Estamos en Navidad y nos
hemos venido preparando para recibir a Jesús, el Hijo de Dios en nuestros
corazones.
Es tiempo de Adviento,
tiempo de gracia, y en él, tenemos la
oportunidad de vivir la fraterna unión no solo con Dios sino con todos los que
conviven a nuestro alrededor.
Es por ello que les invito a
detenernos un poco y a que reflexionemos sobre este tiempo que nos regala el
Señor para vivir la plenitud de la reconciliación y el perdón encontrando la
paz verdadera.
Recordemos que Dios hizo
todas las cosas con sabiduría y amor, y que admirablemente creó al hombre. Cuando
éste por desobediencia perdió su amistad, no lo abandonó al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendió la mano a todos y envío a su Hijo Unigénito a
vivir entre nosotros, naciendo de una mujer virgen, por obra y gracia del Espíritu
Santo; para que, quien le encuentre, viva con Él la plenitud de una vida nueva.
Con su paciencia ilimitada,
su incansable fidelidad al plan de reconciliación, al transcurrir de los tiempos,
el Señor ha ido conduciendo a los hombres con la esperanza de la salvación,
porque Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y vuelva a Él
y viva. Admirablemente así lo expresa la
parábola del Hijo Pródigo, página central de la revelación y parábola de la
entera historia de la familia humana.
El perdón de los pecados
está en el corazón mismo del anuncio evangélico desde su mismo comienzo. Jesús
declara repetidamente que ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido
(Lc 19, 8) y no se contentó solo con exhortar a los pecadores a que se
convirtiesen e hiciesen penitencia, sino que acogió a los pecadores para reconciliarnos con el Padre y les perdonó los pecados como en el caso de la
pecadora, del paralítico o de la mujer adúltera. Comió con publicanos y
pecadores y su comprensión hacia el pecador la expresó en varias parábolas.
Como signo, además, de que tenía poder para perdonar los pecados, curó a los
enfermos de sus dolencias.
Esta centralidad del perdón
de los pecados en toda la obra de Jesús quedó consagrada para siempre en el
cáliz de su "sangre derramada por muchos para el perdón de los
pecados".
Esta obra no podría
considerarse acabada con su muerte: Ella debía alcanzar a todos los hombres, quienes
a pesar de todo siguieron pecando.
Allí no termino su obra, ¡Cristo
Resucito! ; Y resucitado, confió a los
Apóstoles continuadores de lo que Él hizo la misión de anunciar a todos los
hombres el perdón y la reconciliación que Dios mismo les ofrecía en la muerte y
resurrección de su Hijo; encargándoles predicar el camino de conversión abierto
a todos, junto con el poder de atar y desatar, de perdonar y retener
eficazmente los pecados. Al darles el Espíritu Santo y revestirles de la fuerza
de lo alto.
Como Jesús y movidos y
animados por el Espíritu Santo, inauguran su misión con la exhortación a la
Penitencia el día de Pentecostés, proclaman "un bautizo para el perdón de
los pecados", e indican que la conversión, llevada a su cumplimiento en el
bautismo, es la condición primera para la salvación.
Desde entonces, y a lo largo
de toda su historia, la Iglesia no ha cesado jamás de predicar la conversión y
la reconciliación, ni ha dejado de perdonar los pecados porque tiene conciencia
de ser dispensadora de la gracia del perdón, merecido por Cristo una vez por
todas y porque el Espíritu Santo, principal agente de la remisión de los
pecados, habita en ella.
La Iglesia, por esto, como
la define el Vaticano II, es en Cristo como un sacramento, o sea, "signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano". Ella debe buscar ante todo llevar a los hombres a la reconciliación
plena, proclamando la misericordia de Dios y exhortando a los hombres a la
penitencia para que abandonen el pecado y se conviertan a Dios.
Con este mensaje de la
reconciliación queremos exhortar a todos a encontrar de nuevo a Dios y a vivir la
esperanza participando de la gloria de Dios.
SEÑOR,
QUE EN ESTE TIEMPO DE ALEGRÍA POR TU LLEGADA, PODAMOS VIVIR A PLENITUD TU
PALABRA Y SER MOTIVADORES DE LA RECONCILIACIÓN QUE NOS HAS MOSTRADO EN EL
MUNDO.