Los hombres vivimos siempre preocupados por buscar las verdades de las cosas, siendo muchos los que hoy viven investigando insistentemente para lograr esclarecer hechos o acontecimientos que han pasado. Pero, se dedican a escudriñar tanto, que deciden en acortar los trayectos, en cuanto a tiempo e historia, utilizando atajos y creyendo que por allí, se llega más rápido y de manera efectiva a las metas planteadas.

De igual manera nos pasa cuando queremos cambiar y renovar nuestras vidas, muchos nos hemos equivocado escogiendo senderos equivocados y dejándonos llevar de personas que dicen tener el don de la profecía o enviados, para señalar, a quienes caen en sus manos, unos caminos torcidos y errados.

No nos dejemos engañar, Cristo no es un camino más, quien busca la verdad y la vida no elije cualquier camino, sino que sabe con seguridad por medio de la fe, que el camino que nos muestra Cristo, es el verdadero.

El retorno al Padre se hace mediante el recorrido de la vida en la gracia que nos concede Dios, y para recórrelo hay que buscar y encontrar a Jesús y dejándolo todo, seguir tras sus huellas. Él, con insistencia nos lo dice: “Yo soy el Camino”. No miren hacia atrás ni vuelvan, no tomen rumbos diferentes u otros criterios, o diversas concepciones de la vida, así, no llegarán a la meta.

El camino que nos conduce al Padre está en la misma vida y recorrerlo significa aceptación y compromiso para cargar las cruces que se nos presentan. Él nos anima, nos fortalece y nos enseña el camino verdadero para que nos convirtamos en signos perennes de sus enseñanzas en el mundo.

Cristo nos llena de vida en la medida que vamos recorriendo el camino hacia el Padre. Él nos regala los sacramentos para con ellos sostenernos y fortificarnos en este caminar por el mundo.

Cuando caminando en Cristo, desfallecemos ante las dificultades y las persecuciones del mundo, el Señor nos dirá aliméntese “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”.

SEÑOR, FORTALECE NUESTROS PASOS Y MUESTRANOS CADA DÍA EL CAMINO QUE NOS LLEVA AL PADRE.