A través de la historia humana, Dios ha sido claro a todos los hombres con esta propuesta categórica: Cambiar y ser testigos catequistas.
En la Biblia, se vivencian muchos apartes sobre la historia de la salvación del pueblo de Dios. A nuestros antepasados los patriarcas y profetas, les pidió Dios, la transformación de sus vidas, para que convertidos, llenos del Espíritu, lo anunciaran a todos los pueblos, mediante el amor de los unos con los otros, la justicia social, la fraternidad entre los pueblos y naciones, la convivencia pacifica y participativa y la paz entre hermanos.
Juan Bautista, pregonaba al pueblo Judío con mucha insistencia el cambio de vida y de actitudes invitándoles a la conversión.
Jesús le pidió a Zaqueo y a Saulo, cuando los encontró sumidos en la oscuridad de sus vidas, hacer un alto en el camino, les incitó a que meditaran como habían realizado su existencia y, ya arrepentidos de sus errores, fueran sus enviados y testigos por todo el mundo.
Todos ellos con furor y ardor, iniciaron una ardua y persistente labor de propagación del Evangelio y llenos del Espíritu Santo, se convirtieron en informadores catequistas de la fuerza liberadora de Dios, y del anuncio hasta hoy, de un nuevo estilo de vida y de un camino lleno de fe, esperanzas y de absoluta confianza en la Divina Providencia.
Jesús ha salido a nuestro encuentro y nos ha pedido también, que para ser sus fieles seguidores, sus discípulos, es necesario tomar una actitud radical de cambio: Dejarlo todo y ser felices a su lado.
Con esa experiencia del testimonio de nuestros antepasados, y con una fe fortalecida, sin ningún temor o miedo, nos hemos atrevido a ser también propagadores de esperanza e ir invitando a la conversión y participación a todos los hombres en el Reino de Dios.
Hemos tomado conciencia de que enderezando nuestros rumbos y nuestras actitudes, disfrutamos de una nueva vida y de un mejor bienestar personal y familiar. Por tanto, este detenerse y reflexionar, es ante todo un querer mejorar, es querer ser mejores y ello deberá ser hecho no solamente desde criterios humanos sino en una dimensión de la fe.
Pregúntate:
¿Qué diferencia hay entre lo que soy y lo que debo ser?