Miren,
al crear y conservar el universo por su Palabra, Dios ha ofrecido a los hombres
en la creación un testimonio perenne de sí mismo. Así lo afirma San Pablo en
Romanos 1.20: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se deja ver a la
inteligencia desde la creación del mundo a través de sus obras». Cuando
quiso abrir el camino de la salvación, Dios se fue revelando desde el principio
del mundo llamando al hombre a vivir la esperanza de la salvación mediante la
renovación de su ser.
El,
ha cuidado continuamente del género humano, ha inscrito su ley en la conciencia
de todo hombre para que sepa discernir entre el bien y el mal, y ha ofrecido la
salvación a través de su Hijo Jesucristo a todos los que le buscan con sincero
corazón.
Con
sus palabras y obras, sus signos y milagros, y, sobre todo, con su muerte y
gloriosa resurrección, Jesús nos ha revelado toda la hondura del amor que es
Dios y su designio admirable sobre nosotros.
Su
plenitud se vio de manera esplendorosa en la resurrección y en la revelación que hizo cuando
envió al Espíritu de la verdad a sus apóstoles. Anuncio, que con anticipación
le había hecho a los apóstoles en el Cenáculo cuando les dijo: «Muchas
cosas tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ellas. Cuando venga
él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no
hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga» (Jn. 16,12-13).
Fue, pues, el Espíritu Santo quien concedió luz a los apóstoles para que
conocieran la «verdad completa» del Evangelio, para que ellos y sus sucesores
pudieran anunciarla a todas las gentes (cf. Mt 28,19).
Los
apóstoles predicaron el Evangelio a todos los hombres, en todo los lugares y utilizando
todos los medios que el Espíritu Santo les inspiraba como la fuente de la nueva
vida y de toda verdad salvadora, además, como la fuente inspiradora de toda
norma de conducta.
Los
apóstoles así la cumplieron fielmente, transmitiéndonos hasta el día de hoy todo
lo que habían aprendido de las obras y palabras de Jesús y lo que el Espíritu
Santo les había enseñado.
GRACIAS
SEÑOR, POR HABERNOS REGALADO EL ESPÍRITU DE LA VERDAD, EL ESPÍRITU QUE NOS
INSPIRA Y QUE NOS CONMUEVE CON SU FUEGO Y SU SABIDURÍA PARA SEGUIR TRABAJANDO
EN LA MISION QUE NOS HAS ENCOMENDADO DE DARTE A CONOCER EN TODOS LOS LUGARES
DONDE AUN NO TE CONOCEN COMO ÚNICO Y VERDADERO DIOS.