Hoy
por la mañana recibí en mi correo un mensaje esplendoroso en el cual me
mostraba la grandeza del amor de Dios hacia los hombres y la forma tan sencilla
como se manifiesta en nuestras vidas, de manera humilde y fehaciente.
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Dicho
mensaje se los transcribo a continuación: Se titula: “Una buena lección”
Un muchacho salió cierto día de paseo con su
profesor de matemáticas, a quien sus compañeros de colegio consideraban su
amigo, debido a su bondad.
Mientras
caminaban por el parque vieron en el camino un par de zapatos muy viejos y al mirar
al alrededor del parque, notaron a un anciano que trabajaba en un campo que
quedaba al lado derecho del parque; y supusieron, que pertenecían a él.
El
alumno le dijo al profesor: “Profe, vamos hacerle una broma al señor. Vamos a
esconderle los zapatos y nos ocultaremos detrás de esos matorrales a esperar
que salga cuando termine su trabajo, para verle su cara cuando no los encuentre”.
Y le recalco el alumno al profesor: “Nunca hemos tenido la oportunidad de
divertirnos a expensa de un pobre”.
El
alumno le dijo al profesor: “Profe, usted es rico y quizás pueda darle una
alegría…porque no le colocas en sus zapatos una moneda y luego nos ocultaremos
para verle cómo reacciona cuando las encuentre”.
Y…Así
lo hicieron, ocultándose.
Al
poco rato, el hombre termino su trabajo y cruzó al parque para vestirse y
colocarse sus zapatos. Al ponerse su abrigo, el pie derecho se le deslizo en el
zapato y al sentir que algo estaba dentro de él, se agacho y notó que había
dentro una moneda.
Pasmado
se pregunto que habría podido pasar, miro y miro la moneda, voltio su cabeza a
todos lados y al notar que no había nadie, la guardo en su bolsillo.
Al
ponerse el otro zapato, la sorpresa fue doble, encontró también dentro de él,
otra moneda.
Sus
ojos se nublaron con lágrimas, sus sentimientos se sobrecogieron y cayó de
rodillas levantando la vista al cielo, pronunciando un ferviente agradecimiento
en voz alta a Dios.
Sollozando,
decía: “Gracias Señor, me has escuchado. Mi esposa ha estado enferma y me
encontraba sin una sola ayuda; y qué decir de mis hijos, que no tienen que
comer. Gracias a ti, hoy veo que ya no morirán de hambre y a mi esposa podré
ayudar”.
El
estudiante al notar todo esto quedo profundamente afectado y sus ojos se le
llenaron de lagrimas. El profesor le dijo: ¿“No estás mas complacido con este
hecho? Aquel que pensaste hacerle a ese pobre señor con una broma, no era correcta”
El
joven le respondió: “Usted me ha enseñado una gran lección que jamás olvidare”.
Gracias profesor.
Les
invito a que reflexionemos este pasaje, pidiéndole al Espíritu Santo su iluminación:
¿Cuántos
de nosotros no aparentamos y fingimos ser humildes e inclinamos la cabeza,
buscamos el último lugar y hablamos de nuestros defectos…pero…por dentro nos
creemos mucho?
Nunca
cedemos y siempre queremos hacer nuestra propia voluntad. No aceptamos las críticas
de nuestros amigos, ni tampoco la corrección de alguna persona mayor y con
experiencia.
Aparentamos
ser sencillos, pero en nuestro interior, siempre andamos sintiéndonos más que
los demás.
Cuando
actuamos así, estamos fingiendo ser humildes y sencillos de corazón como lo
desea Jesús de nosotros, nos da pena cuando alguien que está a nuestro lado
descubre nuestros defectos y entonces, nos sentimos desilusionados, abatidos y
desalentados.
Cuando
somos humildes, no rechazamos nuestras cualidades, las que Dios nos ha
regalado. En nuestras manos está acrecentarlas y usarlas para el bien nuestro y
de los demás.
No
basta conformarse con lo que somos, sino que Dios nos pide que seamos
multiplicadores de su amor, sus bondades y de su verdad; siendo justos y
misericordiosos.
SEÑOR, QUE GRANDE Y
MISERICORDIOSO ERES TU CON NOSOTROS. TU NOS ENSEÑAS A SER HUMILDES Y SENCILLOS
DE CORAZÓN.