San
Agustín decía que cuando uno se aparta de la fe se aleja de la caridad,
pues no podemos amar lo que no sabemos si existe o no existe. En otras
palabras, desde la fe reconocemos y aceptamos a otros en su bondad, en sus
valores y riquezas personales, y sólo a partir de esta aceptación podemos
amarlos (cf. De doctrina christiana I, 37, 41).
En muchos corazones se vive una crisis de amor. No hay capacidad de darse,
de pensar en los demás, de salir de uno mismo para servir, para dar. Esta
crisis de amor es consecuencia de una crisis de fe. Quizá nos faltan ojos
para descubrir en cada hombre, en cada mujer, la presencia del Amor de
Dios, un Amor que dignifica cualquier existencia humana.
Es verdad que algunas malas experiencias en el trato con otros nos hacen
desconfiados, precavidos, “prudentes”. No resulta nada fácil ofrecer
nuestro tiempo o nuestro afecto a alguien que nos puede engañar o tal vez
podría llegar a darnos una puñalada por la espalda. Pero más allá de esos
puntos negros que nos hacen desconfiados ante los extraños, existe la
posibilidad de renovar la fe y de abrir ventanas al mucho bien presente en
los otros.
Además, cientos de hombres y mujeres que caminan a nuestro lado nos miran
con fe, con afecto, confían en nosotros. A veces lo hacen por encima de
algunas faltas que hayamos podido cometer contra ellos. Su mirada nos
dignifica, nos hace redescubrir esos valores que hay en nosotros, ese amor
que Dios nos tiene, también cuando somos pecadores. ¿No vino Cristo a
buscar a la oveja perdida? ¿No hay fiesta en el cielo por cada hijo lejano
que vuelve a casa?
Hemos de pedir, cada día, el don de la fe. Una fe que nos permita crecer en
el amor. Una fe que sea entrega, lucha, alegría, a pesar de los fracasos.
Fe en el esposo o la esposa, fe en los hijos, fe en el socio de trabajo, fe
en quien busca romper el ciclo de la corrupción con un poco de honradez.
Hay que renovar esa fe que nos lleve a crecer en el amor.
Es cierto que en el cielo ya no hará falta tener fe. Pero ahora, mientras
estamos de camino, la fe nos hace mirar más allá, más lejos, más dentro.
Nos permite vislumbrar que el amor es más fuerte que el pecado y las
miserias de los hombres. Nos permite entrar en un mundo de bondades que
hacen la vida hermosa y que nos preparan para recibir el don del paraíso,
el don del amor eterno del Dios Padre nuestro.
Texto tomado del Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
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