siempre con nosotros y nosotros en El.
En
la parábola, donde Jesús les dice a sus discípulos: "Yo soy la vid
verdadera, y el Padre es el labrador", Él nos explica que el viñador toma
la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que
den más.
Miren,
es Dios quien quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, ese corazón
de piedra que tenemos y del cual no nos queremos desprender, para darnos un
corazón vivo, de carne. Él quiere darnos vida nueva y llena de fuerza.
La
Misión asumida por Cristo es la de llamar a los pecadores y son ellos, los que
necesitan el médico y no los sanos. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se definió
como el "sacramento universal de salvación" que existe para los
pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la
vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada
por Cristo. Así nos lo recordó SS. Benedicto XVI el 22 de septiembre de 2011.
Los
frutos de los cuales Jesús habla son frutos que duran para la vida eterna, que
no se deterioran, que están siempre frescos.
Estos
frutos son las obras del cristiano y simbolizan el sarmiento. Es cada uno de
nosotros, que se encuentra en la gracia de Dios y que está unido a Jesús en la
vid, quien es el verdadero dador de la savia a toda la viña.
El
deseo de Cristo es que llevamos mucho fruto dentro de nuestro corazón y por
esto nos poda, nos pone a prueba; porque quiere que permanezcamos siempre en
Él. Él no nos dice que permanezcamos con "Él", sino que nosotros
permanezcamos "en" Él. Y permanecer en Cristo es una elección
que sólo nos corresponde hacer a nosotros. Ser fieles a ella sólo será posible
con la gracia de su misericordia.
Permanecer
en Cristo no significa sólo hacer coincidir nuestro actuar, pensar y desear con
su voluntad, sino que requiere un constante empeño en el amor. Amor que
confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida.
Sólo
el amor constante es auténtico. La inconstancia en el amor se llama
volubilidad.
Un
amor que no decae, sino que afronta y resiste a las dificultades de la vida, a
pesar de los golpes y de los ataques. Este amor se fortalece, se purifica, se
vuelve poco a poco más fuerte.
Aferremos
nos, pues, a la vid, que es Cristo, y gustemos su amistad, la savia que nos
sustenta durante el camino terrenal.