Nos cuesta mucho entender el lenguaje que
nos ofrecen las Sagradas Escrituras donde Dios expresa el deseo de
Dios de unirse a su pueblo como esposo con esposa. Y si intentamos acoger la
declaración divina de amor, al interpretarla desde los parámetros humanos,
corremos el riesgo de forzar su sentido.
Al leer por ejemplo al profeta
Jeremías vemos que él, nos llega a expresar su experiencia del amor de Dios, de
Quien no pudo huir, cuando dice: "Me sedujiste, Señor, y me dejé
seducir; me forzaste y me pudiste".
El, Intentó evadirse, hacer ruido,
excusarse, cuando expresó: "Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más
en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en
los huesos; intentaba contenerla, y no podía".
Cuando Dios toca el corazón se hace
irresistible, y se instala el deseo de relación con Él, que se describe como sed, anhelo,
búsqueda sin descanso. Así lo expresa el salmista: "Oh Dios, tú eres mi
Dios, por ti madrugo, mi alma está
sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin
agua".
Si te ha tocado
el corazón la
certeza del Tú divino, si en
verdad se te ha revelado lo que es y desea Dios para ti, comprenderás las imágenes
de la sed para describir tu necesidad de celebrar la relación con Aquel que
sabes que te ama. Es muy distinto vivir como quien lleva a cabo un proyecto,
cumple un propósito, desea alcanzar una meta, de saberse esperado por un rostro
que te ama, y al que deseas.
El amor de Dios totaliza las
relaciones y deja gustar la afectividad teologal. Santa Teresa dice que ningún amor se deja, sino por un amor
mayor. Solo
cuando se percibe el amor divino se es capaz de lo que San Pablo recomienda en
su carta a los romanos: "Os exhorto, por la misericordia de
Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a
Dios".
Pero ¿cómo saber si uno ama a Dios? ¿Cómo
avanzar por el camino de la pertenencia a Él? Y la Palabra del Evangelio nos
traza el mapa. Jesús manifestó el amor mayor por nosotros ofreciendo su vida. Y
Él mismo enseñó a los suyos cuando les dijo: "El que quiera venirse
conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno
quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué
podrá dar para recobrarla?"
SEÑOR,
TU ERES MI LUZ Y MI SALVACIÓN, EN TI, CONFÍO. YO TE AMO Y DESEO SEGUIRTE AMANDO
Y PARTICIPAR EN LA FIESTA QUE NOS HAS VENIDO PREPARADO.