Todos los días, la
muerte vuelve a tocar a mi puerta.
Hoy es un terremoto
en Ecuador, ayer era un accidente entre dos trenes, mañana será el entierro de
una mamá de 50 años con cáncer, pasado mañana puede ser mi turno.
En una fracción de
segundo, mi vida puede cambiar. Ayer estaba lleno de salud y de proyectos, hoy
estoy en cama con un mal incurable, mañana me esperará el cajón que me llevará
a mi última morada.
¡Que frágil es mi
vida! Sin darme cuenta ya se está acabando.
Y cuando depositaré
mi vida al pie del Señor, ¿qué tendré para presentarle? ¿Habré vivido para mí y
solo para mí? ¿Habré contribuido, aún en la más pequeña escala, a mejorar la
vida de mis hermanos? ¿Habré anchado el Reino que recibí?
Lo primero que intuiré
es que todas mis cosas materiales no serán tomadas en cuenta. Pues ni siquiera
me las llevaré en el ataúd.
Poco a poco, me
guiará a realizar un repaso hacia lo esencial, escavar en lo fundamental para
finalmente llegar a lo porque realmente creo en ÉL.
Y al final, descubriré
que lo único que me quedará para ofrecer será el Amor, el amor que habré
transmitido, el que habré compartido, el que habré aprendido, el que habré
enseñado.
Así, es evidente que
mi tarea en este planeta es aprender y enseñar a amar ¿Puedo yo enseñar esta
bella emoción sin jamás hacer referencia al Maestro del Amor? ¿Y qué me dice
ese maestro para que mi aprendizaje sea optimo aunque siempre imperfecto?
Escudriñando mi vida,
investigando Su Palabra, orando e indagando los innumerables sucesos alegres y
tristes de mi existencia, veo cuatro puntos primordiales para que mi amor sea
lo más parecido – aunque sea una hazaña muy atrevida – a Su Amor.
El primero es
INCREMENTAR LA HUMILDAD. El amor a prueba de bala es el amor sencillo,
compasivo, tolerante, indulgente, generoso. Es el en el cual vale mil veces más
el otro que yo mismo con mis exigencias, mis deseos, mis rabias, mis excusas,
mi temperamento.
Enseñar el Amor pasa
sin duda por el “desnudarme”, volverme lo más pequeño posible, achiquitarme para
que SU voz resuene mientras yo silencie. Deshacerme de mi pretensiones, mis
títulos, mis seguridades para sentirlo cerca y llenarme de EL pareciera ser mi
primer trabajo existencial.
El segundo es SERVIR
desde la humildad. El Amor es servicio. Me hace levantar temprano para
escribir, me hace responder a cualquier petición – aun la más fútil o la más
absurda - dejando lo que estoy haciendo,
me pone a correr para responder a la llamada de auxilio, me hace sentar en la
acera con el indigente, me hace experimentar Su Amor desde las razones, los
deseos y perspectiva del otro. Solamente así podré empezar a pensar que el otro
habrá entendido el tipo de Amor que le propongo: suave como la piel de un niño
recién nacido, plena como la ternura de la madre acabando de dar a luz, inmensa
como la maravilla misma del nacimiento.
El tercero es DEFENDER
LA VIDA desde el servicio y la humildad. Esa vida, la mía, la tuya, la nuestra,
es la que tengo que defender contra viento y marea, contra las leyes inocuas e
insolentes, contra el orgullo humano que declara que algunas vidas valen menos
que otras: la de la mujer, la del feto, la del necesitado, la del joven, la del
anciano, la del emigrante, la del minusválido o la del mendigo. El amor que
realmente construye, emancipa y crea, es un amor abierto a la vida. Y Toda vida
viene de ÉL. Esa vida es la que tengo que dar, proteger, motivar, explicar,
cuidar.
La cuarta es IRRADIAR
PAZ. El amor de verdad brinda paz. Cuando amo desde la humildad, desde el servicio y desde la
defensa de la vida, lo que siento es una extraña sensación de calma amable, de
dulce cordialidad, de tierno cariño, de recibir su divina indulgencia frente a
mi transcurrir tortuoso por los años, a mi tarea inacabada e incompleta en la
tierra, a mis angustias de ser humano testarudo, a mis errores vergonzosos de
individuo engreído. La paz que percibo
en estas ocasiones y que ÉL me regala se asimila a lo que toda persona busca
incansablemente: la felicidad.
Agradezco a Dios de
haberme instruido en estos factores de su Amor dejándome esa brújula para
dirigirme hacia ËL.
¿Por qué?
Por qué en un instante,
me puedo perder.
En una fracción de
segundo, en el momento más elocuente de sabiduría, más lleno de altos
sentimientos, en el cual pienso que estoy definitivamente blindado contra
cualquier ataque porque estoy pegado de ÉL, me llega la tentación, la decisión
esencial por la cual toda mi vida puede vacilar.
Mentir, escuchar esta
sirena que va detrás de mí, quedarme bien cómodo en mi casa en vez de ayudar, callar
por facilidad y cobardía, atender la propuesta indecente en dinero fácil,
realizar las fechorías a mi antojo, aprovechar de mi posición para violentar a
los preferidos del Señor, explotar al indefenso; son incalculables las
oportunidades instantáneas de deslizar hasta el abismo. El bien y el mal pueden
estar – utilizando un lenguaje tecnológico – a un clic de distancia.
Pero si diariamente
yo trabajo mi amor – que no es sino SU AMOR puesto en mi – tomando en cuenta la
brújula que EL me deja, podré enfrentar mejor- aunque a primera vista siempre me
parecen más atractivas - las sugestiones mortales, fugaces pero bien reales y
llenas de futuros enredos del alma y del corazón.
Cuando subió a los
cielos Jesús me dejó libre. Libre de decidir entre SU AMOR y el flirteo al
mundo. Y me prometió su ESPÍRITU para ayudarme a elegir.
¡Ojala que siempre
actúe en mí: sobretodo en los momentos más peligrosos para mi integridad como
su seguidor, su abanderado y el trabajador por Su mundo de Justicia y
Amor!
Ya sé, labor
impostergable, que necesitare toda mi vida, incrementar la humildad,
intensificar el servicio, defender la vida, irradiar la paz y así agigantar SU
salvación entre nosotros.
Dominique
Bayet Didier
Salvatoriano
laico.
Candidato al
diaconado permanente.