“Con la muerte se
experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo continúa un proceso
de corrupción, mientras que su alma va al encuentro de Dios”.
Cuando
vamos a la misa decimos en el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos...”.
¿Qué significa para nosotros esto?
Lo
hemos vivido y estoy seguro en afirmar: Cuando muere un familiar o un amigo,
solemos estar tristes por su muerte. La muerte nos hace pensar en lo
desconocido y, muchas veces, nos preguntamos si nuestro ser querido estará ya
en el cielo con Dios, o si tendrá que esperar para resucitar, ¿qué pasará con
su cuerpo y con su alma?, etc.
Y
no estamos muy lejos de esa realidad. Hoy en día, estamos acostumbrados a darle
una respuesta a todo. Sin embargo no podemos dar respuesta a muchas
interrogantes sobre la muerte y la vida después de la muerte. Por lo mismo,
esta realidad suele incomodarnos y angustiarnos.
De
acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los hombres mueren y “los que
hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal,
para la condenación.”
Dios
nos dio una vida temporal en la tierra para ganarnos la vida sobrenatural. Con
la muerte termina nuestra vida en la tierra. (Juan 5, 29, cf. Dn. 12,2).
Cristo
resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrenal, su cuerpo
era ya un cuerpo glorioso, un cuerpo incorruptible, un cuerpo que ya no estaba
sujeto al tiempo y al espacio. Por esto, podía aparecer y desaparecer en los
lugares, pero a la vez, seguía siendo un cuerpo humano que podía beber y comer.
Dios
nos ama a nosotros como seres humanos en cuerpo y en alma. Al resucitar a la
vida, vamos a tener un gran gozo en cuerpo y en alma. En Cristo, “todos
resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Concilio de Letrán IV: DS
801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Filipenses 3,
21).
Con
la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo del
hombre continúa un proceso de corrupción –como cualquier materia viva– mientras
que su alma va al encuentro de Dios. Esta alma estará esperando reunirse con su
cuerpo glorificado. Con la resurrección, nuestros cuerpos quedarán
incorruptibles y volverán a unirse con nuestras almas.
Nos
podemos preguntar: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Cuándo resucitarán?
El
“cómo” no lo podemos entender con la razón, solamente con la fe. Nos puede
ayudar a acercarnos a este gran misterio nuestra participación en la Eucaristía
que nos da ya, un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo.
El pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios,
ya no es pan ordinario, sino Eucaristía.
El
“cuándo” será en “el fin del mundo” (LG 48). El último día, el fin del mundo,
los hombres no sabemos cuándo va a ser, sólo Dios lo sabe.
Hay
quienes afirmaron hace ya unos años que en el año 2000 el mundo terminaría, se acabaría.
Porque “las profecías lo decían así”. Se habla de que en ese momento, se iba a
acabar el agua, que vendrían pestes, terremotos, etc.
Pero
no son más que invenciones de los hombres, pues Cristo nos dijo, claramente,
que nadie puede saber el día ni la hora en que “la resurrección de la carne”
sucederá, ni siquiera Él mismo, sino sólo el Padre. No debemos preocuparnos
tanto de conocer la fecha, sino que lo importante es trabajar en nuestra
santidad para estar siempre preparados y así poder alcanzar la gloria de Dios
al morir.
¿Podemos
gozar de la gloria, de la vida celestial de Cristo resucitado?
Gracias
al Bautismo, quedamos unidos a Cristo y podemos participar en la vida celestial
de Cristo resucitado. Gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra
es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo.
Dios
nos alimenta con su cuerpo en el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es
el alimento del alma que llena nuestra vida de gracia.
Al
terminar la vida en la tierra, viene la muerte. Con la muerte se acaba nuestro
peregrinar en la tierra. Se acaba el tiempo de gracia y de misericordia que
Dios nos ofrece para vivir nuestra vida de acuerdo a lo que Jesucristo vino a
enseñarnos; para poder ganarnos el premio de la vida eterna y la gloria.
La
Iglesia nos anima a prepararnos para nuestra muerte.
¿Por
qué existe la muerte? Muchos somos los que nos preguntamos.
La
muerte fue contraria a los designios de Dios. Dios nos había destinado a no
morir. Sin embargo, la muerte entró en el mundo como consecuencia del pecado
del hombre.
La
muerte fue transformada por Cristo. Jesús quiso morir por amor a nosotros en la
cruz. Cumplió libremente con la voluntad del Padre. Su obediencia transformó la
muerte en una bendición.
El
sentido de la muerte cristiana lo podemos expresar con estas frases:
“Para
mí, la vida es Cristo y morir, una ganancia”. ( Flp. 1,21)
“Dejadme
recibir la luz pura, cuando yo llegue allí, seré un hombre”. (San Ignacio de
Antioquía)
“Yo
no muero, entro en la vida” (Santa Teresita del Niño Jesús).
“Deseo
partir y estar con Cristo” (San Pablo).
En
la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. El hombre puede transformar su propia
muerte en el momento anhelado de unión y amor hacia el Padre.
Algunas
personas te podrán decir que la doctrina católica no se opone a la
reencarnación. Afirmarán que la reencarnación puede ser un fenómeno.
Recuerda
que los hombres viven una sola vez, mueren una sola vez y son juzgados para ir
a la vida eterna (de felicidad, si fueron justos, y de infelicidad, si no
cumplieron lo que debían hacer). Al final de los tiempos resucitarán los
muertos (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1022 y 1038). ¡No hay reencarnación
después de la muerte! Cada uno de nosotros somos uno, único e irrepetible.
Fuente:
Catholic.net