En
la vida siempre vamos a encontrar sufrimientos, preocupaciones, problemas,
pérdidas, enfermedades...etc. pero estas situaciones tenemos que tolerarlas como
hijo de Dios, sin contrariedades, sin descontento o tristeza, porque para vivir
la vida a plenitud, es necesario sufrir y aceptar lo que nos coloca Dios como
talanqueras en el camino a fin de que nos esforcemos para superarlos pensando
siempre que se nos hace necesario depositar siempre nuestra confianza en El.
Miren,
Jesús nos enseña lo que debemos hacer si sentimos alguna vez que el mundo se
nos viene encima o cuando creemos que la cruz es demasiado grande y sentimos
que no podemos más.
No
hay en la vida alguien que no pase por situaciones difíciles. Nuestra vida
siempre está cargada de debilidades personales, enfermedades, dolor, pérdida de
un ser querido, dificultades en el trabajo o de dinero, problemas con los hijos
o con los padres, entre esposos, calumnias, infamias, injusticias...etc. y
siempre nuestra reacción es el miedo, la angustia, el temor y la preocupación.
Sabes
¿por qué? ... porque buscamos siempre apoyarnos en nosotros mismos. Nos da
miedo manifestarle a un amigo, a un ser querido próximo, lo que sentimos. Pensamos
que nosotros mismos podemos resolver las cosas. Si, Somos egoístas y solo nos
apoyamos en nuestras fuerzas humanas y no buscamos a nuestro Padre Dios, que
tiene siempre los brazos abiertos y la disposición de ayudar así sean los problemas
mucho más grandes que nosotros.
Nos
olvidamos de su gran importancia, pues Dios está siempre con nosotros, Él todo
lo puede en todo momento de la vida, Él es nuestra seguridad. Así sean los
momentos más difíciles que atravesemos. El, nunca se olvida de nosotros.
En
consonancia a lo anterior, les quiero compartir esta experiencia que encontré al
leer sobre el tema en el sitio de Catolic.net donde este Blog Queridos
Salvatoriano está inscrito como Aliado:
“En
un estanque vivía una colonia de ranas. Y el sapo más viejo se creía también el
más grande y el más fuerte de toda la especie. Cada mañana se posaba a la
orilla del estanque y comenzaba a hincharse para atraer la atención de sus
vecinas y para presumir su tamaño y su fuerza.
Un
buen día se acercó un buey a beber; y el sapo, viendo que éste era más grande
que él, comenzó a hincharse e hincharse, más que en otras ocasiones, tratando
de igualarse al buey. Y tanto se infló que reventó”. Así sucede también a muchos
hombres que, por su ambición, su soberbia y prepotencia tratan de igualarse a
otro buey.
Ya
muy bien san Agustín así lo
decía: "La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado
parece grande, pero no está sano".
Recordemos
ese pasaje del Evangelio de San Marcos 4,35-40, en el cual se nos narra la
siguiente experiencia de los Apóstoles con Jesús: “Un día subió Jesús a una
barca con sus discípulos y les dijo: “Crucemos a la otra orilla del lago”.
Mientras navegaban, Jesús se durmió. De repente se desencadenó una tormenta
sobre el lago y la barca se fue llenando de agua a tal grado que peligraban. Se
acercaron a Él y lo despertaron: “Maestro, Maestro, ¡estamos perdidos!” Jesús
se levantó y dio una orden al viento y al mar, y todo volvió a la más completa
calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?”.
La
preocupación angustiosa y desesperada de sus apóstoles ante el peligro, ante
las olas embravecidas, es considerada por el mismo Jesús, como falta de fe.
Tener
fe resulta ser sinónimo de tener confianza en Dios, de estar esperanzados en su
amorosa providencia. Esta es la fe que Jesús espera de sus discípulos. Sólo desde
la fe se puede descubrir la presencia plena de Dios, a Dios mismo, a Jesús de Nazaret.
Si
seguimos el ejemplo de Jesús en la barca, Él nos asegura que vamos a obtener
grandes frutos: "Encontrarán descanso para sus almas, porque mi yugo es
suave y mi carga ligera".
Ese
yugo y esa carga se refieren a la cruz que tenemos que llevar todos los seres
humanos. Pero Cristo nos llena de paz y de felicidad en medio del dolor porque
su presencia y su compañía nos bastan y nos sacian. Él es nuestra paz. Y no
importa que nos lluevan las persecuciones, las calumnias, las injurias y todo
tipo de mentiras.
LA PERSONA HUMILDE QUE
CONFÍA PLENAMENTE EN DIOS, GOZA DE UNA PAZ MUY PROFUNDA PORQUE SU CORAZÓN ESTÁ
TRANQUILO.