Al meditar a cerca de la reconciliación,
abordé la lectura de la primera carta del Apóstol Juan en el, cap. 2. 9-11, en el que versa: “El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en
las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace
tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en
ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido” y vi
en estas líneas la invitación que nos hace
el Señor a vivir el perdón y el amor a Dios sobre todas las barreras de la
vida.
Estamos a las puertas del tiempo
de Adviento, tiempo de preparación espiritual para celebrar el acontecimiento más
grande de todos los tiempos: El Nacimiento del Mesías, el Salvador, Jesús, El
Enviado, El Hijo de Dios; y para vivirlo a plenitud hemos de disponer nuestros
corazones con amor corresponsable a nuestro Creador dándole el mejor de los
regalos: Un cambio de vida mediante una auténtica renovación.
Si, un enderezar el comportamiento
llevando consigo una radical decisión: Olvidar el Yo para pensar en los demás.
Defender con un profundo amor a los más débiles, buscar a cualquier precio los
medios de apoyos para acabar con la opresión hacia ellos y demostrar la
inconformidad a las injusticias a que ellos son sometidos por el abandono y los
desprecios.
Y es que esa es nuestra misión de
bautizados: Dar muestras de un reino donde prevalezca la generosidad y la
entrega, y donde se sacrifique el bienestar y las seguridades que poseemos y
que nos son difíciles de abandonar.
Qué hermoso sería que seamos
capaces de expresar a toda voz a quienes con nosotros comparten la vida, que
nos estamos preparando para el nacimiento de Jesús, dando muestras de nuestro
coraje y disposición, de ir apartando las seguridades, el egoísmo, el mal
genio, el no querer sufrir, la vanidad, el orgullo, la falta de tolerancia,
etc. Pequeños sacrificios que nos van haciendo grandes.
Es entonces el momento para ir
preparando un gran examen de conciencia ofreciendo al Señor esos esfuerzos y pidiéndole
su ayuda.
Es este el tiempo para que descubramos
nuestras fallas y para pedir perdón no solo a Dios sino también a nuestros
hermanos, familiares, amigos… y a aquellos a quienes hemos ofendido.
Si así actuamos, seremos capaces
de ser hombres nuevos y solidarios con los que sufren; y de hecho, estaremos en
verdad preparando el camino para que el Señor Jesús nazca en nuestros
corazones.
Recordemos que la paz es fruto
del amor y del perdón, de la comprensión y de la lucha por mejorar y amar sin
medida.
SEÑOR,
MUESTRANOS TU MISERICORDIA Y DANOS LA SALVACION. NOS DISPONEMOS A RECIBIRTE EN
EL PESEBRE DE NUESTROS CORAZONES.