lunes, marzo 14, 2011
REFLEXIONES QUE NOS AYUDAN A SER LUZ EN NUESTRO ENTORNO

Entendemos del sentido de la caridad, cuando la interpretamos como la actitud solidaria con el sufrimiento ajeno, o como la limosna o auxilio que se da o se presta a los necesitados.
En el cristianismo, es la virtud teologal que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

San Pablo en la primera carta a los Cor., 13, 13 nos lo dice: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”. Este amor es la caridad, que se define como un don celestial que Dios nos ha infundido y que inclina al hombre a amar a Dios por sobre todas las cosas, y al próximo a nosotros (el hombre) por amor a Dios. (Romanos 5, 5), “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”

El amor a Dios, es un sentimiento infundido por un don o una gracia que comunica al alma con Dios, es algo superior a esa inclinación que traemos desde el nacimiento, es algo diferente a los hábitos que hemos adquirido. Por tanto su origen, es por infusión divina y es una gracia santificante.
Tener caridad, es un acto de amor compasivo, es decir, es de un comportamiento que tiene buena voluntad, simpatía y comprensión hacia los demás y a la amistad. Amar a Dios es desearle a Él todo honor y gloria y todo bien, y, en la medida de nuestras posibilidades, empeñarse en obtenerla por Él.

San Juan, (Juan 14, 23) nos destaca y nos resalta el aspecto de reciprocidad que hace de la caridad una amistad verdadera del hombre con Dios. Cuando le preguntan a Jesús «Señor, ¿por qué hablas de mostrarte a nosotros y no al mundo?» El responde; “Si alguno me ama, mi palabra guardará”.
Jesús se muestra a los que le aman. El que ama su palabra la guardará, la cuidará, vigilara y defenderá, la colocara en un lugar seguro y apropiado, pero además la conservara y la cumplirá.

Luego Jesús nos dice: “Y mi Padre lo Amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él”.
Si, en verdad, El vienen a nosotros si vamos a ellos; vienen con su auxilio, amorosa ayuda, con todo su amor a socorrernos, nos amparan y nos asisten. Y aún hay más, nos iluminan y nos llenan de gracia. Para mayor premio a nuestro amor y obediencia, harán su morada en nosotros.

También nos dice que; “El que no me ama no guarda mis palabras.”, En efecto, viene en verdad al corazón de algunos, pero no hacen morada en ellos. Esto sucede porque si bien se vuelven a Dios por la contrición, luego caen nuevamente en la tentación y se olvidan del arrepentimiento. Para mayor gravedad, vuelven a sus pecar como si nada.
Pero en el corazón del que ama a Dios verdaderamente, con lealtad y fidelidad, El desciende y mora. El que esta empapado del amor divino, supera la tentación. Verdaderamente ama a Dios aquel que no se deja dominar ningún instante en su alma por los malos placeres.

Recordemos lo que nos dice Mateo en el Capítulo 22, 36-40. «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». Jesús le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos».

Es esta pues nuestra más importante obligación, obligación que no es para cumplirla hoy y mañana no y después si nuevamente, ha de ser permanente y en cada instante. El amor a Dios, no permite la desidia en ningún aspecto, Dios está por encima de todo.

Tenemos obligaciones con nosotros mismos, (Mateo 16, 26) ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? También tenemos obligaciones con amar al prójimo, y lo hacemos por amor a Dios, no porque solo queremos ser solidarios o compasivos.

Jesucristo amo a los hombres al extremo, y se entregó hasta la cruz, esa es la caridad que debemos tener por nuestros semejantes, total, sin considerar en los hombres sus rasgo o característica propias que diferencian del resto, no solo amamos a los miembros de la familia o a los amigos íntimos, también a los que nos son conciudadanos nuestros, a los extranjeros y a los extraños, en otras palabras a la humanidad, sean estos pobres, marginados, condenados socialmente y aún a los que consideramos enemigos.
Jesucristo, en la parábola del buen samaritano, no invita a considerar quien es el verdadero prójimo, en el cual nos llama a perdonar a nuestros enemigos, a reconciliarnos con ellos, ayudarles y amarles.

SEÑOR, PERMITE QUE SEAMOS AMOROSOS Y CARITATIVOS CON NUESTROS HERMANOS Y QUE EN NUESTRA RELACION CON ELLOS, SIEMBREMOS SIEMPRE LA SEMILLA DE TU AMOR SIN CONDICION.
 
posted by Laureano García Muentes at 6:07 a.m. | Permalink |


0 Comments:


<body>