jueves, noviembre 08, 2007
TEMPESTAD Y CALMA

Son incontables las angustias y las dificultades que padece mucha gente, que dan la sensación de nunca acabarse. Según algunos empeoran cada día y hasta las llegan a calificar como un castigo de Dios. Ellos, con los corazones debilitados y quebradizos por las necesidades que atraviesan, optan por asumir posiciones que dan muestra de un agotamiento espiritual y un deterioro de sus personalidades, dejando entre dicho, una poca mirada al ser que les creó.

Me refiero a aquellos que en estos días viven tragedias por las inundaciones provocadas por el crudo invierno, el deslizamiento de viviendas, huracanes y peligrosos terremotos, que sucumben poblaciones enteras. Gentes que hoy viven el desamparo de la sociedad y de aquellos que teniendo el poder y el dinero, no hacen nada por aliviar tanta tristeza. Ellos lloran por la pérdida desprevenida de sus viviendas, familiares, amigos, enseres domésticos, semovientes, etc, y ante toda esa desdicha se preguntan: ¿…donde está Dios?

¡Que desidia!, se muestran incrédulos y estigmatizados ante las desgracias. No desean siquiera vivir su propia experiencia con Dios, ni tampoco les interesa su suerte ni sus debilidades, y les da miedo intentar cambiar actitudes o modales, porque se han encerrado dentro sus propios egoísmos e inseguridades, que no quieren enfrentar la vida tal cual como Dios la destinó, con sus cruces. Entonces se lamentan y lo censuran de cruel, destructor, culpable y enemigo.

¡Como nos hemos llenado de tanta desesperanza! Ante nuestras incertidumbres, salimos corriendo y huyendo despavoridos, comentamos los sucesos y sin pensar, no nos detenemos un instante y en vez de recapacitar, seguimos en medio de las dificultades y de las agonías. Nos olvidamos que Dios es nuestro Padre y que está a nuestro lado llenándonos de confianza y fortalezas para que continuemos la vida en medio de los problemas.

Así le sucedió a Pedro cuando quiso alcanzar a Jesús al verlo caminar por las aguas turbulentas y también a los discípulos de Emaús, cuando caminaban desconcertados hablando sobre los infortunios ocurridos en Jerusalén, donde vieron morir a su líder a manos de cruentos criminales, en Él, habían depositado toda su confianza y sus esperanzas.

Hay un adagio muy cierto: “Después de la tempestad viene la calma”. Toda tempestad por muy fuerte que sea pasa o tiene su fin; y de ella, siempre quedan cosechas de esperanzas.

Aprendamos pues a tener calma en medio de los mares turbulentos y confiemos en Dios, nuestro Padre quien está a nuestro lado enseñándonos a tener fe y a soportar todas las dificultades. No caigamos en la incredulidad y no perdamos el timonel de nuestra barca, ya que después de toda tempestad viene la calma.

AFIRMA TU CONFIANZA EN LA DIVINA PROVIDENCIA
Y NO PIERDAS LA FE
 
posted by Laureano García Muentes at 3:34 a.m. | Permalink |


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