Los
discípulos de Jesús tenemos el privilegio de descubrir la realidad de Dios a través
de la persona de Jesús, y esto lo logramos mediante la fe, la que no ha de
provenir de nuestras acciones buenas, sino amando a Dios Padre.
Todos
sin excepción, estamos llamados a ser testigos de Aquel que fue levantado entre
cielo y tierra para traernos la reconciliación. Estamos llamados a ser como el
Señor Jesús, signos de contradicción en una cultura de muerte que muchas veces
nada quiere tener que ver con Él. Ser fiel a este camino que es el único camino
a la Plenitud, a la realización de nuestras inquietudes y dinamismos íntimos,
es una tarea que no admite mediocridades en la entrega. Es necesario ser
generosos.
Pero
miremos a nuestro alrededor. Si nos ponemos a preguntar por la generosidad no
podremos menos que descubrir que escasea cuando no falta, que pocas parecen
estar dispuestas a dar algo gratis. Que nosotros mismos que decimos haber
optado por el Señor Jesús somos a veces mezquinos y andamos limitando nuestra
entrega. ¿Por qué?
Un
criterio fundamental de la cultura de muerte es el egoísmo. Vivimos el tiempo
del sólo yo, el individualismo se expresa de mil formas traicionando las ansias
de comunicación real que todos tenemos. La generosidad no tiene lugar en un
orden de cosas basado en el individualismo. Se convierte en un absurdo que sólo
puede traernos sufrimientos y decepciones. La generosidad implica un vivir para
el otro que ciertamente se convierte en escándalo en la medida en que
contradice este criterio fundamental del sólo yo.
Cabe
entonces preguntarse ¿Para qué ser generoso? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo aprender
a ser verdaderamente generoso?
El
Señor Jesús muestra el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad, de
su vocación, sólo en Él descubrimos el sentido y el valor de las cosas. En Él
encontrarnos la razón de ser de la generosidad verdadera, porque todo lo que
somos y tenemos es fruto de la generosidad inicial de Dios que nos creó, del Padre
que envió a su Hijo Único para que conformándonos a Él en el Espíritu Santo
seamos hijos suyos. Toda la hondura de nuestro ser, todo lo que conocernos de
nosotros mismos y de lo que nos rodea, todo lo que nos sostiene y no
conocernos, todo bien del que disfrutamos, empezando por la vida, es una
muestra de la amorosa generosidad de Dios.
Y
la muestra más grande de la generosidad de Dios es que "envió a su Hijo
único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida
eterna" (Jn 3, 16). El Señor Jesús muere en la Cruz por cada uno de
nosotros. Esa es la raíz de la verdadera generosidad. Sólo en la Cruz la
generosidad encuentra su verdadero sentido, toda generosidad humana brota de
ahí, porque desde la Cruz hemos sido hechos hermanos, hijos de una misma Madre
que también lo dio todo por nosotros enseñándonos que es por el camino de la
generosidad y la entrega que uno se encuentre con el Señor Jesús y con su
felicidad.
María
no mide, no calcula, no se pone mezquina ante Dios, no se pone a especular
sobre las intenciones de Aquel que nos ama, no tiene esas pretensiones de
soberbia que muchas veces sella nuestra forma de pensar. No, María se dona
íntegra y dándolo todo a Dios lo da todo a los hombres convirtiéndose en la
verdadera Madre de los vivientes en el orden de la gracia.
Cuando
uno descubre todos estos dones en su vida, cuando uno se da cuenta de que todo
en la vida es don generoso de Dios que nos ama, la generosidad propia se
convierte en una necesidad inspirada por el Amor, arraigada en nuestros
dinamismos fundamentales. La generosidad de quien se encuentra con el Señor
Jesús es un brote vital del corazón que encuentra en la entrega total al
hermano que sufre una alegría que nada puede remplazar, ni quitar, ni
oscurecer, y menos imitar (Jn 16, 22).
La
misión a la que hemos sido convocados por el Señor Jesús exige de nosotros esta
generosidad como respuesta a los dones recibidos de Dios. Nadie puede decir que
su entrega no vale la pena o que es muy poca cosa para responder. Nadie puede
decir tampoco que su entrega es la mejor. A cada uno le toca responder desde su
corazón según el máximo de su capacidad y sus posibilidades. Se trata de dar
toda la vida, nunca menos (Mt 10, 39). La generosidad con que nos entreguemos
al Plan de Dios determina nuestro crecimiento, nadie cosecha donde no siembra.
Contrariamente
a lo que el mundo afirma la generosidad en la entrega es la raíz de la alegría
verdadera. Generosidad y alegría son inseparables.
Estamos
llamados a instaurarlo todo en Cristo bajo la guía de María, esto sólo lo
lograremos si nos entregamos a nuestra misión con todo el entusiasmo y
generosidad de nuestros corazones.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A SER GENEROSOS Y A COSECHAR DONDE SEMBREMOS TU AMOR