Al
leer el texto del Evangelio de San Mateo 11. 20-24, me pude percatar que Jesús
hace una fuerte recriminación a tres florecientes ciudades de Galilea que están
a la orilla del lago de Tiberiades. Y es que esa amonestación tenía una razón muy
obvia: En estas tres ciudades, Jesús había realizado la gran mayoría de sus
milagros y aun así, sus pobladores no se habían dado muestra de decisiones
firmes para cambiar el sentido que le habían dado a sus vidas.
Y
es que muchos de los que le seguían se habían sentido atraídos y contagiados de
sus enseñanzas y milagros, pero aun así, permanecían aferrados a las seguridades que
les brindaba el mundo.
Jesús
al notar la dureza de sus corazones les demostraba con sus milagros que la
presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo estaban presentes en El y que la falta de una respuesta firme hacia
un cambio de vida era como un rechazo a
la llegada del Reino de Dios a todos, como El con insistencia lo anunciaba.
Y
es que el Reino de Dios se inicia en el hombre cuando el, se deja conmover y
guiar con profunda libertad por la acción del Espíritu Santo que le invita a la
transformación mediante una imitación valiente y leal de seguir los valores que
proclama Jesús, como lo son: la caridad, la verdad, la justicia, el amor, la
paz y la solidaridad.
Y
es que en el corazón de cada hombre es donde se siembra, germina y crece la
semilla de la conversión.
Dicen
que una de las virtudes más raras de nuestros días es el agradecimiento. La
persona agradecida valora lo que otros hacen por ella y quiere reconocerlo de
alguna manera. Tiene la valentía de declarar que no todo lo puede, sino que
necesita la ayuda de los demás.
En
la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en
su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. Pero, ¿son
verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a
causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo
piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga
que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la
avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la
creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia
de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir
de Él, el amor por el prójimo, por las criaturas de Dios, por los hombres,
¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas
en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser
tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra
vida
En
este pasaje, Jesús se lamenta por la actitud de aquellas ciudades a las que Él
había tratado con mucho cariño, regalándoles milagros y prodigios. ¿Por qué, en
lugar de convertirse y volver su mirada agradecida a Dios, seguían como si nada
hubiera sucedido? ¿Por qué les cuesta tanto a los hijos valorar el sacrificio
diario de sus padres? ¿Por qué nos resulta tan fácil recriminar y exigir
nuestros derechos y somos tan perezosos a la hora de dar las gracias?
Les
invito a que nos miremos nosotros mismos y saquemos nuestras propias conclusiones
sobre todo aquello cuánto hemos recibido de Dios: nuestra vida, los familiares
y amigos, las cualidades físicas, intelectuales, morales,... bienes materiales,
etc. ¿Ya le hemos dado gracias por todo eso?
Cristo
advierte a los que han recibido muchos dones, que deben corresponder de algún
modo, en la medida que Dios les ha dado. El que tiene mucho, debe dar mucho.
SEÑOR, COMO ERES DE
BUENO CON NOSOTROS!!! NOS REGALAS TODAS LAS COSAS SIN INTERÉS DE NADA PARA QUE
SE LA BRINDEMOS A QUIENES MAS LO NECESITAN. TE PEDIMOS QUE NOS REGALES TUS FUERZAS
PARA VENCER ANTE TODA ADVERSIDAD Y ASI SEGUIRTE CON LIBERTAD.