La Palabra de Dios se compara con
la lluvia que cae sobre la tierra y hace
germinar las diferentes semillas dándoles vida. Jesús nos brinda su Palabra para
que todos los hombres sin ningún condicionamiento o atadura, la conozca, la
escuche y la haga vida.
Su efecto es igual al de la
lluvia, cae sobre el terreno seco y hace crecer la vida espiritual en cada
hombre.
En cada pasaje de ella, está evidenciada
una exhortación por parte de Dios para nuestra realización personal y para que
realicemos una verdadera y autentica vida como cristianos, seguidores de su
Hijo Jesús.
La Palabra de Dios es vida abundante.
Todas las iglesias cristianas editan la Biblia en las más diversas lenguas.
Sabemos que las lecturas bíblicas están presentes en toda celebración litúrgica
y se sigue multiplicando en todos los Círculos Bíblicos, sin embargo, el mundo
pareciera estar con los oídos sordos y andar cada vez peor.
Podemos apreciar que nuestra
sociedad hoy parece estar al lado del camino de la vida como lo estuvo en su
tiempo el ciego Bartimeo el hijo de Timeo. Y digo esto, porque para muchos nuestra
cultura parece estar a un lado del camino, como algo que no nos pertenece; donde
los problemas que nos angustian no nos interesan y lo más grave de todo, donde
los que anunciamos la Palabra de Dios no interesa.
Si, esa es una verdadera
realidad. Son muchos los hombres que están al borde del camino y a pesar de sentir pasar a Jesús por sus
vidas, no les interesa su mirada o llamada, ni mucho menos se amoldan a sus
exigencias. Son seres que se resignan a los carriles marcados, que carecen de
ambiciones intelectuales o morales, leen, si es que leen, lo que está marcado,
tragan lo que la televisión les sirve, se desgastan en un trabajo que no aman
y, aunque realmente no viven, encuentran pequeñas cosas que les dan la
impresión de vivir, se llenan de diversiones también comunes, el fútbol, la
lotería… Es difícil que engendren un solo pensamiento que puedan decir que es
suyo. Pero el mundo rueda así…Son una gran mayoría de nuestras gentes; donde el
proceso de siembra de la Palabra de Dios es largo y exigente.
Tenemos que unirnos todos para
trabajar por aquellos que estaban aún en las zarzas y en las piedras que menciona
la Parábola del Sembrador. Esos que han soñado alguna vez con cambiar el mundo o sus vidas desde el
Evangelio… Pero que pronto se dieron
cuenta de que la vida les iba llenando de heridas. No querían renunciar a sus
ideales, pero tampoco tienen coraje para realizarlos. Se crearon un mundo
personal, con dificultad para que entre el otro, lo Otro, se dejen seducir por
una fe en la que sentirse a gusto y calientes, sin compromisos o solamente
teóricos, faltan las raíces. Van y vienen, no abandonan, pero no llegan más
allá de encontrar en el mensaje, en la semilla, un refugio emocional, que les
da tranquilidad interior y seguridad.
Es preciso pues, enseñarles a
vivir en comunidad, como decíamos anteriormente, para que tengan una
experiencia de Dios y encontrarse con Jesús que invita al compromiso con la
realidad.
Hay otros, los de la tierra buena,
los buscadores; que tienen flaquezas pero nunca desalientos, saben que lo
importante no es llegar a ninguna parte, sino llegar a ser. Creer en la
justicia, aunque saben que siempre estará en el horizonte, por mucho que
caminen hacia ella. Hacen del Evangelio algo cotidiano que muestran en sus
grupos o participando en las labores sencillas de sus parroquias, proclaman
siempre los valores del Maestro aunque vayan a contracorriente. Están vivos,
unos los llamaran locos y otros santos. Ellos sólo sentirán la maravillosa
tristeza de no haber llegado a ser ni lo uno ni lo otro.
Ellos son los que sienten pasar a
Jesús cerca y entre una gran multitud empiezan a gritarle ¡Jesús, hijo de
David, ten compasión de mi”! son ellos, como Bartimeo el ciego del Evangelio de
San Marcos 10, 46-52.
Les invito pues a leer la parábola del Sembrador y el santo Evangelio según Marcos 10,46-52 preguntándonos
¿por qué la semilla del Reino no se ha desarrollado lo suficiente en nosotros?
Si todos tenemos algo de camino, de piedras, de zarzas, de buena tierra, debemos
estar en permanente alerta para seguir la siembra.
Miren, en su viaje a Fátima el 13
de mayo de 2010, S.S. Benedicto XVI nos hizo la siguiente exhortación: «Verdaderamente, los tiempos en que vivimos
exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un
laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja
transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo,
especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más
amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los
medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta mono cultural,
desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos
ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo,
que levanta barreras a la inspiración cristiana». Analicemos pues estas
palabras del Santo Padre y con
preguntas, cuestionémonos como ha sido nuestro actuar de discípulos de Jesús
frente a los signos del mundo de hoy.
SEÑOR, CUANTO NOS SENTIMOS HOY LEVANTADOS Y ANIMADOS PARA SEGUIRTE POR EL CAMINO. LA FE
EN TI NOS RENUEVA Y NOS FORTALECE