Los profesionales, las madres, los
estudiantes, los trabajadores, los maestros, los padres, los hijos, en
definitiva, todos los hombres buscan, consciente o inconscientemente, algo que
les realice plenamente, algo que trascienda sus vidas, algo que les llene de
paz interior.
Estos hombres y mujeres hambrientos(as) y sedientos(as) de Dios se
acercan a las puertas de la fe. Y al cruzar el umbral se encuentran con otros
hombres y mujeres, como ellos, a quienes Jesús les ha mandado; dadles
vosotros de comer.
Así ha querido Jesús darse a conocer a lo largo de los siglos; por medio del testimonio y la evangelización de personas con una vocación especial: son los sacerdotes, las religiosas, las personas consagradas y los laicos.
¡Es este el milagro de los que han recibido a Cristo como alimento!
Unidos a Jesús por medio de la Iglesia, estos hombres y mujeres son
capaces de saciar el hambre de miles de personas. Pero son pocos, muy pocos los
que lleven a Cristo a los demás.
En este tiempo, hay millones de personas que todavía no conocen a Jesús.
Muchos de ellos sienten la necesidad de orientar sus vidas hacia Dios y no
tienen quien les ayude. Cristo nos urge a colaborar con Él en la tarea de dar
de comer a las almas hambrientas de trascendencia. Entonces cabe aquí preguntarnos:
¿Estamos hoy dispuesto a Multiplicar el
alimento que da la vida de verdad a todos los que están a nuestro alrededor,
comenzando en nuestras casas, con nuestro (a) esposo (a), hijos, hermanos,
vecinos, compañeros de trabajo y de todas las actividades de rutina diaria?
Jesús nos llama hoy a que seamos sus testigos,
a que perdamos el miedo y junto a Él, nos atrevamos a seguirle dejando nuestras
huellas para que sean muchos los que conociéndonos como actuamos, nos sigan.
HOY LES INVITO A QUE NOS ATREVAMOS A CAMINAR CON ÉL.
¡Seamos multiplicadores de su palabra y demos el testimonio de nuestra vida!