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Cuando
meditamos sobre esta sencilla realidad que nos describen los Hechos de los
Apóstoles, vamos descubriendo las acotaciones de nuestra Iglesia. Y nos
atrevemos a testificar que ella es una Comunidad Santa y Apostólica, porque esta edificada sobre los
dones entregados por Dios y por el fundamento de los apóstoles y de los
profetas. Además, afirmamos, que la Iglesia no puede vivir sin este vínculo particular
que la une, de una manera viva y concreta a la corriente ininterrumpida de la
sucesión apostólica que la hace firme garante de la fidelidad a la fe de los
apóstoles.
San
Lucas lo subraya en los Hechos de los Apóstoles: «Todos perseveraban en la
doctrina de los apóstoles». Es decir, que la perseverancia del estarse y vivir
firmemente anclados en esa doctrina es y ha sido una advertencia para la
Iglesia de todos los tiempos.
Cuando
nos señalan como continuadores de la Obra de Jesús y de Anunciarlo en todos los
lugares donde su Espíritu nos lo inspire, No se trata sólo de un escuchar lo
que se dice o se hace como nos lo hablan
los Evangelios, se trata de que nos involucremos en el SER protagonistas de esa
misma perseverancia profunda y vital experimentada inicialmente por la Madre de
Jesús y los apóstoles. Es esta, la exigencia primordial para la vida personal
de todos quienes nos hemos dispuesto a seguir tras las huellas de Jesús y ser
creyentes.
Cabe
entonces preguntarnos hoy: ¿Se halla mi vida verdaderamente fundada sobre la
doctrina de los apóstoles? ¿Confluyen hacia este centro las corrientes de mi vida?
Es importante que en estos días próximos a esta magna celebración, nos
cuestionemos.
Miren,
la Iglesia es santa, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza;
esta santidad brota de la conversión personal y de una vida en común unión al
Señor. La Iglesia mira al Señor y de este modo donde se transforma y se hace conforme a los mandatos de Cristo.
La
perseverancia es la condición esencial de la estabilidad de la Iglesia, de su
fecundidad y de su vida misma de ella a través de los tiempos.
Cuando
nos unimos en comunidad y celebramos la Eucaristía, experimentemos con nuestros los ojos el Misterio que ella nos
encierra. Comprendemos que la celebración que ella nos muestra, no ha de limitarse a la
esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida
personal.
Así
como ese día de Pentecostés, el Espíritu penetro en una comunidad congregada en
torno a la oración y perseverancia de los apóstoles, así mismo debemos nosotros
hoy mantenernos unidos en una comunidad que persevera en la oración.
San
Pablo nos exhorta basado en ese mismo
pensamiento: “Cuando el centro de la vida está fuera de mí, cuando se abre la
cárcel del yo y mi vida comienza a ser participación de la vida de Otro -
Cristo-, cuando esto sucede, entonces se realiza la unidad”.
La
apertura de la vida, exige un camino de la oración, exige no sólo la oración
privada, sino también la oración Sacramental y Eucarística, donde verdaderamente
establezcamos una unión real y estrecha con Cristo.
SEÑOR, ENVÍA HOY TU
SANTO ESPÍRITU SOBRE TODOS QUIENES VIVIMOS Y TRABAJAMOS EN EL
AVIVAMIENTO DE TU IGLESIA EN EL MUNDO, ENCIENDE A DIARIO EL FUEGO DE LA PASION,
LA PERSEVERANCIA Y LA DECISIÓN.