En
cada prueba hay una lección importante que Dios nos quiere enseñar. Las
escrituras nos piden que veamos nuestras pruebas como una disciplina de Dios.
La palabra "disciplina" tiene la misma raíz que "discípulo"
-significa recibir entrenamiento o educación que corrige, moldea y construye
carácter. Sin embargo, creemos que la disciplina es una forma de castigo por lo
que hacemos mal y por eso recurrimos a las reacciones de nuestra infancia,
cuando tratábamos de retorcernos y hacer trampa y de ser encantadores para
desentendernos de los castigos que nos merecíamos.
La
disciplina parece ser causa de dolor y no de alegría, pero luego nos trae
"la fruta pacífica de la justicia". Murmurar y quejarnos significa
que no confiamos lo suficiente en Dios. Nos sentimos olvidados por él, pero en
realidad somos nosotros los que olvidamos. ¡Nos olvidamos de que Dios sufre con
nosotros, que Jesús sufre el castigo junto a nosotros! No lo disfruta más que
tú. Se preocupa por tus sentimientos mucho más que tú, pero él ve el panorama
completo. Él sabe que un atajo hacia el final de la prueba podría causar más
sufrimiento, no menos, a largo plazo.
Los
tiempos de Dios son siempre perfectos. Él nos salva de nuestras pruebas tan
pronto como sea posible, siempre y cuando cooperemos con él en vez de empeorar
las cosas.
Saber
esto de Dios debería fortalecer nuestras rodillas débiles y nuestras manos
vacilantes. De no ser así, nuestras manos vacilantes raspan los nudillos a lo
largo del camino duro y accidentado. Se rasguñan y hieren, y en nuestra
frustración agarramos piedras para tirárselas a los viajeros cercanos quienes
lamentablemente están andando por el mismo camino.
Enfadarse
("doblarse") no hace que la prueba se termine con más rapidez. Sólo
cuando abrazamos la disciplina descubrimos la sanación que Dios nos ha
preparado.
NO NOS PREOCUPEMOS POR
NADA PORQUE DIOS ESTA A NUESTRO LADO Y EL ES DIGNO DE CONFIANZA.