jueves, diciembre 20, 2012
DE LA FE AL AMOR

 
 
El Adviento tiene como intención central el llevar a las personas a que vivamos la experiencia de encontrar momentos de crecimiento espirituales a fin de que depositemos toda nuestra confianza en Dios y entendamos que El nos abraza y nos sostiene aun en los conflictos, las pruebas y las dificultades que nos sacuden a diario y que ponen en riesgo nuestra paz.
 
 
 
La verdadera fe significa que creamos que Dios convierte cada dificultad en una ventaja y esta creencia, nos da la alegría.
 
 
La verdadera fe significa que permitimos que Jesús sea nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro guía, por lo que a través de su Palabra y de su Espíritu Santo recibimos la mejor orientación posible.
 
Vivimos una crisis de amor. No hay capacidad de darse, de pensar en los demás, de salir de uno mismo para servir. Esta crisis es consecuencia de una crisis de fe.
 
 

 
 
San Agustín decía que cuando uno se aparta de la fe se aleja de la caridad, pues no podemos amar lo que no sabemos si existe o no existe. En otras palabras, desde la fe reconocemos y aceptamos a otros en su bondad, en sus valores y riquezas personales, y sólo a partir de esta aceptación podemos amarlos (cf. De doctrina christiana I, 37, 41).
   
En muchos corazones se vive una crisis de amor. No hay capacidad de darse, de pensar en los demás, de salir de uno mismo para servir, para dar. Esta crisis de amor es consecuencia de una crisis de fe. Quizá nos faltan ojos para descubrir en cada hombre, en cada mujer, la presencia del Amor de Dios, un Amor que dignifica cualquier existencia humana.
   

Es verdad que algunas malas experiencias en el trato con otros nos hacen desconfiados, precavidos, “prudentes”. No resulta nada fácil ofrecer nuestro tiempo o nuestro afecto a alguien que nos puede engañar o tal vez podría llegar a darnos una puñalada por la espalda. Pero más allá de esos puntos negros que nos hacen desconfiados ante los extraños, existe la posibilidad de renovar la fe y de abrir ventanas al mucho bien presente en los otros.

 
Además, cientos de hombres y mujeres que caminan a nuestro lado nos miran con fe, con afecto, confían en nosotros. A veces lo hacen por encima de algunas faltas que hayamos podido cometer contra ellos. Su mirada nos dignifica, nos hace redescubrir esos valores que hay en nosotros, ese amor que Dios nos tiene, también cuando somos pecadores. ¿No vino Cristo a buscar a la oveja perdida? ¿No hay fiesta en el cielo por cada hijo lejano que vuelve a casa?


Hemos de pedir, cada día, el don de la fe. Una fe que nos permita crecer en el amor. Una fe que sea entrega, lucha, alegría, a pesar de los fracasos. Fe en el esposo o la esposa, fe en los hijos, fe en el socio de trabajo, fe en quien busca romper el ciclo de la corrupción con un poco de honradez. Hay que renovar esa fe que nos lleve a crecer en el amor.


Es cierto que en el cielo ya no hará falta tener fe. Pero ahora, mientras estamos de camino, la fe nos hace mirar más allá, más lejos, más dentro. Nos permite vislumbrar que el amor es más fuerte que el pecado y las miserias de los hombres. Nos permite entrar en un mundo de bondades que hacen la vida hermosa y que nos preparan para recibir el don del paraíso, el don del amor eterno del Dios Padre nuestro.
 
Texto tomado del Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
 
 
posted by Laureano García Muentes at 5:50 a.m. | Permalink |


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