Dios tiene un plan para cada hombre y llama a que vivamos la experiencia de la fe junto con los valores cristianos que se ajustan plenamente a nuestra manera de ser.
Él nos garantiza la realización personal y la obtención de la plena felicidad.

Cuando le respondemos positivamente y aceptamos seguirle diciéndole “si”, nos unimos a Él, defendemos abiertamente y sin temor sus intereses y nos colocamos en disponibilidad para desempeñar la tarea que nos asigne.

Dar a Dios una respuesta positiva es dejarnos conducir por su Espíritu, abandonándonos en sus manos y dejando todos aquellos intereses personales y del mundo, para admitirlo como centro de nuestra existencia.

Él nos llama a cada instante y no nos deja solos, nos acompaña constantemente en medio de los acontecimientos que nos suceden en la vida, desde las personas que nos rodean, desde nuestros padre, hermanos, familiares, amigos, profesionales, religiosos, conocidos, desconocidos y sobre todo en los pobres, necesitados y marginados a quienes la sociedad considera desechables.
Él es sorprendente está donde menos lo pensamos, por ello, nuestra actitud hacia Él ha de ser de escucha permanente, de vigilancia y de apertura.

Él nos llama por nuestros nombres, es decir, su llamada es personalizada y original. Nuestro paso ha de ser definitivo y sin dudas, siguiendo el máximo ejemplo que Jesús ha sembrado en nuestros corazones: La fidelidad al Padre.

Tener la disponibilidad, la voluntad y la entrega ha de ser los signos que nos identifican como creyentes y que nos señalan como seguidores fieles a la fe.

Entendamos la llamada de Dios y demos el paso definitivo que nos ha de conducir a la perfección de nuestro ser.


SEÑOR, TU ERES NUESTRO GUÍA PERFECTO, NUESTRO MAESTRO Y ÉL QUE NOS MOLDEA LA VIDA.