Hace unos días sentí en mi
corazón la fuerza que me regalaba el Espíritu Santo para dar un paso muy
importante en mi vida: perdonar a mi hermano. Y me preguntaba: ¿Seré yo seré capaz
de perdonar después de sentirme herido en mi
corazón; al punto, de quebrar la hermandad que tanto
labraron mis padres entre nosotros? Sinceramente, ¡Lo vi imposible!
Tome entonces la decisión de
entrar en oración; y como si me acercara a Dios lentamente y le susurrase a su
oído, le dije: ¡Señor, ayúdame y sáname, ábreme las compuertas de mi corazón y
como si me llevaras en tus manos, emprendamos un viaje hacia ese momento
grandioso que daría al traste con la plenitud de mi ser. Ven conmigo y acompáñame
día a día, hora a hora, minuto a minuto, en esta contienda que tú me señalas; y
que como tú lo has ordenado, es necesario afirmar con seguridad y mucha firmeza.
Quiero ser libre y continuar a tu lado siendo un fiel seguidor de tu proyecto
de vida!
Llego pues el momento para
empezar a trabajar en esta gran hazaña La noche de un jueves en el que junto a mis hijos
decidimos entrar en fuerte oración. Fijamos como parte inicial una oración
familiar. La hora escogida fue las 19:00 horas. La consigna era el detenernos por
un espacio de tiempo de nuestras actividades rutinarias y celebrar juntos y a
la distancia, un encuentro oracional. La meditación y la lectura de la Palabra de Dios fue la clave
fundamental de este momento. Las
intensiones se basaron en las fuerzas y fortalezas que el Espíritu Santo nos
concediera para que me ayudara y me impulsara en la decisión de atravesar el mar de las
dificultades y ya, en la otra orilla,
con los brazos abajo y sin llevar consigo los rencores y los odios; fuera signo
de paz y unidad fraternal al lado de mis hermanos.
¡Y así sucedió! Dios hizo lo que
era para mí un imposible. Me condujo por los senderos que el escogió llevándome
en sus manos su amor sin recelo y colocándole
delante de mí y de manera desarmada, emprendí el viaje de lo que creí
imposible.
No lo podía comprender. Que
experiencia sublime. De verdad, cuanto necesitamos perdonar y ser perdonados.
Envíe un mensaje de texto por mi
celular a mi hermano y le escribí: Hola, mis saludos.
Deseo verte. Y me respondió: Hola es una sorpresa
agradable. Cuando quieras nos vemos. Cuadramos entonces la visita: cuatro de la
tarde del día siguiente. Lugar: su apartamento.
¡Qué encuentro tan espectacular! La puerta de
su apartamento abierta y ambos dichosos y dispuestos a abrazarnos y besarnos.
Así, con esas emociones abrigadas de esperanzas, nos sentamos en la terraza del
apartamento y sin saber por dónde comenzar la charla, nos fuimos metiendo en
los sucesos ocurridos en nuestras dos familias durante el tiempo de nuestra
separación y apreciamos los avances tenidos y los altibajos que nos rodearon.
Estas son las cosas que Dios nos
regala y que tanto nos hacen creer mas en El y crecer como testigos fieles de
su Reino.
De verdad, como necesitamos perdonar.
¡Si!, así ha de ser la actitud cuando tomamos el camino que nos lleva a la
búsqueda del perdón. Es notar como amamos y nos sentimos que somos discípulos
de Jesús Maestro y que junto a Él, vamos aprendiendo y reconociéndolo al partir
con nosotros el Pan de la vida . Porque en el perdonar se logra la esencia del
amor.
Cuando tomamos la iniciativa de
perdonar, notamos como el Señor llena de su amor todas nuestras incapacidades y
dudas: y como un gran Padre bondadoso y
misericordioso, nos impulsa y nos regala su Espíritu para guiarnos y
acompañarnos en cada uno de los pasos que demos. Nos brinda compañía y nos
enseña a que aceptemos y comprendamos que somos unos pecadores que se han
equivocado al tomar sus propias decisiones frente a Él y a los que han estado
junto a nosotros a través de los tiempos.
Y es que perdonar es nuestra
tarea la que debemos hacer visible en cada una de nuestras oraciones diarias,
hasta sentirnos libres de todo resentimiento y heridas.
Muchas son las veces, como me
pasó a mí, de ver muy remota e imposible la decisión de perdonar, pero al sentir
y ver con nuestros propios ojos estas realidades notamos, que en estas cosas
para Dios no hay nada imposible.
Cuando nos colocamos en su
presencia y depositamos en sus manos nuestras preocupaciones y errores, Él, que
tanto nos ama como Buen Padre, abre su corazón, nos impulsa y va sanando las
heridas que han hecho daño en nuestro ser, por ser orgullosos y
faltos de tolerancia.
Este primer paso es el inicio de
una carrera que llena de esperanzas. Por ello, ruego a Dios me impulse y me
llene de fuerzas para ir avanzando por el camino que su amor me lo inspire.