sábado, marzo 15, 2008
PERMITAMOS QUE JESÚS TOQUE NUESTRAS VIDAS

Ha pesar de la negativa del hombre de no querer abandonar los pecados del mundo, Dios le insiste permanentemente para que guarde sus preceptos y siga de manera segura el mensaje de la salvación que revelo su Hijo Jesucristo.

Dios invita a vivir una vida que sea testimonio de resurrección llena de alegría y esperanza, apoyada en las fortalezas de su Espíritu, con fe firme y llena de valor para enfrentar las dificultades y de una fuerza que sea capaz de propagar la luz de Cristo entre muchos de los que hoy se encuentran sumidos al destierro por el pecado para que así, con Él, decidan tomar partido ante el ultraje y la destrucción a la que constantemente están sometidos.

Comprendemos como el hombre de hoy con gran facilidad cambia y modifica su estilo de vida por seguir caprichos personales dejándose convencer por personas y medios a que se encuentra sometido; abandona con sorprendente facilidad sus ideales y sus proyecciones, estudios, trabajo, familia y hasta sus principios religiosos para convierte en adicto a vicios y perversiones que le corroen su personalidad con ideas fanáticas, inestables y vanidosas.

La falta de fidelidad es asombrosa para con Dios y para consigo mismo. Y es que ser fiel no es fácil, ello le implica al hombre arriesgarlo todo para convertirse en una persona capaz de sostenerse y sobreponerse con firmeza ante toda amenaza aún a costa de su propia vida. Y es allí precisamente, donde está nuestro desafío.

Jesús fue esa ejemplar insignia para los hombres, no se dejó nunca amilanar ni vencer por ninguna amenaza o dificultad, hasta el punto, que asumió con gran valentía su pasión y muerte en cruz.

En este tiempo de gracia en la Semana Mayor, es importante que nos despojemos de todo ese universo creado en nuestras conciencias y que nos empujan al abismo de la perdición, de esos bienes y vicios fugaces que dañan la persona humana, de esas angustias a las que nos vemos sometido día a día y a esas faltas de seguridades de asumir nuestra propia libertad.
Dejemos pues, que Jesús quien pasa a nuestro lado mirándonos afanosamente, toque nuestro corazón y lo transforme.

Somos concientes de ser imperfectos y frágiles, pero la puerta de nuestra propia felicidad se nos abre para que alcancemos la plenitud a la que nos llama Dios y el encuentro definitivo con Él.

“YO HE VENIDO A LIBERARLOS PARA QUE NO SEAN MÁS ESCLAVOS DEL PECADO”.
Jn. 8-31-42
 
posted by Laureano García Muentes at 6:43 p.m. | Permalink |


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