Durante la Misa de toma de posesión en la Basílica de San Juan de Letrán, con ocasión del Domingo de la Divina
Misericordia, el Papa Francisco exhortó a los fieles a dejarse “envolver por la misericordia de Dios”.
Y en ella nos exhortaba:
“Queridos
hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos
en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a
su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de
encontrar su misericordia en los sacramentos”.
Ahí, indicó el Santo Padre, “sentiremos su ternura, tan bella,
sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de
paciencia, de perdón y de amor”.
Francisco también expresó su alegría
por celebrar “por primera vez la
Eucaristía en esta Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma”.
Luego se refirió a la celebración del
segundo domingo de Pascua, llamado “de la
Divina Misericordia”.
“Qué
hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un
amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que
siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía”.
El Papa señaló que en el Evangelio del
día, “el apóstol Tomás experimenta
precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús,
el de Jesús resucitado”.
“Tomás
no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: ‘Hemos visto el Señor’; no le
basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré.
Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado”.
“¿Cuál
es la reacción de Jesús?”, preguntó el Papa, “la paciencia: Jesús no abandona
al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la
puerta, espera”.
El Santo Padre señaló que “Tomás reconoce su propia pobreza, la
poca fe: ‘Señor mío y Dios mío’: con esta invocación simple, pero llena de fe,
responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina,
la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado
abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino
creyente”.
El Papa también puso como ejemplo a
Pedro, que “tres veces reniega de Jesús
precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo
encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: ‘Pedro,
no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí’; y Pedro comprende, siente la
mirada de amor de Jesús y llora”.
“Qué
hermosa es esta mirada de Jesús –cuánta ternura –. Hermanos y hermanas, no
perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios”.
El estilo de Dios, dijo el Papa “no es impaciente como nosotros, que
frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es
paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da
confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar”.
“Dios
nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y
si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos”.
Francisco recordó además “la parábola del Padre misericordioso”, la
cual, aseguró, “me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza”.
“Piensen
en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así
quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más
bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del
calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No,
nunca”.
El padre, recordó el Papa, “está allí, lo ve desde lejos, lo estaba
esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo,
incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el
patrimonio, es decir su libertad”.
“El
Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un
momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su
encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de
reproche: Ha vuelto. Y esa es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está
toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa”.
Sin embargo, el Santo Padre subrayó
que “la paciencia de Dios debe encontrar
en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el
pecado que haya en nuestra vida”.
“Jesús
invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la
herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y
esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos”.
El Papa remarcó que “es precisamente en las heridas de Jesús que
nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón”.
“Tal
vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de
Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de
Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y
que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti,
te pide sólo el valor de regresar a Él”.
El Santo Padre recordó que en muchas
ocasiones durante “mi ministerio pastoral
me han repetido: ‘Padre, tengo muchos pecados’; y la invitación que he hecho
siempre es: ‘No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo’”.
“Cuántas
propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar
por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos
números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aún
siendo pecadores, somos lo que más le importa”.
El Papa señaló que Jesús “cargó con la vergüenza de Adán, con la
desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado”.
“Acuérdense
de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de
mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y
encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón”.
Francisco señaló que durante su vida “he visto muchas veces el rostro
misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la
determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí,
acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre”.
“Y he visto siempre que Dios lo ha
hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado”.
FUENTE: aciprensa
ES
ADMIRABLE VER CÓMO NOS AMA DIOS. NUESTRO COMPROMISO HA DE ESTAR CADA DÍA
CENTRADO EN LA VALENTÍA DE QUERER VOLVER Y ENVOLVERNOS EN SU
MISERICORDIA DEJANDO A UN LADO TODO LO QUE NOS ATA Y NOS ENVUELVE EL CORAZÓN.
LLEVEMOS SIEMPRE PRESENTE EN NUESTRO CORAZÓN QUE DIOS ME AMA.