Quienes
seguimos a Jesús, hemos tomado la firme decisión
de ser sus perpetuos discípulos, unos aprendices de sus enseñanzas, personas
que permanecen en todo momento a la escucha del Maestro, en constante actitud
de docilidad, queriendo aprender y dejándose enseñar.
Miren: En los tiempos de Jesús, seguir a un maestro o rabí partía de la iniciativa de la
persona que querían ser su discípulo, quien lo elegía, lo cambiaba o podía
tener varios maestros. En el caso de Jesús todo es distinto. Él es quien nos
dice: "No me habéis vosotros elegido, fui yo mismo quien os elegí" Jn
15,16
Esta
ejemplaridad de Jesús como Maestro fue única y absoluta; Él se constituyó en
ejemplo porque sus actos eran auténticos, justos y naturales. Seguir su ejemplo
no significa "remedarle" sino VIVIR EN EL Y OBRAR SEGÚN SU ESPÍRITU.
Sólo
es MAESTRO el que enseña un mensaje propio, no el que transmite el mensaje de
otro. Y JESÚS no sólo es "EL MAESTRO" sino que sabe que su doctrina
no es suya, sino del Padre y que él sólo habla y transmite las palabras del
Padre.
El ESPÍRITU SANTO es nuestro MAESTRO INTERIOR porque nos enseña por dentro, desde
dentro interior.
Jesús
Enseñaba Con Su Ejemplo. Jesús no sólo decía lo que tenían que hacer las
personas, sino que Él mismo ponía en práctica lo que enseñaba. De este modo,
nos dio ejemplo de cómo debemos amarnos unos a otros: Él amó a todos, incluso a
los enemigos, perdonó siempre, ayudó y consoló a quien lo necesitaba.
Unos
buenos padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, y por eso están
dispuestos a perdonarlos. Jesús que busca lo mejor para nosotros, está siempre dispuesto a perdonarnos.
Él
dijo que no había venido a buscar a los sanos, sino a los pecadores. Jesús está
siempre dispuesto a perdonar y curar todas nuestras faltas, nuestras
debilidades, nuestras cobardías y traiciones.
La
mirada que Jesús dirige al pecador, igual que miró a Pedro cuando le negó, no
es una mirada de desprecio, que humilla y condena, sino una mirada de
comprensión, que anima a comenzar de nuevo. El da la fuerza para cambiar de
vida. Su Muerte y Resurrección nos recuperan la amistad con Dios y con los
hermanos.
Cuando
el hijo pródigo se encontró con su padre, no hubo gritos ni renegadas, sino
solamente perdón y alegría. Jesús siempre nos espera; no para castigarnos, sino
para que volvamos a ser amigos.
Nosotros,
en cambio, cuando vemos caer a un hermano, solemos despreciarlo y aun
separarnos de él. Mucho peor si somos nosotros los ofendidos.
Si
no perdonamos, nunca avanzaremos.Todos
somos pecadores. Y necesitamos perdonarnos para poder caminar. Ni la familia,
ni la amistad, ni la organización podrán funcionar si no sabemos perdonarnos.
Hemos de aprender de Jesús. Tanto es así, que si no nos perdonamos, ni Dios
siquiera nos perdonará.
SEÑOR, TU NOS REGALAS
VIDA Y NOS FORTALECES CON LA LUZ DE TU ESPÍRITU. ENSÉÑANOS BUEN
MAESTRO A PERDONAR.