¿A quién no le gusta recibir una sonrisa, unos buenos días y hasta un comentario positivo de la forma como está realizando su vida, su trabajo o cualquier otra actividad? Miren, tan solo una sonrisa sería un buen detalle práctico de amor a quien a pesar de todas sus dificultades comparte su vida junto a nosotros.
El sonreír plácidamente, ser amable, cordial y abierto con todos los que nos rodean se vuelve un lenguaje universal que ánima y ayuda a otros cambien de vida y sean diferentes hacia los demás. ¡Hagamos la prueba!
Nos encontramos en muchas ocasiones con personas que siempre tienen una excusa para justificar la falta de cariño hacia los demás e incluso, les falta la solidaridad frente a las situaciones difíciles que le ocurren a otros.
La parábola del buen samaritano que podemos leer y discernir en Lucas 10, 25-37 es un buen ejemplo para ello. Aparentemente la introducción de la parábola trata un asunto teológico de cómo se hereda la vida eterna. Pero en el desarrollo de la misma el asunto es más serio, no se trata de cómo se hereda la tierra, sino de qué manera se cumple con el segundo mandamiento de la ley.” Amar al prójimo como a nosotros mismos”.
¿Cuantos somos los que actuamos como ese legista que interpreta la Ley a su manera y quiere poner condiciones para ignorar lo que personifica el amarnos unos a otros como nos lo manda el Señor?
Jesús le responde con la célebre parábola del “buen samaritano”, para indicarnos a todos que es lo que nos corresponde a nosotros hacernos “prójimos” de cualquiera que tenga necesidad de ayuda.
El samaritano de la Parábola, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. Esta parábola debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Muchas son nuestras excusas para no servir a aquellos que necesitan de la misericordia de Dios. Estamos muy ocupados de nuestros problemas. Cuantas son las personas, hermanos nuestros, que necesitan de nuestras manos, de nuestras palabras, de nuestro aliento.
Son muchos los que se encuentran hoy heridos a la vera del camino y pocos somos los buenos samaritanos. Son muchos los asaltados, los que están medios muertos, los que han sido violentados, los avasallados, los explotados, los apresados en cárceles inhumanas, los enfermos abandonados a su suerte; trabajadores que no son atendidos en sus reclamos salariales y sociales; mujeres violadas y otras golpeadas salvajemente; niños que no tienen que tomar una taza de leche; ancianos que cobran una miserable jubilación y en situaciones antihumanas, etc.
Muchas han sido las lecciones nos ha dado Nuestro Señor para que amemos a nuestro prójimo. Bien lo sabemos y así lo hemos entendido; que amar al prójimo no es muy fácil, porque requiere de nosotros el donarse a los demás, y ese donarse cuesta, porque no a todos los tratamos o queremos de la misma manera. Por ello tenemos que lograr amar a todos por igual, sin ninguna distinción. Quererlos a todos, sin preferir a nadie. Es difícil más no imposible.
SEÑOR, CUANTO ES DE GRANDE TU AMOR HACIA NOSOTROS QUE EN CADA PASAJE DE LA VIDA TENEMOS UNA RESPUESTA PARA SER COMO TÚ: MISERICORDIOSOS CON TODOS LOS QUE ESTAN A NUESTRO LADO.