Pasada la semana de la pasión y
muerte del Señor, los cristianos en el mundo sentimos con fuerza y gran alegría
el sentido de la Resurrección del Señor; descubrimos en los Santos Evangelios en
especial el del Apóstol San Juan, la propuesta de reflexionar sobre la forma como
Jesús Resucitado le enseña a sus Apóstoles y a quienes hoy le seguimos, su verdadera
identidad como Hijo de Dios, cuando El nos dice: "Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo; si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo
le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo". Pero en el fondo de su corazón,
aun vive preocupado.
En su época los judíos discutían muy
acaloradamente y se preguntaban insistentemente unos a otros "¿cómo puede
éste darnos a comer su carne?". Jesús que ya les conoce su forma de pensar
y de actuar, les confirma: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y
no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros".
Notamos en el mundo que aún
persiste la reacción en la gente y que muchos de nosotros, quienes nos aclamamos
ser sus discípulos vivimos escandalizados por las palabras del Señor, hasta el
punto de que, después de haberle seguido por largo tiempo y pertenecer incluso
a grupos eclesiales y comunidades, exclamamos: "Es duro este lenguaje.
¿Quién puede todavía escucharlo?" “Son muy grandes sus exigencias”.
Miren, El no se dirige sólo a los
que entonces escuchaban sino que alcanza a todos nosotros los creyentes y a todos
hombres de todas las épocas. Cuantos somos los que nos escandalizamos ante la
paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura",
demasiado difícil de acoger y de practicar.
Entonces hay quien rechaza y
abandona a Cristo; hay quien trata de "adaptar" su palabra a las
modas desvirtuando su sentido y valor. Esta inquietante provocación resuena en su
corazón y espera de cada uno una respuesta personal.
Jesús, de hecho, no se contenta con una pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en "su pensar y querer". Seguirle llena el corazón de alegría y le da sentido pleno a nuestra existencia, pero comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra la corriente.
Jesús, sin embargo, no nos suaviza sus afirmaciones, es más, nos habla duramente exigiéndonos: "¿También vosotros hoy queréis marcharos?"
Queridos hermanos y hermanas: también nosotros podemos repetir la respuesta de Pedro, conscientes ciertamente de nuestra fragilidad humana, pero confiando en la potencia del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús.
La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, entrega libre y total del hombre a Dios; la fe es dócil escucha de la Palabra del Señor, que es "lámpara" para nuestros pasos y "luz" en nuestro camino.
Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por Él, podemos experimentar también que nuestra única felicidad en esta tierra consiste en amar a Dios y saber que Él nos ama.
SEÑOR, LLENA NUESTROS CORAZONES DE CONFIANZA Y DE
UNA FE FIRME, IMPREGNADA DEL AMOR HACIA TODOS LOS QUE TE NECESITAN.