Jesús después de platicar sobre el perdón, los escándalos y las caídas con sus discípulos y con los que le seguían , emprendió nuevamente su correría por otros pueblos y ciudades; pero notaba
cierta intranquilidad en ellos, ya que demostraban su poca fe. Algunos de
ellos se atrevieron a decirle: “Señor, auméntanos la fe” Su respuesta fue: “Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
Arráncate y plántate en el mar, y os habría obedecido. ¿Quién de vosotros
tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice:
Pasa al momento y ponte a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame algo para
cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después
comerás y beberás tú? ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que
le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os
fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”.
Jesús explica el poder
extraordinario de la fe. La fe auténtica, la confianza inquebrantable en Dios
que puede realizar milagros humanamente incomprensibles.
Al hombre de hoy le cuesta aceptar que la fe sea capaz de hacer este tipo de milagros. Creo que en general, la fe del hombre actual es más débil que antes. Muchos cristianos pasan incluso por una crisis de fe. Y esto nos lleva a la pregunta: ¿Qué se necesita para que la fe cristiana arraigue profundamente en un hombre y quede fuerte y sana? Sabemos que Dios, por medio del Bautismo nos da la gracia inicial para que la fe pueda nacer y crecer en un cristiano. Esta fe recibida en el bautismo es una semilla. Y la semilla está hecha para producir una planta y la planta para producir frutos. Para que la semilla de la fe pueda crecer en el alma, Dios nos sigue regalando gracia, para que ello se logre, el hombre debe demostrar con humildad y confianza su firmeza y decisión. El apóstol Santiago nos dice en su carta: “Dios resiste a los soberbios, pero da la gracia a los humildes” (4.6). Y el mismo Jesús nos enseña en el Evangelio pedir con confianza: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y lo tendréis” (Mc 11,24).
La fe es un regalo de
Dios. Pero también es una respuesta personal del hombre mismo. Él puede y
debe colaborar en el crecimiento de su fe. Debe vivir y realizarla en su vida
de cada día. Debe probarla con hechos y actos de fe concretos.
La semilla que no es
cuidada y alimentada, no puede madurar; se seca y muere. Y pienso que esa es
la razón de la debilidad y hasta desaparición de la fe en muchos de nuestros
contemporáneos.
Además de la gracia de Dios y de la cooperación del hombre, es la Comunidad de los creyentes. La fe sólo puede arraigar en un hombre, cuando forma parte de una comunidad cristiana, porque la fe no es asunto privado de uno. En la comunidad recibe la revelación de Dios y le da su respuesta de fe. Por eso dice San Pablo: “¿Cómo creerán si nada oyeron de Él? ¿Y cómo oirán si nadie les predica?” (Rom 10,14). Pero no es suficiente predicar solamente con palabras. Más importante y fecundo es predicar con una vida de fe. Porque la vida sólo nace de la vida. También una fe vigorosa nace sólo de una fe eficaz y fuerte. Queridos hermanos, por eso pidamos, que el Señor nos regale la gracia de crecer permanentemente en la fe y en la vinculación personal con Él, y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento. Pidámosle también a la Sma. Virgen, madre y modelo de la fe, que nos fortalezca y acompañe en nuestro caminar hacia la Casa del Padre. |
SEÑOR,
ENSEÑANOS A SER FUERTES Y A NO DECAER
EN MEDIO DE LOS AFANES DE LA VIDA, AUMENTA NUESTRA FE.
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