martes, mayo 20, 2014
SOLO EN LA CRUZ LA GENEROSIDAD ENCUENTRA SU VERDADERO SENTIDO

Los discípulos de Jesús tenemos el privilegio de descubrir la realidad de Dios a través de la persona de Jesús, y esto lo logramos mediante la fe, la que no ha de provenir de nuestras acciones buenas, sino amando a Dios Padre.

Todos sin excepción, estamos llamados a ser testigos de Aquel que fue levantado entre cielo y tierra para traernos la reconciliación. Estamos llamados a ser como el Señor Jesús, signos de contradicción en una cultura de muerte que muchas veces nada quiere tener que ver con Él. Ser fiel a este camino que es el único camino a la Plenitud, a la realización de nuestras inquietudes y dinamismos íntimos, es una tarea que no admite mediocridades en la entrega. Es necesario ser generosos.

Pero miremos a nuestro alrededor. Si nos ponemos a preguntar por la generosidad no podremos menos que descubrir que escasea cuando no falta, que pocas parecen estar dispuestas a dar algo gratis. Que nosotros mismos que decimos haber optado por el Señor Jesús somos a veces mezquinos y andamos limitando nuestra entrega. ¿Por qué?

Un criterio fundamental de la cultura de muerte es el egoísmo. Vivimos el tiempo del sólo yo, el individualismo se expresa de mil formas traicionando las ansias de comunicación real que todos tenemos. La generosidad no tiene lugar en un orden de cosas basado en el individualismo. Se convierte en un absurdo que sólo puede traernos sufrimientos y decepciones. La generosidad implica un vivir para el otro que ciertamente se convierte en escándalo en la medida en que contradice este criterio fundamental del sólo yo.

Cabe entonces preguntarse ¿Para qué ser generoso? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo aprender a ser verdaderamente generoso?

El Señor Jesús muestra el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad, de su vocación, sólo en Él descubrimos el sentido y el valor de las cosas. En Él encontrarnos la razón de ser de la generosidad verdadera, porque todo lo que somos y tenemos es fruto de la generosidad inicial de Dios que nos creó, del Padre que envió a su Hijo Único para que conformándonos a Él en el Espíritu Santo seamos hijos suyos. Toda la hondura de nuestro ser, todo lo que conocernos de nosotros mismos y de lo que nos rodea, todo lo que nos sostiene y no conocernos, todo bien del que disfrutamos, empezando por la vida, es una muestra de la amorosa generosidad de Dios.

Y la muestra más grande de la generosidad de Dios es que "envió a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). El Señor Jesús muere en la Cruz por cada uno de nosotros. Esa es la raíz de la verdadera generosidad. Sólo en la Cruz la generosidad encuentra su verdadero sentido, toda generosidad humana brota de ahí, porque desde la Cruz hemos sido hechos hermanos, hijos de una misma Madre que también lo dio todo por nosotros enseñándonos que es por el camino de la generosidad y la entrega que uno se encuentre con el Señor Jesús y con su felicidad.

María no mide, no calcula, no se pone mezquina ante Dios, no se pone a especular sobre las intenciones de Aquel que nos ama, no tiene esas pretensiones de soberbia que muchas veces sella nuestra forma de pensar. No, María se dona íntegra y dándolo todo a Dios lo da todo a los hombres convirtiéndose en la verdadera Madre de los vivientes en el orden de la gracia.

Cuando uno descubre todos estos dones en su vida, cuando uno se da cuenta de que todo en la vida es don generoso de Dios que nos ama, la generosidad propia se convierte en una necesidad inspirada por el Amor, arraigada en nuestros dinamismos fundamentales. La generosidad de quien se encuentra con el Señor Jesús es un brote vital del corazón que encuentra en la entrega total al hermano que sufre una alegría que nada puede remplazar, ni quitar, ni oscurecer, y menos imitar (Jn 16, 22).

La misión a la que hemos sido convocados por el Señor Jesús exige de nosotros esta generosidad como respuesta a los dones recibidos de Dios. Nadie puede decir que su entrega no vale la pena o que es muy poca cosa para responder. Nadie puede decir tampoco que su entrega es la mejor. A cada uno le toca responder desde su corazón según el máximo de su capacidad y sus posibilidades. Se trata de dar toda la vida, nunca menos (Mt 10, 39). La generosidad con que nos entreguemos al Plan de Dios determina nuestro crecimiento, nadie cosecha donde no siembra.

Contrariamente a lo que el mundo afirma la generosidad en la entrega es la raíz de la alegría verdadera. Generosidad y alegría son inseparables.

Estamos llamados a instaurarlo todo en Cristo bajo la guía de María, esto sólo lo lograremos si nos entregamos a nuestra misión con todo el entusiasmo y generosidad de nuestros corazones.

SEÑOR, ENSÉÑANOS A SER GENEROSOS Y A COSECHAR DONDE SEMBREMOS TU AMOR 


 
posted by Laureano García Muentes at 4:16 p.m. | Permalink |


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