martes, octubre 21, 2008
NO PODEMOS HACER DEPENDER LA VIDA DE LOS DEMÁS

Ayer por la mañana una señora cuando caminaba muy cabizbaja y distraída por la bahía, al notar que casi nos chocamos de frente, me comentó su preocupación: “Perdone señor, no lo vi, he caminado hoy como en el limbo, porque desde que me levante muy temprano, me he puesto a pensar que a pesar de vivir con mi esposo y mis hijos, me siento sola; de verdad, la peor soledad se da cuando estamos más que acompañados”.

Un poco extrañado por lo que me dijo, le pedí que me explicara el porque me lanzó esa expresión. Ella, sin mediar palabras y con ganas de calmar su ansiedad, me dijo: “Mire señor, yo nunca he tenido con usted confianza, pero lo he visto mucho en la Parroquia y creo que me puede orientar”, a lo que le dije: Señora cuente conmigo, Dios dispone las cosas a veces, por el bien de quienes le aman.

Ella comenzó su historia así: “Señor, vivo desde hace algunos años una experiencia de soledad, de día y noche. El que dice llamarse mi esposo, no me habla, no se interesa de mí, no reconoce ningún espacio ni derecho, duerme conmigo en la misma cama pero me ignora y me trata con indiferencia: Me siento sola”.

“Mis hijos están casi en la misma situación, llegan de sus colegios y de la universidad y casi no me determinan, se encierran en sus piezas, encienden el televisor o se acuestan a escuchar música o a jugar”, “¡me siento abandonada!”.

De verdad, es una gran soledad, le dije. Sabes que, esa soledad es también a veces, un vació de uno mismo y falta de Dios. Cuando nos amamos y nos valoramos somos capaces de darnos cuenta de que quien no nos valoran, no nos merecen.

Le continué diciendo: No podemos hacer depender nuestra vida de los demás, no podemos andar detrás de los otros, mendigando cariño y soportando desprecios. Cada cual es responsable ante Dios de su vida y de su historia. Nuestras dependencias e incapacidades nos mantienen sumidos a sentimientos dañinos y dolorosos.

Es importante que hoy tengamos un encuentro verdadero con Dios y mediante una oración sincera le pidamos de corazón su ayuda misericordiosa. Que sea Él nuestro guía y que nos ilumine nuestros pensamientos y sentimientos para continuar, que nos brinde las fortalezas para mirarnos hacia adentro de nosotros y así, junto Él, tomar conciencia de quienes somos, que queremos hacer y hacia donde queremos conducir la barca de nuestra vida.
Si nos llenamos el corazón de amor propio, podremos darle amor y presencia de Dios a los que están a nuestro alrededor.

Le dije por último: Señora, a partir de hoy piense que no está sola, siempre estará acompañada por Dios, Él está pendiente de todos nosotros y dispuesto brindarnos su amor cuando así se lo pidamos.

Ella, muy cordial me dio la mano y con gesto de gratitud y actitud diferente, se marcho.

SEÑOR, TU ERES LA GUÍA DE NUESTROS ACTOS, ACOMPAÑANOS PARA IR SEMBRANDO TU AMOR EN CADA CORAZÓN.
 
posted by Laureano García Muentes at 5:34 p.m. | Permalink |


0 Comments:


<body>