
La esperanza es la actitud fundamental de la existencia de todo hombre, pues ella solo es posible cuando alcanzamos de verdad y con todo vigor, la liberación sobre el estado de inconsciencia a la que nos tiene sometido el mundo y aprendamos a vivir de manera justa, lucida y responsable.
Para un cristiano de verdad, el proceso de transformación permanente ha de ser su ideal; pues con ella, se hace frente al temor, al embotamiento, al vicio, a la ambición, la codicia y la maldad, antivalores que se van adentrando tanto en el corazón que seduce a ser pecador.
Jesús durante su vida fue un creador incansable de esperanzas y nunca se cansó de contagiarla a todos aquellos que le rodeaban. Hoy gracias a Él, el hombre y las mujeres tienen fortaleza y respuesta ante la vida y la muerte, ante el amor y la violencia.
Quien vive con esperanza en todo momento quiere tomar en serio su vida, no se instala en esta, creyendo solo en ella y en lo que da el mundo como definitivo. Al contrario, piensa y considera siempre que la vida hay que construirla a cada momento y para ello se hace necesario estar unido a Dios.
Una verdadera esperanza no es un sueño inalcanzable que embota y adormece. Ella, tomada en serio y con todo vigor nos desinstala y nos pone en pie de lucha frente a la injusticia y a la desigualdad. La esperanza hace que el hombre viva de manera justa e igual en la sociedad.
Hoy en muchas partes escuchamos gritos de alerta que nos dicen: “Levántense, alcen la cabeza, tengan cuidado, etc”, pues no hemos caído en cuenta que con muchas de nuestras actitudes frente a la vida estamos matando la esperanza. Y es que sin pensarlo, con esas apetencias exageradas y esas ansias desordenadas por el poder y el dinero vamos creando en nuestro interior murallas que nos encierran y nos limitan; y solo pensamos en nuestro disfrute.
Y es que ya palpamos nuestro deterioro: Nos mostramos insensibles y hasta no nos mueven las injusticias, ni las muertes violentas de personas inocentes, ni los desplazamientos forzados de los pobres donde les quitan sus pertenencias y sus tierras. Seguimos viviendo la vida adormecida ante el dolor de muchos.
La Palabra de Dios ha de ser para nosotros la fuerza que nos conmueve el alma y nos hace estar a la espera vigilante, paciente y activa para el encuentro nuestro y con los demás. Cristo es quien nos libera y orienta hacia sus caminos, haciéndonos peregrinos permanentes de la justicia y de la esperanza.
SEÑOR, SE TÚ FUENTE DE NUESTRAS ESPERANZAS Y ORIENTADOR PERMANENTE DE NUESTROS CAMINOS.