Estamos
ya a las puertas de celebrar el aniversario 164 del nacimiento de nuestro Venerable Fundador,
Siervo de Dios, Padre Francisco María de la Cruz Jordán (16 de Junio del 2.012), y este acontecimiento
me ha llenado de inquietud sobre lo que ha de ser nuestra vida, la cual, como
hijos espirituales, ha de estar sembrada cada día de las virtudes y valores que
él vivió, para así poder alcanzar con firmeza y decisión también nuestra propia
santificación.
Seguramente en nuestra vida cotidiana y quizás en muchos lugares hemos podido escuchar a muchas personas hablar de manera pesimista sobre muchas situaciones que ocurren en el mundo, expresándose de esta manera: ¡Ya este mundo no tiene remedio!, ¡Este mundo va directo a la perdición! Y quienes les escuchamos susurramos entre sí dándoles a ellos toda la razón. Pero ojo, esto no será cierto si nosotros no lo permitimos.
Es verdad que el ambiente que vivimos a diario es muy difícil; la Iglesia tiene muchos problemas y que hay en el mundo muchísimas gentes caminando por senderos equivocados; pero eso, como lo podemos leer en la historia de la humanidad, ha sucedido siempre.
Miren
a través de la historia Dios nos llama a todos a ser sus testigos en el mundo,
a dejar de lado la desconfianza, el pesimismo, la negatividad y nos invita a
estar despiertos y seguros por la fe de sus acciones. Pero, vemos que sólo son unos
cuantos los que le responden.
Desde
el principio de la humanidad (y eso lo puedes leer y palpar en las Santas
Escrituras), han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos
Él ha puesto toda su confianza.
Dios,
ser supremo y omnipotente, siempre ha querido demandar del hombre, su plena
decisión de lealtad a Él para salvar al
hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia
sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.
Tu
y Yo, estamos hoy llamados por El a ser sus
escogidos, sus santos al igual que nuestro Fundador Padre Francisco Jordán.
Pero…
algunos de nosotros permanecemos temerosos y no nos atrevemos a iniciar.
Seguramente será que hemos escuchado quizás muchas conversaciones donde han percibido
a alguien decir palabras como estas: “todos los cristianos estamos llamados a
ser santos y… que tal, imaginarnos como
estatua de yeso en el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias. ¿No
te parecerá ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía, a la
que le hayan sobrepuesto una coronilla refulgente alrededor de tu cabeza?
Muchos reirán y hasta se burlaran. Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Los santos, son y han sido hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco panes y dos peces para que Él pueda dar de comer a cinco mil hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de nosotros. Dios nos pide ayuda, cuenta con cada unos de nosotros para salvar a muchísimos hombres. Pero sólo tú y yo somos los encargados de responderle positiva o negativamente.
Recuerda siempre, Dios nos llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de nuestros compañeros y maestros, de nuestras tareas, problemas, éxitos y fracasos. Todo lo que pasa a nuestro alrededor es un mensaje Divino que te llama a ser santo, ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.
SEÑOR, TE PEDIMOS QUE NOS LLENES DE TUS GRACIAS Y FORTALEZAS PARA CONTINUAR A PESAR DE LAS DIFILCULTADES EL CAMINO QUE NOS SEÑALAS.