Quienes
hemos decidido en seguir a Jesús, asumimos la valentía para testimoniar la fe
en Cristo resucitado en todo tiempo y lugar donde su amor por Él nos lo
inspire, enfrentando con decisión todas las dificultades, contradicciones,
aislamientos, ridiculeces, persecuciones
y si es necesaria hasta la muerte si es necesaria en una cruz.
Si,
aunque parezca esto exagerado, pero de verdad, cuando nos decidimos seguirle y serle fiel, le hemos dicho que
seremos sus soldados dispuestos a brindar al mundo un verdadero testimonio de
su presencia viva y de su evangelio incontenible y transparente, incluso en las
peores de las circunstancias que atraviesa la sociedad de hoy.
Confesar
y testimoniar a Cristo con valentía han sido una de las recomendaciones que nos
hacen sus discípulos más cercanos en las Santas Escrituras.
Es
por ello, que hoy por hoy, nosotros los discípulos de Jesús, debemos
cuestionarnos a cerca de cómo esta nuestra fe, si es débil como el agua de
rosas y tibios o apáticos frente a todas las necesidades y violaciones a las
que se enfrentan los hombres en todas las regiones del mundo.
Recordemos
que cuando oramos el credo afirmamos ser firmes, constantes y creyentes.
Decimos que no negociamos la fe, que ella en nosotros es fuerte. Óigase bien; Si
a ella le cortamos un pedazo, retrocedemos y no avanzamos. Entonces, se hace necesario
en nosotros, cuanto antes, superar todas esas tentaciones que nos atraen y nos debilitan
la fidelidad que juramos al Señor para no vendérsela al mejor postor porque
caemos en la deslealtad.
Sentirse
amados por Dios suscita alegría y devolución del amor. Este amor, expulsa el
temor, crea libertad y gozo de ser verdaderos hijos de Dios.
Frente
a un ambiente social poco favorable a la fe cristiana y, a veces, hostil a la
misma, unas de las tentaciones más frecuentes del creyente actual es el miedo
que se disfraza del silencio cauteloso. Miren a veces guardamos nuestras
creencias y convicciones en las relaciones de amistad, en la vida cívica y
social, ante los criterios de la moda, el matrimonio, la familia, la educación.
El
cristiano tiene que mostrar decisión y valor de discernir y de confesar sus
principios en el dialogo con sus hermanos, con la cultura y con la sociedad de
su tiempo, aunque ello conduzca a la perdida de amistades, popularidad e
inclusive ingresos económicos.
Su
Santidad el Papa Francisco nos destaca hoy la importancia de este valor que
hemos de asumir los Cristianos hoy, cuando nos dice: “pasamos ante tantas puertas que invitan
a entrar prometiendo una felicidad que dura un instante, que se agota en sí
misma y que no tiene futuro. Y preguntó: ¿Por cuál puerta queremos entrar? Y ¿a
quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Y explicó que si
bien se trata de una “puerta estrecha” la que nos conduce al Padre, esta
puerta, que es el mismo Jesús, jamás está cerrada, sino que siempre está
abierta a todos, sin distinción, sin exclusiones ni privilegios”.
De ahí la
invitación del Santo Padre a no tener miedo de atravesar la puerta de la fe en
Jesús, de dejarlo entrar cada vez más en nuestra vida, saliendo de nuestros
egoísmos, de nuestras cerrazones y de nuestras indiferencias hacia los demás.
“SEÑOR, TE AGRADEZCO LA FE. CONSERVA
MI FE, HAZ QUE CREZCA. QUE MI FE SEA FUERTE, AUDAZ Y QUE ME AYUDE EN LOS
MOMENTOS EN QUE, COMO PEDRO Y JUAN, DEBO HACERLA PÚBLICA. DAME EL CORAJE”.