Cuando llega
el final y el comienzo de un nuevo año,
suele ser costumbre de todos los hombres el hacer planes, promesas y buenos
propósitos, con la intención de corregir determinados hábitos negativos o
cambiar ciertas actitudes viciadas que nos han creado problemas, nos han
desviado la vida y hasta nos han separado de la presencia de Dios. Y, al mismo
tiempo, diseñamos nuevas estrategias o formas de responder frente a las dificultades, contratiempos,
adversidades, y, diseñamos el emprendimiento de proyectos para asumir nuevos retos...
Esta costumbre
de hacer planes han de ser expresiones loable, sinceras y de buena voluntad por
buscar la perfección y mejorar en lo posible nuestras vidas haciéndola
diferente y de acuerdo con los propósitos que Jesús nos quiere enseñar.
Y es que Jesús
nos llama constantemente a emprender una vida nueva.
Y esa vida
nueva que Jesús nos trae a todos los hombres es una renovación interior en la debemos
despojarnos de todo obstáculo para acercarnos más a Dios.
Miren, Jesucristo
es el Salvador. Para salvarse es necesaria una vida moral buena y una ayuda
divina. Jesús no expone su doctrina moral en el orden con que la estudiamos en
los libros. Sus enseñanzas surgen en discursos muy variados y como respuesta a
cuestiones que le plantean. A pesar de este modo de enseñar, su doctrina moral
es concreta y clara.
Si leemos y
analizamos el mensaje que nos muestra el Evangelio de San Marcos 10, 17-22 en
el que se narra el encuentro de Jesús con el llamado joven rico, es muy
significativo de la nueva moral cristiana.
Recordémos un poco:
«Cuando Jesús
salía para ponerse en camino, vino un hombre corriendo y, arrodillándose ante
Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?
Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios: Ya
conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no
dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
Él respondió: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia. Y Jesús,
fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: Una cosa te falta: anda,
vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo;
luego ven y sígueme. Pero él, con el rostro afligido por estas palabras, se
marchó triste, pues tenía muchas posesiones.
Fijémonos
detenidamente en este diálogo. El joven le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de
hacer para alcanzar la vida eterna?». La pregunta es claramente moral. El joven
quiere saber qué acciones son buenas y conducen a la salvación.
Jesús le da
tres respuestas a esta pregunta:
1ª ¿Por qué
me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. En esta primera respuesta
indica que el único ser absolutamente bueno es Dios. Lógicamente será el único
totalmente deseable. Todos los demás seres no merecen ser llamados buenos; por
lo tanto, no merecen ser colocados como fin último de una acción moral. Los
bienes creados son limitados, son medios pero no son fines.
2ª San Mateo
dice en la segunda respuesta: «Si quieres entrar en la vida eterna guarda los
mandamientos» (Mt. 19, 17). San Marcos es todavía más explícito: «Ya sabes los
mandamientos: no matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso
testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre» (Mc. 10, 19).
Jesús hace
referencia a los diez mandamientos revelados a Moisés, recogidos en el Éxodo y
en el Deuteronomio. Estos mandamientos fueron revelados para que todos
fácilmente y sin error pudieran conocer el bien moral imprescindible. Cualquier
hombre honrado podía llegar a conocerlos con su razón natural. Sin embargo, es
de notar que Jesús hace referencia primero a los mandamientos que afectan al
prójimo, es decir, desde el cuarto al octavo, sin referirse a los más importantes
que son el primero, segundo y tercero, y los más interiores que son el noveno y
el décimo. Esto no es una ausencia, porque la mayor parte de la predicación de
Jesús hace referencia al amor de Dios y a la rectitud de corazón. Sin embargo,
no hay amor de Dios si hay ofensa al prójimo, y estos mandamientos marcan el
mínimo imprescindible en el amor a Dios.
3ª La tercera
parte es la más importante: «Si quieres ser perfecto ve, vende cuanto tienes,
dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven, y sígueme». (Mt.
18, 21). San Marcos dice casi las mismas palabras con un añadido: «Una sola
cosa te falta» (Mc. 10, 21). Es el desprendimiento, la generosidad y el
seguimiento de Jesús. Es decir, la imitación más cercana posible de la vida de
Jesús.
Es conocida
la reacción de aquel joven, que se marchó triste porque era rico y estaba
apegado a sus riquezas.
De un modo
similar al del joven rico, Jesús llamó a sus Apóstoles diciéndoles: -Sígueme..
Los evangelistas narran que «al instante dejaron las redes y le siguieron». Así
sucede tanto con los que eran pescadores; como en Mateo el publicano y los demás. ¿En
qué consiste este seguimiento?
Todos los
pasajes que hablan de «seguimiento» indican una gran exigencia pues deberán:
«abandonar todo» (Lc. 5, 11; Mc. 18, 28). Por ejemplo: familia, casa,
posesiones, dinero, riquezas. El «seguimiento» que Jesús pide a los discípulos
más próximos es de una entrega plena. Esta entrega hará que sean introducidos
en la intimidad del Maestro y vivan una vida nueva. El discípulo recibe esta
llamada: «El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga» (Mc. 8, 34).
La vida nueva
que Jesús trae a los hombres es más que una doctrina moral, es una renovación
interior en la que el hombre debe despojarse de todo aquello que sea obstáculo
para acercarse más a Dios y al prójimo.
Se trata de
una renovación espiritual, realizándose en el cristiano una -justicia y
santidad verdaderas. Esta renovación requerirá lucha, oración, esfuerzo; pero
se realizará, ante todo, por la acción de la gracia de Dios en el alma. Como
insiste San Pablo a los colosenses, deberán «despojarse del hombre viejo y
revestirse del nuevo».
Revestirse
del hombre nuevo será arrancar el mal que exista en la propia vida moral e
identificarse con Cristo, teniendo sus mismos sentimientos, conducta,
pensamientos y obras, dentro de lo posible: «No soy yo ya el que vivo, sino que
vive en mi Cristo. (Gal. 2, 20).
Pidámosle al
Salvador que nos ayude a realizar con tenacidad y entrega nuestros propósitos durante este nuevo año que
está iniciando y que cada día su Luz nos encienda el corazón para que con su
ayuda podamos caminar sin miedo en medio de todos los obstáculos que nos ofrece
el mundo, y así alcanzar al final, ese hombre perfecto que quiere que
construyamos.
SEÑOR, COLOCAMOS EN TUS MANOS NUESTROS
SUEÑOS E IDEALES, AYUDANOS A CONSTRUIR LA VIDA NUEVA QUE NOS PROPONEMOS.