sábado, marzo 10, 2012
SEAMOS COHERENTES COMO CRISTO NOS LO ENSEÑA

Cada vez que leemos la Palabra de Dios, sentimos que el Señor con constancia nos invita y estimula a ser coherentes con nuestras obras y nuestros pensamientos.

El, nos inquieta de esta manera, para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo como Él nos lo ha enseñado.

El sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras desavenencias frente a la vida las que nos inducen las incoherencias.

Al leer y discernir los Evangelios vemos que Jesús cada vez que El le hablaba a la gente que le seguía, les decía que no vivieran con esas rupturas entre lo que era su fe, sus pensamientos y las obras que realizaban; y les pedía que para seguir sus pasos se esforzaran por unificar e integrar lo que tenían en su corazón con lo que realizaban, siendo auténticos en sus hechos y sus palabras, es decir, que se constituyeran signos de vida nueva para los demás.

Y la verdad es que estas grandes ilusiones la deseamos todos nosotros los que hemos optado de seguir a ese gran Maestro, porque yo creo, que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir en constante incoherencia. Sin embargo, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos.

En el Evangelio de San Mateo (Mt 23,1-12): Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¿No nos parece curiosas estas Palabras de Jesús?, parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados ver.

A diario percibimos en cualquier parte del mundo, que hay muchos hombres que quieren sobresalir ante los demás, pero para que ello se dé, es necesario que estos se hagan una buena propaganda y se coloquen bien delante los demás, para que así, sean enaltecidos.
Pero miren lo contradictorio de ello, el hombre que se esfuerza por hacerse pequeño, sencillo, humilde y servidor de los demás, acaba siendo pisado por los que tienen el poder y el dinero.

Entonces, muchos nos preguntaremos ¿Cómo es posible, que Jesucristo nos diga estas cosas?

Sus palabras son la luz de la fe y de la verdad. Cuando vemos nuestras realidades notamos que El nos hace ver algo muy importante: la búsqueda constante de dar la primacía a lo que realmente vale sin que nos importe dejar en segundo lugar lo que menos vale.


El nos exhorta a que demos la primacía al hecho de que es el hombre el que tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios y no a cualquier otra cosa, como el poder, el dinero, el egoísmo, la vanidad, etc.

Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón, hacerlo centro de nuestras vidas. Porque sólo El es capaz de irnos marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Dios es consciente de que si nosotros no somos capaces de ello y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas, o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón.

El primer lugar y el primer escalón de nuestra vida sólo le pertenece a Dios. Y esto es lo que Dios nos reclama una y otra vez.

Jesús mediante su Palabra nos sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros.

En esa ecuanimidad es en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.


Hoy, con mayor razón, debemos trabajar por nuestra salvación personal y comunitaria, así nos lo dice San Pablo, con respeto y seriedad, pues «ahora es el día de la salvación» (2cor 6,2).
 
posted by Laureano García Muentes at 4:59 a.m. | Permalink |


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