martes, mayo 29, 2007
UNA EXPERIENCIA DE DIOS VIVO
Cuando vivimos la alegría y sabemos disfrutar lo que somos y tenemos, pregonamos a viva voz que somos felices. Pero muchos de nosotros pretendemos conseguir esa felicidad basándonos en cosas superficiales y ambiciosas.

Por nuestra fe, el ser humano como hijo de Dios ha nacido para vivir eternamente. Pero muchas veces nos equivocamos y pretendemos alcanzar la felicidad tan añorada a base de carreras, de excesivo trabajo, buscando fines inmediatos, acumulando riquezas o luchando constantemente por obtener títulos y reconocimientos para “hacernos respetar” dentro de la sociedad.
No vivimos el presente y enfocamos todas nuestras energías hacia futuros de ensueño que nunca llegan.

Para muchos la vida es corta y ligera, se va como un suspiro. Es por ello que se hace necesario poner en manos de Dios todo lo que hacemos a cada instante y tener la absoluta confianza que solo Él es el único que lo dispone todo. Tenemos que aprender a vivir y morir poco a poco comenzando desde el día que nacimos. Educarnos a sentir que lo cotidiano es lo necesario y es el escenario obligado que poseemos. Por ello, es primordial saber manejar las emociones agradables o desagradables, disminuyendo éstas y aumentando las otras. El resultado será la paz, la alegría y la serenidad.

Me he referido de esta manera, porque cuando salí a caminar hoy un amigo me contaba una anécdota interesante sobre la felicidad dentro de la pobreza y me pareció importante contárselas a ustedes para que unidos aprendamos a vivir de verdad la experiencia de Dios vivo en nuestras vidas.

Me decía así: “Un cierto día, un papá queriendo mostrar a su hijo la pobreza, lo llevó a la casa de una familia campesina. Al regresar le preguntó al niño: “¿Cómo te pareció la pobreza?”. El niño respondió: “¿De qué pobreza hablas? Ellos tienen cuatro perros y yo tengo uno. Nuestra piscina llega sólo hasta la mitad del jardín; en cambio, ellos tienen un riachuelo que nunca termina. Nosotros tenemos lámparas importadas, ellos tienen estrellas. Nuestro patio llega hasta la pared del vecino, el de ellos termina en el horizonte. Ellos tienen tiempo para sentarse a conversar juntos; en cambio, tú y mamá tienen que trabajar siempre y nunca los veo y no me dedican tiempo”. El hijo finalmente añadió: “Gracias, papá, por mostrarme tanta riqueza”.

Recordemos una sola cosa: “El Reino de Dios está dentro de nosotros” (Lc 17,21), está al alcance de cada uno, es el tesoro escondido y es la fuente de la felicidad.
 
posted by Laureano García Muentes at 4:34 a.m. | Permalink |


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