La sabiduría de Dios se contrapone a la “sabiduría” humana que es
comparada al conocimiento y el manejo que una persona posee y que en muchos
casos acoge para humillar y pisotear a los más débiles y sencillos de nuestra
sociedad.
Y es que la cultura actual promueve eso: el ser reconocido, el ser
capaz de sobresalir, el ser capaz de ocupar los primeros lugares, el de recibir
honra y alabanzas. Poco se habla de cultivar la actitud de humildad y solo se
exalta el ego (el Yo).
Hoy la humildad no tiene cabida en la sociedad y en ella, es catalogada
como algo desvalorizado, ser algo así como falto de carácter, algo como servil
y despreciable.
Para Dios, la humildad y la sencillez constituyen los valores
fundamentales que deben adornar a las personas, porque poseer estas cualidades
hacen que las personas sean más abiertas a la revelación de Dios y a su mensaje
salvífico y a la esperanza.
San Pablo en su carta a los Romanos (12:3) les exhorta con estas
palabras: “Digo, pues, por la gracia que me fue dada, a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de si que el que debe tener,
sino que piense que si con cordura, conforme a la medida de la fe que Dios repartió
a cada uno”
La humildad es por tanto, el reflejo de la fuerza de carácter y de dominio
propio, es reflejo de seguridad y de autoestima positiva.
Quien es humilde tiene conciencia de sus habilidades y capacidades
propias, y como no tiene nada que demostrar es abierta a aprender y a reconocer
sus errores y a apreciar el valor de las otras personas. Es libre de
egocentrismos.
El humilde no es orgulloso, no es soberbio, no es arrogante.
La prepotencia y la soberbia de los que se creen sabios o entendidos no
permiten construir relaciones pacificas e igualitarias. No poseen el espíritu de
Cristo y por tanto, aun no son cristianos. Así lo define San Pablo en la carta
a los Romanos 8,9.11-13.
No nos cansemos de buscar la humildad e irradiarla a todos los que están
a nuestro lado. Permitamos que Dios invada nuestras vidas y nos haga signos de
su amor y su verdad en el mundo.
No olvidemos que la humildad es el fruto del amor fraternal por las
personas, que expresa el deseo de servir y ayudar a otros.
SEÑOR, ALIMENTA NUESTRA
FE PARA SER SIGNOS DE TU AMOR Y DE LA SALVACIÓN EN CUALQUIER LUGAR DONDE
ESTEMOS.