jueves, mayo 17, 2012
CUANDO OBEDECEMOS A DIOS, IMITANDO LA SANTIDAD DE CRISTO

La obediencia a Dios es producto de la fe y la confianza a Él. Muchas veces somos nosotros quienes no nos entregamos completamente a Dios y fallamos en nuestros propósitos, lo que indica que tenemos una confianza debilitada por la falta de fe.

En su Primera Carta San Pedro 3:20. Nos exhorta a ser pacientes y nos dice que la obediencia depende en gran parte de la paciencia.

Cuantas son las veces que nos desesperamos al esperar que el Señor nos atienda y nos de las respuestas a nuestras peticiones; perdemos la fe y la paciencia tomando actitudes que nos llevan a  salirnos de su presencia y hacer todo en contra de su voluntad.
Miren, cuando éramos niños, obedecíamos principalmente porque temíamos el castigo que nos podían imponer nuestros padres, nuestros maestros en la escuela o esas personas adultas que nos cuidaban. Ahora cuando ya somos personas mayores, al igual, para experimentar la alegría, tenemos que dejar las razones infantiles para acatar los preceptos que Dios nos da.

Y es que la obediencia que experimentamos ahora como adultos es la de Amar tanto a Dios, que queremos seguir a Jesús su Hijo amado en todos los aspectos y en cada circunstancia, porque sabemos que Él nos ama y que sus mandatos siempre están basados en el darse al otro sin condiciones y sin tapujos, aun cuando no comprendemos cómo; pero sabemos que podemos confiar en Él.
Miren, Jesús deletreaba en todos los momentos de su vida estos tres elementos básicos de la fe: la obediencia, el amor y la alegría. Y nos exhortaba a que  hiciéramos lo mismo convirtiendo el amor en el núcleo principal de nuestras vidas.

Y es que cuando hacemos el amor vida en nosotros podemos experimentar y ver con nuestros propios ojos que este nos mantiene siempre obedientes y alegres. Pero, cuando desobedecemos, es porque no hemos podido comprender aun que nuestro pecado interviene con nuestra capacidad de amar y ser amado. Obedecer porque amamos es tener una fe madura.

El amor es como el aire alrededor de nosotros: Podemos cerrarnos en nosotros mismos y nunca respirar el aire, y así nosotros nos moriríamos. Igualmente, podemos cerrar nuestros corazones y nunca recibir el amor que penetra de Dios en cada momento, y así nuestras almas se mueren lentamente. Cuando obedecemos a Dios, imitando la santidad de Cristo siguiendo sus mandamientos, nos unimos a él y por lo tanto somos sumergidos en su amor experimentando esa alegría espiritual que nos regala.

Cuando experimentamos la reconciliación con Dios y nuestros hermanos descubrimos la alegría que proviene de Dios a pesar de nuestras desobediencias. Experimentamos que a pesar de nuestras falencias y errores Dios todavía nos ama, ya que el es un Padre amoroso y misericordioso.


SEÑOR, PERMITE QUE TU SANTO ESPIRITU NOS REVELE EL MANDAMIENTO DE LA RECONCILIACION PARA QUE JUNTOS VIVAMOS COMO VERDADROS HERMANOS, AMANDONOS UNOS A OTROS.

 
posted by Laureano García Muentes at 5:11 a.m. | Permalink |


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