
El Adviento conduce cada día a mirar con los ojos bien abiertos el interior de nuestro ser y descubrir en él, esas aflicciones, odios, egoísmos y rencores guardados que nos ocasionan violencia al corazón, frenan el avance que queremos dar a nuestra vida y nos impiden conocer y escuchar a Jesús para sanarlas e ir junto a Él, iniciando una vida nueva llena de esperanza, con absoluta libertad y decididos a trabajar y servir en la viña del Señor.
Es el tiempo de recargar las baterías de nuestros impulsos y deseos con nuevas motivaciones; y como nuevos hombres llenos de fe, nos convirtamos en efectivos discípulos misioneros de Jesús para el mundo de hoy, atreviéndonos a salir e ir a cualquier lugar, ha proclamarlo con gozo como el único y verdadero camino que nos lleva a la perfección del ser; y que sus palabras de vida eterna, nos transforman y enseñan a utilizar sin temor los medios y modos para que sean muchos los que lo conozcan y se salven.
Necesitamos hoy de una paz interior, una paz que sea llevada permanentemente dentro del corazón y que silencie toda violencia del mundo exterior. Esa paz que todo cristiano seguidor de las huellas del Maestro, ha de llevar muy adentro de su ser y que haga vivenciar y transmitir con testimonio de vida al mundo entero. Es esa la paz innata que enseña Cristo el príncipe de la paz.
Quienes optamos voluntariamente y con plena libertad seguir a Jesús, tenemos que luchar incansablemente contra el mal que aqueja, violenta y corrompe el corazón del hombre y que lo aleja cada vez más de la presencia de Dios.
Un fiel seguidor de Jesús, un cristiano de verdad, ha de saber que este tiempo de Adviento es preciso para discernir, enfrentar y afrontar la lucha, explorando su interior y descubriendo en él, los dardos y puñales que ocasionan las heridas al corazón a fin de sanarlas. Esas heridas que se van ahondando, por las incomprensiones y persecuciones que sufrimos como soldados de Cristo.
Estamos pues, invitados por el Señor a realizar el compromiso de constituirnos en instrumentos de paz; no de una paz inconsciente y aparente, sino real, valiente y llena de tenacidad.
“¿CREÉIS QUE ESTOY AQUÍ PARA DAR PAZ A LA TIERRA?
NO, OS LO ASEGURO, SINO DIVISIÓN”. Lc. 12.51