« ¡Oh insensatos y tardos de corazón
para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo
padeciera eso y entrara así en su gloria?»
Lc
24.25
Me encontraba a las afueras de un supermercado en Cartagena
(Col) a la espera de mi esposa cuando escuche muy de cerca a un par de señoras conversando
sobre sus últimos contratiempos.
Una más preocupada le decía a la otra:… “¡Cuánto tiempo
me he gastado esperando que salga ese empleo del que te hable hace varios días.
Imagínate, ya llevo aproximadamente cinco semanas y aun no me han llamado, ni
tampoco me han enviado ninguna noticia a la casa!”… y siguiendo con esa decepción
se desahogaba contándole muchas otras cosas de su vida.
Entre tantas cosas que le refirió a su amiga me llamó la
atención un relato donde ella insistentemente decía: “Figúrate esto mija.
Viajamos de nuestro pueblo a Cartagena creyendo que en esta ciudad íbamos a
encontrar de todo. Nos habían dicho que aquí indudablemente era más fácil y que
pronto podríamos recuperar lo que mal vendimos; pero… todo esto ha sido lo
contrario. Aquí, hemos perdido lo poco que ya teníamos de la venta del rancho, de
los animalitos y hasta de mis muebles y enseres.
¡Mira cuanta desdicha! Llevamos aquí en Cartagena como
seis meses y si no es gracias a mi hermana que vive en el barrio Blas de Lezo, no
hubiésemos podido sobrevivir. Lo mejor del cuento es que todos los días junto a
mis hijos salimos por las calles tocando puertas a ver si nos sale algún empleo
y nada. Ya hemos perdido la esperanza y hasta la fe.
Cuando tocamos las puertas de las casas, la gente sin
vernos gritan “No está”,” no tenemos plata”, o simplemente no salen a decirnos
nada. Se nota el egoísmo de la gente y que nadie quiere ayudar a nadie”.
La amiga sobresaltada por la historia, le pedía que
tuviera paciencia y que no perdiera la confianza en Dios. Y le decía: “mira…
así son las cosas en las ciudades. Aquí todo es diferente a lo que se vive allá
en el pueblo. A veces existe la
desilusión y se pierde hasta la esperanza de lograr lo que añoramos.
Yo un poco inquieto por el diálogo que sostenían esas dos
señoras, con discreción me acerque a ellas y les pregunte sobre sus
preocupaciones. Casi en coro ellas asombradas me dijeron: “¿Señor, usted quien
es para que se meta en nuestros asuntos?, ¿nos estaba escuchando?” y les
respondí que si.
Les comente que era Salvatoriano Laico y que pertenecía a
una Comunidad que llevaba de fundada aquí en Cartagena más de veinte años, que
tenía como sede la Iglesia Santa Cruz en el barrio de Manga. Que mi misión era
la de escuchar, guiar y asesorar a hombres y mujeres en la superación de sus
dificultades haciéndoles vida el conocimiento de Cristo como el Salvador del
mundo.
Ellas reaccionaron inmediatamente y me contaron ligeramente
lo que platicaban, pidiéndome una orientación.
Les hice referencia entonces al desespero y hasta la
decepción que sufrieron los discípulos de Jesús cuando después que lo
crucificaron salían hacia sus lugares de origen espantados. Así lo hizo Cleofás
ya de camino a su casa. Él le decía a un desconocido que iba a su lado: “Nosotros
estábamos muy confiados y esperábamos que el seria quien nos liberaría, pero
como son las cosas, lo crucificaron hace ya tres días. Los sacerdotes y los
romanos lo llevaron a la muerte”
Figúrense ustedes, ellos igual que ustedes esperaban encontrar en Jesús todo
lo que la vida les podría ofrecer para alcanzar la felicidad. Pero como ustedes
ven, todo quedó peor que antes.
Esto que les estoy contando lo pueden leer en Lc 24,13-35
que habla de los discípulos de Emaus.
Miren ustedes lo que les sucedía a estos amigos del mismísimo
Jesús. La cruz les había matado toda esperanza de lograr obtener y alcanzar
quizás un mejor nivel de vida. Pero ¡ojo!, aquí es donde radican nuestra
debilidades. Nos quedamos adoloridos y estancados con la presencia de la
muerte, nos vienen a la mente los fracasos, las decepciones y no avanzamos
hacia lo más importante que es el paso de la muerte a la vida nueva; y es eso
lo que nos ofrece acoger la resurrección.
Ellas un poco escandalizadas por mis palabras me decían:
“como así que usted nos habla del paso de la muerte a la resurrección”, “¿acaso
nos hemos muerto?” “estamos es decepcionadas de tanto egoísmo de la gente de
hoy en día”.
Yo les dije, tienen toda la razón en pensar eso. Pero
miren, tanto en los tiempos antes y después de Jesús, como en los de hoy, la
gente siempre espera algo, pero a pesar de todo los esfuerzos ante la esperanza
fracasan.
¿Miren de donde provienen nuestras decepciones y
desilusiones que nos martirizan y acaban la vida? Ustedes y muchos de nosotros
nos sentimos igual y hasta peor que ustedes, derrotados, derribados y abrazados
a las cruces de cada día. Cuando no nos sentimos cerca de Jesús nos creemos perdidos.
Cuando aceptamos llevar en nuestros corazones la presencia de Él, nos
reanimamos, perdemos el miedo y la desconfianza. Y lo mejor de todo, las
puertas más duras y pesadas, se nos abren.
Al leer este Evangelio del que les hablo podrán ustedes
apreciar que cuando terminaron los discípulos su correría de aproximadamente 18
Kilómetros a pie junto a ese desconocido, lo reconocieron y llenos de alegría y
de esperanza salieron corriendo a avisarle a los demás lo que sentían ahora.
Qué grande es nuestro Jesús, el amigo fiel que nunca
falla. Nos da fuerzas, nos ofrece su amistad, nos acompaña a donde queremos ir,
nos anima, nos fortalece y nos enseña a vivir de verdad una vida nueva.
Igual que esos discípulos les invito a cambiar esas
actitudes y a perder el miedo de enfrentar las realidades. Tenemos que avivar
la confianza y tomar el rumbo nuevo,
Llevemos a la práctica todo lo que nos enseñan las Santas
Escrituras y veremos que nuestras vidas serán renovadas con la fuerza y las
gracias de Dios.
A las señoras se les notaba una nueva actitud y abrazándome
me dieron las gracias por haberles ayudado a reflexionar acerca de sus composturas
negativas. Me puse a sus órdenes y dándoles la dirección de la Parroquia y mi
teléfono. Les pedí que se comunicaran conmigo.
Amigos, estas son las oportunidades que Dios nos brinda para
encontrar en medio de las dificultades su mensaje que nos conlleva a orientar
la vida y buscar el camino que nos ofrece.
SEÑOR,
QUE GRANDE ERES, TU MISERICORDIA SE REFLEJA EN CUALQUIER MOMENTO Y EN CUALQUIER
LUGAR DE NUESTRA VIDA.