martes, enero 27, 2015
CRISTO QUIERE QUE DEMOS MUCHOS FRUTO Y POR ESO NOS PODA, NOS LIMPIA, AUNQUE DUELA.

"¿Por qué me persigues?" Nos pregunta hoy Jesús. Cada vez que nosotros nos dejamos llevar por el pecado y por las cosas del mundo, estas actitudes nos conducen a la opresión de nuestra fe y es Jesús quien sufre a causa de nuestros pecados. Y es porque estas conductas van en contra vía a su plan de vida para con nosotros y se convierten en persecuciones, tales como las que sufrió antes de su muerte en la cruz.

Pero, no estamos solos: Jesús está siempre con nosotros y nosotros en El.

En la parábola, donde Jesús les dice a sus discípulos: "Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador", Él nos explica que el viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más.

Miren, es Dios quien quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, ese corazón de piedra que tenemos y del cual no nos queremos desprender, para darnos un corazón vivo, de carne. Él quiere darnos vida nueva y llena de fuerza.

La Misión asumida por Cristo es la de llamar a los pecadores y son ellos, los que necesitan el médico y no los sanos. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se definió como el "sacramento universal de salvación" que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo. Así nos lo recordó SS. Benedicto XVI el 22 de septiembre de 2011.

Los frutos de los cuales Jesús habla son frutos que duran para la vida eterna, que no se deterioran, que están siempre frescos.

Estos frutos son las obras del cristiano y simbolizan el sarmiento. Es cada uno de nosotros, que se encuentra en la gracia de Dios y que está unido a Jesús en la vid, quien es el verdadero dador de la savia a toda la viña.

El deseo de Cristo es que llevamos mucho fruto dentro de nuestro corazón y por esto nos poda, nos pone a prueba; porque quiere que permanezcamos siempre en Él. Él no nos dice que permanezcamos con "Él", sino que nosotros permanezcamos "en" Él. Y permanecer en Cristo es una elección que sólo nos corresponde hacer a nosotros. Ser fieles a ella sólo será posible con la gracia de su misericordia.

Permanecer en Cristo no significa sólo hacer coincidir nuestro actuar, pensar y desear con su voluntad, sino que requiere un constante empeño en el amor. Amor que confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida.

Sólo el amor constante es auténtico. La inconstancia en el amor se llama volubilidad.
Un amor que no decae, sino que afronta y resiste a las dificultades de la vida, a pesar de los golpes y de los ataques. Este amor se fortalece, se purifica, se vuelve poco a poco más fuerte.

Aferremos nos, pues, a la vid, que es Cristo, y gustemos su amistad, la savia que nos sustenta durante el camino terrenal.
 
posted by Laureano García Muentes at 5:54 a.m. | Permalink |


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