lunes, mayo 16, 2016
EN UNA FRACCIÓN DE SEGUNDO.

Todos los días, la muerte vuelve a tocar a mi puerta.

Hoy es un terremoto en Ecuador, ayer era un accidente entre dos trenes, mañana será el entierro de una mamá de 50 años con cáncer, pasado mañana puede ser mi turno.

En una fracción de segundo, mi vida puede cambiar. Ayer estaba lleno de salud y de proyectos, hoy estoy en cama con un mal incurable, mañana me esperará el cajón que me llevará a mi última morada.

¡Que frágil es mi vida! Sin darme cuenta ya se está acabando.

Y cuando depositaré mi vida al pie del Señor, ¿qué tendré para presentarle? ¿Habré vivido para mí y solo para mí? ¿Habré contribuido, aún en la más pequeña escala, a mejorar la vida de mis hermanos? ¿Habré anchado el Reino que recibí?

Lo primero que intuiré es que todas mis cosas materiales no serán tomadas en cuenta. Pues ni siquiera me las llevaré en el ataúd.

Poco a poco, me guiará a realizar un repaso hacia lo esencial, escavar en lo fundamental para finalmente llegar a lo porque realmente creo en ÉL.

Y al final, descubriré que lo único que me quedará para ofrecer será el Amor, el amor que habré transmitido, el que habré compartido, el que habré aprendido, el que habré enseñado.

Así, es evidente que mi tarea en este planeta es aprender y enseñar a amar ¿Puedo yo enseñar esta bella emoción sin jamás hacer referencia al Maestro del Amor? ¿Y qué me dice ese maestro para que mi aprendizaje sea optimo aunque siempre imperfecto?

Escudriñando mi vida, investigando Su Palabra, orando e indagando los innumerables sucesos alegres y tristes de mi existencia, veo cuatro puntos primordiales para que mi amor sea lo más parecido – aunque sea una hazaña muy atrevida – a Su Amor.

El primero es INCREMENTAR LA HUMILDAD. El amor a prueba de bala es el amor sencillo, compasivo, tolerante, indulgente, generoso. Es el en el cual vale mil veces más el otro que yo mismo con mis exigencias, mis deseos, mis rabias, mis excusas, mi temperamento.

Enseñar el Amor pasa sin duda por el “desnudarme”, volverme lo más pequeño posible, achiquitarme para que SU voz resuene mientras yo silencie. Deshacerme de mi pretensiones, mis títulos, mis seguridades para sentirlo cerca y llenarme de EL pareciera ser mi primer trabajo existencial.

El segundo es SERVIR desde la humildad. El Amor es servicio. Me hace levantar temprano para escribir, me hace responder a cualquier petición – aun la más fútil o la más absurda -  dejando lo que estoy haciendo, me pone a correr para responder a la llamada de auxilio, me hace sentar en la acera con el indigente, me hace experimentar Su Amor desde las razones, los deseos y perspectiva del otro. Solamente así podré empezar a pensar que el otro habrá entendido el tipo de Amor que le propongo: suave como la piel de un niño recién nacido, plena como la ternura de la madre acabando de dar a luz, inmensa como la maravilla misma del nacimiento.

El tercero es DEFENDER LA VIDA desde el servicio y la humildad. Esa vida, la mía, la tuya, la nuestra, es la que tengo que defender contra viento y marea, contra las leyes inocuas e insolentes, contra el orgullo humano que declara que algunas vidas valen menos que otras: la de la mujer, la del feto, la del necesitado, la del joven, la del anciano, la del emigrante, la del minusválido o la del mendigo. El amor que realmente construye, emancipa y crea, es un amor abierto a la vida. Y Toda vida viene de ÉL. Esa vida es la que tengo que dar, proteger, motivar, explicar, cuidar.

La cuarta es IRRADIAR PAZ. El amor de verdad brinda paz. Cuando amo desde  la humildad, desde el servicio y desde la defensa de la vida, lo que siento es una extraña sensación de calma amable, de dulce cordialidad, de tierno cariño, de recibir su divina indulgencia frente a mi transcurrir tortuoso por los años, a mi tarea inacabada e incompleta en la tierra, a mis angustias de ser humano testarudo, a mis errores vergonzosos de individuo engreído.  La paz que percibo en estas ocasiones y que ÉL me regala se asimila a lo que toda persona busca incansablemente: la felicidad.

Agradezco a Dios de haberme instruido en estos factores de su Amor dejándome esa brújula para dirigirme hacia ËL.

¿Por qué?

Por qué en un instante, me puedo perder.  

En una fracción de segundo, en el momento más elocuente de sabiduría, más lleno de altos sentimientos, en el cual pienso que estoy definitivamente blindado contra cualquier ataque porque estoy pegado de ÉL, me llega la tentación, la decisión esencial por la cual toda mi vida puede vacilar.

Mentir, escuchar esta sirena que va detrás de mí, quedarme bien cómodo en mi casa en vez de ayudar, callar por facilidad y cobardía, atender la propuesta indecente en dinero fácil, realizar las fechorías a mi antojo, aprovechar de mi posición para violentar a los preferidos del Señor, explotar al indefenso; son incalculables las oportunidades instantáneas de deslizar hasta el abismo. El bien y el mal pueden estar – utilizando un lenguaje tecnológico – a un clic de distancia.

Pero si diariamente yo trabajo mi amor – que no es sino SU AMOR puesto en mi – tomando en cuenta la brújula que EL me deja, podré enfrentar  mejor- aunque a primera vista siempre me parecen más atractivas - las sugestiones mortales, fugaces pero bien reales y llenas de futuros enredos del alma y del corazón.

Cuando subió a los cielos Jesús me dejó libre. Libre de decidir entre SU AMOR y el flirteo al mundo. Y me prometió su ESPÍRITU para ayudarme a elegir.

¡Ojala que siempre actúe en mí: sobretodo en los momentos más peligrosos para mi integridad como su seguidor, su abanderado y el trabajador por Su mundo de Justicia y Amor! 

Ya sé, labor impostergable, que necesitare toda mi vida, incrementar la humildad, intensificar el servicio, defender la vida, irradiar la paz y así agigantar SU salvación entre nosotros.


Dominique Bayet Didier
Salvatoriano laico.

Candidato al diaconado permanente.
 
posted by Laureano García Muentes at 6:26 a.m. | Permalink |


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