lunes, julio 07, 2014
SEAMOS HUMILDES Y SENCILLOS DE CORAZÓN


La sabiduría de Dios se contrapone a la “sabiduría” humana que es comparada al conocimiento y el manejo que una persona posee y que en muchos casos acoge para humillar y pisotear a los más débiles y sencillos de nuestra sociedad.

Y es que la cultura actual promueve eso: el ser reconocido, el ser capaz de sobresalir, el ser capaz de ocupar los primeros lugares, el de recibir honra y alabanzas. Poco se habla de cultivar la actitud de humildad y solo se exalta el ego (el Yo).

Hoy la humildad no tiene cabida en la sociedad y en ella, es catalogada como algo desvalorizado, ser algo así como falto de carácter, algo como servil y despreciable.

Para Dios, la humildad y la sencillez constituyen los valores fundamentales que deben adornar a las personas, porque poseer estas cualidades hacen que las personas sean más abiertas a la revelación de Dios y a su mensaje salvífico y a la esperanza.

San Pablo en su carta a los Romanos (12:3) les exhorta con estas palabras: “Digo, pues, por la gracia que me fue dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de si que el que debe tener, sino que piense que si con cordura, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno”

La humildad es por tanto, el reflejo de la fuerza de carácter y de dominio propio, es reflejo de seguridad y de autoestima positiva.

Quien es humilde tiene conciencia de sus habilidades y capacidades propias, y como no tiene nada que demostrar es abierta a aprender y a reconocer sus errores y a apreciar el valor de las otras personas. Es libre de egocentrismos.

El humilde no es orgulloso, no es soberbio, no es arrogante.

La prepotencia y la soberbia de los que se creen sabios o entendidos no permiten construir relaciones pacificas e igualitarias. No poseen el espíritu de Cristo y por tanto, aun no son cristianos. Así lo define San Pablo en la carta a los Romanos 8,9.11-13.

No nos cansemos de buscar la humildad e irradiarla a todos los que están a nuestro lado. Permitamos que Dios invada nuestras vidas y nos haga signos de su amor y su verdad en el mundo.

No olvidemos que la humildad es el fruto del amor fraternal por las personas, que expresa el deseo de servir y ayudar a otros.


SEÑOR, ALIMENTA NUESTRA FE PARA SER SIGNOS DE TU AMOR Y DE LA SALVACIÓN EN CUALQUIER LUGAR DONDE ESTEMOS.

 
posted by Laureano García Muentes at 6:25 a.m. | Permalink |


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