sábado, abril 14, 2012
¿NOS DEJAMOS ARRASTRAR POR EL TEMOR CUANDO DESCUBRIMOS QUE NECESITAMOS CAMBIAR?

Hemos pasado el tiempo de la cuaresma y la celebración de la pasión y muerte de Jesús donde todos hemos sido conscientes de las condiciones ineludibles que nos apuesta para ser sus discípulos, cuando nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).
Con estas palabras, El nos pone en conocimiento tres condiciones indispensables: renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle.

Tenemos la necesidad de cambiar; a pesar de ello, hoy aun percibimos que son muchas las personas que nos resistimos en cambiar porque pensamos que somos incapaces de adaptarnos a ellos, y la verdad es que, los cambios en la vida son siempre sinónimo de desafíos.

En realidad, Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en concreto, acoger toda la grandeza de Dios.

Miren, la Resurrección es la fuente de la profunda alegría, porque a partir de ella, todos nosotros no podemos vivir más con caras tristes y lamentándonos de manera despectiva de los cambios que se nos piden realizar. Debemos tener caras alegres, de resucitados, demostrando al mundo el por qué Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es la luz para los hombres: con ella, todos nosotros los cristiano debemos irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Cuando discernimos el mensaje que nos da el Evangelio que nos habla de la Resurrección de Jesús, notamos que las mujeres que descubrieron la tumba vacía estaban llenas de temor, pero en lo más profundo de su corazón, se percibía una gran alegría. Ellas, vislumbraban la esperanza de que pudiera suceder lo mismo que habían visto cuando el Señor resucito a Lázaro.

Entonces nos cabe aquí esta pregunta: ¿Por qué temían? Nuestra respuesta puede estar condicionada a esta otra pregunta: ¿Qué será lo que tú y yo tememos cuando sucede entre nosotros algo significativo de manera imprevista? Quizás tengamos miedo de descubrir que necesitamos cambiar nuestros proyectos, o que este acontecimiento más tarde que nunca, cambiara nuestras vidas. Pensamos además, en el que dirán de los que están a nuestro alrededor, en el rechazo, en los malos entendidos y la persecución por no vernos hacer lo que ellos tenían en mente que hicieramos.

Renunciar a sí mismo significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.

Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás.

En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo”.

A la autolimitación del hombre que valora las cosas de acuerdo al propio interés, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios, que siempre serán mejores que los nuestros.

No se nos quita la capacidad de decidir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de Dios.

Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para los demás.

En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.

SEÑOR, TU LUZ NOS INSPIRA AL CAMBIO, LLENA NUESTROS CORAZONES DE TU FORTALEZA PARA RESISTIR LOS TEMORES QUE NOS IMPIDEN ACEPTAR LA CRUZ.
 
posted by Laureano García Muentes at 10:12 a.m. | Permalink |


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