Está
claro que la sal es para salar y para dar sazón a las comidas. En nuestra
sociedad consumista, la sal es un ingrediente que carece prácticamente de valor
porque nos hemos acostumbrado a tenerla. Y, además, es muy fácil conseguirla en
las tiendas de nuestros barrios y en los supermercados con un precio muy bajo.
Pero si, por enfermedad o por algún otro motivo, nos vemos privados temporalmente de ella, nos damos cuenta de su gran importancia en la vida.
Pero si, por enfermedad o por algún otro motivo, nos vemos privados temporalmente de ella, nos damos cuenta de su gran importancia en la vida.
La sal desde tiempos antiguos ha venido
siendo utilizada en nuestras casas además, para preservar los alimentos sobre
todo las carnes y los pescados, aunque hoy en día por los avances tecnológicos contamos
con refrigeradores, neveras y conservantes que parece la han desplazado. Pero
ojo, en el tiempo de Jesús nada de esto existía.
Cuando
el Señor nos dice que los cristianos debemos ser sal de la tierra, nos está
diciendo que tenemos que dar el sabor y la sazón al alimento; y que también debemos
servir como conservantes para que el mundo no se pudra en el pecado y en los
vicios.
Miren,
de
acuerdo a esta apreciación hecha por Jesús, los que seguimos sus pasos en el
mundo, los cristianos, tenemos el compromiso único de ser sabrosos; y eso lo
logramos a través de esa la plenitud de
la vida que nos regala el Espíritu Santo de Dios, cuando con decisión nos esforzamos
en realizar una vida de acuerdo a su voluntad, siendo testimonios de su
presencia entre todos los hombres.
Y es que un
cristiano es útil cuando a través de su testimonio evangeliza y agrega en ese
servicio el condimento del amor de Cristo a las vidas de otras personas.
Para decirlo en otras palabras: los cristianos somos en el mundo lo que el alma es
para el cuerpo.
Estamos hechos para brillar y para
dar sabor; para que el mundo vuelva a sentir cuán importante es la presencia única
que tiene Dios, como camino, verdad y vida; y sienta que nosotros (los
cristianos) en medio de los hombres tenemos una inacabable tarea por seguir la
obra creadora de Dios a través de la misión de dar a conocer la plenitud de su
amor, de su justicia y de su paz a los hombres.
Qué
hermoso seria que cuando nos vean en el mundo, los que tratamos y con quienes
convivimos tengan que exclamar de nosotros, todos asombrados: Miren cómo se
aman. Miren cómo brillan en el mundo, miren cómo iluminan el camino, son como
una lámpara que hay que poner en lo alto, para que alumbre a todos. Claro está,
sin olvidarnos que somos lámparas y que llevamos la luz de Cristo en nuestros
corazones.
Reflexionemos
entonces: Si nosotros, siendo cristianos, siendo sal de la tierra, creemos que
hemos perdido el sabor; confíenos plenamente en que hay uno que nos lo puede
devolver, confiemos en que hay uno que puede hacernos ser otra vez sal de la
buena, que nos puedes pasar de ser sal insípida a ser sal que da sabor.
Solo Jesús es quien da sentido a nuestra vida y es El quien nos hará ser lo que debemos ser para así sazonar y prender fuego al mundo entero.
SEÑOR, AYÚDANOS Y
GUÍANOS EN TODOS LOS PASOS QUE DEMOS EN LA VIDA A TRAVES DE TU ESPÍRITU SANTO,
PARA QUE ÉL SEA QUIEN EDIFIQUE, EN NOSOTROS A LOS AUTÉNTICOS TESTIGOS DE TU
AMOR.