viernes, septiembre 11, 2015
LA VERDADERA GRANDEZA QUE HEMOS DE TENER ES LA CONFIANZA EN DIOS

En la vida siempre vamos a encontrar sufrimientos, preocupaciones, problemas, pérdidas, enfermedades...etc. pero estas situaciones tenemos que tolerarlas como hijo de Dios, sin contrariedades, sin descontento o tristeza, porque para vivir la vida a plenitud, es necesario sufrir y aceptar lo que nos coloca Dios como talanqueras en el camino a fin de que nos esforcemos para superarlos pensando siempre que se nos hace necesario depositar siempre nuestra confianza en El.

Miren, Jesús nos enseña lo que debemos hacer si sentimos alguna vez que el mundo se nos viene encima o cuando creemos que la cruz es demasiado grande y sentimos que no podemos más.

No hay en la vida alguien que no pase por situaciones difíciles. Nuestra vida siempre está cargada de debilidades personales, enfermedades, dolor, pérdida de un ser querido, dificultades en el trabajo o de dinero, problemas con los hijos o con los padres, entre esposos, calumnias, infamias, injusticias...etc. y siempre nuestra reacción es el miedo, la angustia, el temor y la preocupación.

Sabes ¿por qué? ... porque buscamos siempre apoyarnos en nosotros mismos. Nos da miedo manifestarle a un amigo, a un ser querido próximo, lo que sentimos. Pensamos que nosotros mismos podemos resolver las cosas. Si, Somos egoístas y solo nos apoyamos en nuestras fuerzas humanas y no buscamos a nuestro Padre Dios, que tiene siempre los brazos abiertos y la disposición de ayudar así sean los problemas mucho más grandes que nosotros.

Nos olvidamos de su gran importancia, pues Dios está siempre con nosotros, Él todo lo puede en todo momento de la vida, Él es nuestra seguridad. Así sean los momentos más difíciles que atravesemos. El, nunca se olvida de nosotros.

En consonancia a lo anterior, les quiero compartir esta experiencia que encontré al leer sobre el tema en el sitio de Catolic.net donde este Blog Queridos Salvatoriano está inscrito como Aliado:

“En un estanque vivía una colonia de ranas. Y el sapo más viejo se creía también el más grande y el más fuerte de toda la especie. Cada mañana se posaba a la orilla del estanque y comenzaba a hincharse para atraer la atención de sus vecinas y para presumir su tamaño y su fuerza.

Un buen día se acercó un buey a beber; y el sapo, viendo que éste era más grande que él, comenzó a hincharse e hincharse, más que en otras ocasiones, tratando de igualarse al buey. Y tanto se infló que reventó”. Así sucede también a muchos hombres que, por su ambición, su soberbia y prepotencia tratan de igualarse a otro buey.
Ya muy bien san Agustín así lo decía: "La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano".

Recordemos ese pasaje del Evangelio de San Marcos 4,35-40, en el cual se nos narra la siguiente experiencia de los Apóstoles con Jesús: “Un día subió Jesús a una barca con sus discípulos y les dijo: “Crucemos a la otra orilla del lago”. Mientras navegaban, Jesús se durmió. De repente se desencadenó una tormenta sobre el lago y la barca se fue llenando de agua a tal grado que peligraban. Se acercaron a Él y lo despertaron: “Maestro, Maestro, ¡estamos perdidos!” Jesús se levantó y dio una orden al viento y al mar, y todo volvió a la más completa calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?”.

La preocupación angustiosa y desesperada de sus apóstoles ante el peligro, ante las olas embravecidas, es considerada por el mismo Jesús, como falta de fe.

Tener fe resulta ser sinónimo de tener confianza en Dios, de estar esperanzados en su amorosa providencia. Esta es la fe que Jesús espera de sus discípulos. Sólo desde la fe se puede descubrir la presencia plena de Dios, a Dios mismo, a Jesús de Nazaret.

Si seguimos el ejemplo de Jesús en la barca, Él nos asegura que vamos a obtener grandes frutos: "Encontrarán descanso para sus almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera".  
Ese yugo y esa carga se refieren a la cruz que tenemos que llevar todos los seres humanos. Pero Cristo nos llena de paz y de felicidad en medio del dolor porque su presencia y su compañía nos bastan y nos sacian. Él es nuestra paz. Y no importa que nos lluevan las persecuciones, las calumnias, las injurias y todo tipo de mentiras.



LA PERSONA HUMILDE QUE CONFÍA PLENAMENTE EN DIOS, GOZA DE UNA PAZ MUY PROFUNDA PORQUE SU CORAZÓN ESTÁ TRANQUILO.
 
posted by Laureano García Muentes at 7:13 a.m. | Permalink |


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