«Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes y se las has revelado a ingenuos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu
beneplácito. Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo
sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar.»
Lc 10.21-24
Todos los hombres en el mundo deseamos la paz, aspiramos a
que se viva en justicia y exista la libertad; se acabe la opresión, el desacierto,
las guerras y la violencia entre nosotros mismos. Soñamos con ser felices para
siempre.
Vivir este tiempo de Adviento, es celebrar y vivir, bajo
el signo del encuentro, la búsqueda afanosa del hombre con Dios. Es por ello,
que desde siempre, de generación en generación, cada año, se prolongan esos
anhelos.
El Adviento no es una simple preparación de la navidad,
es el animarnos a recuperar la esperanza e infundir el coraje que nos impulse a
tomar decisiones y deseos de cambio en nuestras vidas.
Cuando en todo el
mundo se prepara a recibir la navidad, parece florecer la alegría y el
compartir. Todo es fiesta, se encienden las luces en las grandes ciudades,
pueblos y casas por más pobres que sean, todos y todas nos llenamos de color y
de buen ánimo.
Es hora de sentarnos unos instantes para revisar nuestras
vidas, de discernir como la vamos construyendo y como se mantienen nuestra fe y
nuestra esperanza.
Miremos un instante el tiempo transcurrido y lo que nos
depara de hoy en adelante. Si damos vuelta a la historia de nuestra familia,
podemos recorrer los afanes y sacrificios vividos por nuestros antepasados para
traernos bienestar en el día de hoy.
Recordemos un poco nuestra historia y vivámosla con
profundidad. Aquellos abuelos mayores trabajaban hombro a hombro las huertas y
campos para lograr obtener lo fundamental para vivir y dejar a sus futuras
generaciones un legado que les ayudara a su supervivencia. Un tiempo plagado de
esfuerzos, sacrificios y lo más importante, de mucho amor.
Nuestros padres, sus tareas no fueron fáciles. Ellos
buscaban afanosamente danos bienestar y educación, puertas muy importantes que
nos abrieron hacia lo que es hoy nuestra vida.
Al llegar al día de hoy, sería bueno preguntarnos: ¿Sera
que esta historia nos ha impulsado a vivir junto a nuestra familia, hijos y
nietos los mejores valores y las grandes esperanzas para que estas futuras
generaciones sean mejores en su entorno?
Existe algo muy especial y es esa fuerza que nos une a
todos, es esa, un gran tesoro: Y es la fe, es esa, la raíz de nuestros pueblos.
Es la esperanza que nos hace vivir como una gran familia que está destinada a
sembrar y seguir sembrando en todo tiempo y lugar: El Amor.
Al celebrar la Navidad, una vez más recordamos y hacemos
vida la presencia de Dios entre los hombres. Lo sentimos cerca, hecho un niño, frágil,
débil, llega al mundo plagado de desesperanzas y de irresponsabilidades de sus
gobernantes, pero viene de manera humilde naciendo en un portal, pero lleno de
felicidad porque su misión es la de liberarnos, llenarnos de esperanzas y de
verdades para vivir en la plenitud. Solo quiere darnos felicidad.
Donde vive Dios, hay futuro. Y cuando hablamos de futuro,
nuestro corazón se muestra expectante mirando al mas allá, a remar
mar adentro a pesar de las dificultades, a cuidar lo que tenemos y a huir a la
superficialidad.
Estamos en el tiempo de cuidar nuestra fe, acercarnos
cada vez más a Dios con humildad, sin vergüenza, a sentarnos con Él en su mesa,
a acoger su palabra, vivir con humildad y amando a nuestros hermanos más desfavorecidos
que viven en la miseria y el abandono.
Sintámonos hijos de Dios, más cristianos, seguidores del
mejor de los maestros, el guía inigualable, el que tiene un corazón grande y
donde todos cabemos por igual. Este será por siempre el mejor sentido y regalo
de la Navidad.
SEÑOR, TU ALBERGAS
NUESTRAS ESPERANZAS, LLÉNANOS DE VIDA PARA DAR MUESTRA AL MUNDO DE TU INFINITO AMOR.